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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Faquirismo y exterminio

 

El camino de Peabirú era, antes de la llegada de los conquistadores europeos al continente que en un principio se entendió como “Indias”, el símbolo de una búsqueda constante y transgeneracional del “Ivy Mara Ey”, que traducido del guaraní significa “la tierra sin mal”.

Los ancestros guaraníes unieron el Atlántico y el Pacífico hace miles de años a través de los senderos pedestres abiertos en montes, llanuras y montañas. Buscaban lo que todavía hoy buscamos: un pedazo de hábitat donde desarrollar la propia existencia en las mejores condiciones posibles, con alimentos, refugio y la compañía de los afectos. Para criar a los hijos, para ser mejores personas y finalmente morir con la satisfacción de los sueños cumplidos.

Después de que España y Portugal se adueñaran de los territorios y se apropiaran de los recursos naturales de aquel exuberante nuevo mundo, las huellas de las comunidades originarias quedaron sepultadas por las guerras. Primero de emancipación y luego entre facciones cuyos pensamientos opuestos dieron lugar a personalidades cuyo carácter cerril resultaba eficaz antídoto para controlar los barboteos intestinos.

Tras el desastre rivadaviano, la mano firme del restaurador Juan Manuel de Rosas le devolvió una pátina de institucionalidad a la Patria naciente, hasta que Justo José de Urquiza tomó el poder para abrir un camino hacia la constitucionalización del federalismo, la que se consolidaría durante el mitrismo gracias a las buenas artes de alberdianas. Más tarde, Julio Argentino Roca ejecutó un plan que aseguró la soberanía territorial a costa de sangre, hasta que llegó la Ley Sáenz Peña del voto secreto para corregir los vicios de una democracia ficcional.

Así, ya en el siglo XX, las urnas consagraron a los dos grandes líderes democráticos de un país casi siempre convulsionado, volátil y contradictorio: Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón. Cada uno con sus virtudes, cada uno con sus defectos, dejaron un legado de equidad social igualadora de oportunidades que hoy es cuestionado por el presidente Javier Milei mediante métodos antijurídicos, bukelianos, tiránicos y/o cualquier otro calificativo que el lector guste.

Sin embargo, Milei está en el poder por imperio del veredicto popular. Y todos quienes lo votaron sabían que no podía esperarse de él otra cosa que no fueran movimientos lisérgicos, fracturas de tibias en el área chica para despejar contra toda ley arbitral.  El hombre que ganó con una motosierra y cinco perros clonados ejerce su mandato con el estilo que exhibió durante la campaña. Con la viscosidad de un pez inasible, con el reclutamiento de su ex enemiga Patricia Bullrich, con los entenados de los grupos concentrados, con el guiño silencioso de los avaros.

La historia ayuda a comprender fenómenos sociológicos que toman por sorpresa a los más distraídos. A los que se preguntan cómo es posible que un individuo “boca sucia”, desarrapado y procaz sea el ocupante de la solemne Casa Rosada y la elegante Residencia de Olivos, hay que recordarles el fusilamiento de Dorrego, la decapitación de Francisco Ramírez, el asesinato de Urquiza a manos de sus propios lugartenientes. Así también, la Revolución del Parque, aquel levantamiento integrado por un joven Yrigoyen que hirió de muerte al Unicato del presidente Juárez Celman. Y por qué no, la Década Infame, en la que Agustín P. Justo y Uriburu convirtieron al país en un coto cerrado para el encumbramiento de gobernantes ilegítimos mediante ese desquicio justificante del “Fraude Patriótico”.

Todo eso somos los argentinos que hoy, en buena parte, nos lamemos heridas autoprovocadas mientras un puñado de inorgánicos le grita “hdp” al presidente que sale al balcón para mostrar que es diferente. Al mismo tiempo que se besa con Fátima Florez en el teatro, lenguas a la vista, para escándalo de las señoras “bien” que decidieron votarlo para que “la yegua” no vuelva nunca más.

Para que se entienda: hay un hilo conductor entre los liderazgos patriarcales, revolucionarios y quebradores de peronés. Todos ellos, desde Rosas para acá, ejercieron el mando con una autoridad que emanaba desde sus tripas, con la energía de una combustión interna inapagable a menos que los asesinaran, los derrocaran o los desterraran, siempre convencidos de un plan para llegar al objetivo de guiar al país hacia destinos que combinaran la grandeza nacional con la grandeza personal. Porque además de exitosos en el plano político, amaban ser lo que fueron, jefes incuestionables de la manada. 

Milei quiere ser uno de ellos. No pareciera importarle la riqueza. Ni siquiera se peina por las mañanas. Es un fundamentalista de sus ideas y representa el pensamiento individualista de los que se rompieron el lomo para tener casas, bienes, dinero en el banco, vacaciones y auto sin ayuda del Estado, ni de padres sobreprotectores, ni de herencias, ni de gordos de Navidad. El libertario pretende premiar la iniciativa privada y recibir de brazos abiertos al olimpo de la meritocracia a quienes supieron hacerse a sí mismos desde la jungla de un sistema tributario que se queda con una buena porción de los esfuerzos del particular para volcarlos al foso deglutidor de lo comunitario. Esa es su lógica.

El ajuste, el DNU, la Ley Ómnibus, el protocolo antipiquetes, la derogación del derecho de huelga, la prohibición de reuniones públicas, la muerte de los derechos inalienables que consagraron los constitucionalistas argentinos a lo largo de la historia y hasta la doctrina de la justicia social encumbrada por la historiografía occidental son herramientas que el presidente en ejercicio intenta usar con el mismo ímpetu personalista que caracterizó a los generales del pasado.

Muchos critican sus métodos, pero están de acuerdo con las cuestiones de fondo. En silencio, hay pequeños burgueses que lograron montar su propia cadena de hamburgueserías que nunca necesitaron de la sindicalización para abrirse camino en la vida. Pareciera que en todos esos emprendedores silentes reside la fuerza de este presidente distópico y para muchos repulsivo. Porque fuerza real en el Parlamento, no tiene. Tampoco cuenta con un Poder Judicial adicto como el que disfrutó Carlos Menem en los 90. Sin embargo, su decreto de necesidad y urgencia entró en vigencia porque la oposición duerme la siesta.

Por ahí anda el aguerrido y pasional Guillermo Moreno, desgañitado de tanto repetir que el gobierno de Milei ya fracasó y que la Corte Suprema defenderá el statu quo. Pero, ¿y los demás? Los cuadros opositores miran el devenir de la presidencia mileista como si fuera una película de la que no son parte. ¿El presidente de la UCR? Es Lousteau, un muchacho que fue ministro de Cristina. ¿Lilita Carrió? Se limitó a decir que ya no forma parte de Juntos por el Cambio. ¿Los barones del conurbano? Piden pista para que no les cierren los grifos de la coparticipación.

Milei juega a todo o nada. Va a mil en Volkswagen Vento modelo viejo. Se pone camperas para disimular los rollos de su abdomen falto de entrenamiento, administra sus propias redes y ratifica que primero habrá que sufrir porque le dejaron la peor herencia de la historia. Apunta a doblegar “il Biscione” (monstruo medieval que devoraba humanos según la mitología oscura) con una recesión masiva y tan profunda que obligue a los consumidores a no consumir, para que los precios bajen por falta de actividad. Un Tatá Yehasa de miles de kilómetros es lo que propone. Un calvario que hasta puede ser peor que el demonio a derrotar.

Y como los que estuvieron antes fueron de fracaso en fracaso, la gente lo acepta. Si ya venía sufriendo. Si ya no comía lo que le hubiera gustado comer. Probemos con el loco dice. Y lo dejan hacer. ¿El paro de la CGT? Una parodia en medio de una sociedad que hace décadas perdió el paraguas de la protección obrera. Los hambreados, los desclasados, los repartidores de pizzas ajenas, los choferes de Uber a la medianoche, todos ellos ya padecen desde antes el faquirismo que propugna Milei desde la perspectiva ultraliberal de la desregulación de todo.

La gente busca la tierra sin mal con sus propias brújulas, desilusionada por todo lo que hubo antes. Votó lo inesperado, el salto al vacío, lo desconocido, así como los caciques condujeron a sus pueblos hacia la espesura selvática para buscar el sustento en Peabirú. ¿Saldrá bien este experimento? Si la historia es un loop que repite con cadencia cíclica los episodios que resetearon el mundo, no viene mal recordar que los guaraníes fueron exterminados en el intento.

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