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Un túnel en Corrientes

Domingo, 30 de abril de 2023 a las 01:00

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”


Que sí, que no…, que existen, que no existen… y así marcha la cosa hasta la fecha. Científicamente hablando, no existen, porque para ello es necesario que entremos a uno. A Buenos Aires le tocó esperar muchos años, exactamente hasta comienzos de la década del ochenta del siglo pasado, cuando desde la Manzana de las Luces se accedió por primera vez. Construidos en la arcilla dura que los conserva, abovedados, recorren el casco antiguo de la ciudad de Mendoza y Garay. Por esos túneles se desplazaban los contrabandistas, delincuentes, sacerdotes y todo aquel que no podía aparecer en la esfera pública. Siempre fue negado enfáticamente por los historiadores católicos. Pero qué casualidad, doña Prudencia… los planos de los túneles, una vez descubiertos a pala y pico, aparecieron en la curia de Buenos Aires como por arte de magia, qué casualidad, ¿no? En Corrientes pasa lo mismo, doña Prudencia, le cuento por qué. 
Los constructores que encuentran un túnel inmediatamente lo cierran con pared para evitar que le paren la obra. 
No vaya a ser que los quieran proteger como dicen las leyes, como restos históricos o arqueológicos. Un caso bien conocido es el de la vieja casa de los Mantilla-Díaz de Vivar, que hoy luce una placa en su frente sobre Plácido Martínez entre Salta y Buenos Aires. Casa que alberga espíritus y aparecidos y tiene por qué. En ella hubo cientos de casamientos, bautismos, mortuorios y hasta funcionó como hospital de sangre durante la cruenta Guerra del Paraguay. Lugar de encuentros y desencuentros amorosos, sus largas galerías recuerdan tiempos idos. La vista al río Paraná desde su balcón ubicado hacia el sur y el norte, conectados por ambos laterales, estaba asentado sobre tablones, barro, mosaicos comunes y luego mosaicos españoles cerámicos. Es de suponer que las familias gozaban de los frescos que vienen del río en  las tardes calurosas. 
La fuente de agua como única posible hasta la instalación del agua corriente en la ciudad era el aljibe. Recibía el agua de lluvia, potable y dulce, y se almacenaba en sus entrañas previo lavado del techo, para luego abrir el canal que  dirigía toda el agua hacia la citada cisterna. El depósito no solo servía de receptáculo de agua, también para refrescar las bebidas que se consumían, generalmente importadas, como cervezas holandesas, aguardientes ingleses, caña paraguaya o correntina, hidromiel, entre otras. Pero el secreto del añoso aljibe no sólo consistía en eso. Era el lugar al cual se accedía desde la pieza secreta de la casa, la que no figuraba en los planos. Desde allí, por un sótano construido al efecto, la familia se dirigía al pozo. El sótano se ubicaba en la esquina de Salta y Plácido Martínez. Hoy se encuentra relleno de arena, donde al costado se hallaba construido un receptáculo con alimentos y vituallas como abrigos, para resistir unos días en caso de invasiones o sorpresas políticas. Pero el secreto mejor guardado era la conexión del reservorio con el túnel que iba directo a desembocar al Cabildo, actual Jefatura de Policía; o hacia la iglesia San Francisco, hacia el oeste. Desde la calle Salta, el túnel secreto hasta ahora, esperando que lo abran al público, corre por debajo de lo que es hoy la Universidad, ubicada sobre la calle Plácido Martínez. El arquitecto que construyó el edificio de altura tuvo la gentileza de avisar a sus vecinos. Entre ellos, el que relata lo acaecido, que colocó una pared de quince en el túnel, por lo cual probablemente las aguas de lluvia desbordaran los desagües pluviales. Dicho y hecho, la primera gran lluvia de las que nos tiene acostumbrados la ciudad de Corrientes, inundó la casa de la calle Salta, por lo que tuvieron que hacerse nuevos desagües pluviales. 
Interrogado el arquitecto sobre los motivos de su proceder, afirmó que fueron dos: que no le pararan la obra y lo que encontró dentro del túnel que se orientaba hacia el Cabildo. A saber: esqueletos encadenados, objetos desconocidos para él, cruces y otras cosas que le causaron temor. 
No pasó mucho tiempo cuando el mencionado profesional comentó en una reunión, luego de darle un poco al alcohol etílico del vino tinto que tanto le gustaba, que a lo largo de la galería de la casona veía sombras y personas humanas de vieja vestidura, desplazarse dentro del recinto. 
No le gustó la partida y por eso tomó la determinación de desprenderse de la casa. Sin embargo, no desaparecieron los inconvenientes. Los nuevos ocupantes de la Universidad perciben estas inconvenientes apariciones que mueven las cosas de un lugar a otro, saludan a los presentes y desaparecen a través de las paredes. Hasta allí todo soportable, dentro de lo increíble del asunto, hasta que de pronto comenzaron a escucharse conversaciones en guaraní o en un castellano andaluz propio de tiempos pretéritos. No es todo, gemidos y lamentos brotan del suelo junto a sombras que arrastran pesadas cadenas, se incorporan al repertorio de este escenario dantesco. 
El arquitecto jura que cuando ingresó al túnel, armado de ladrillos cocidos y arcos romanos de manera de resistir el peso de los suelos superiores, sintió escalofríos y llamados de ultratumba que lo impulsaban a seguir hacia mayor distancia. 
Tuvo miedo, sus obreros lo abandonaron apresuradamente y ninguno se atrevió a tocar cosa alguna que estaban dispersas en el suelo: botellas, botones y los esqueletos en posiciones grotescas, que permitían suponer una muerte violenta y trágica. 
Del lado de la calle Salta no es para menos. Con sus propios espíritus boyando en los espacios de paredes de ladrillos asentados en barro y antiguas rejas, pisos de ladrillos gastados por el tiempo, ocurre algo similar. 
Primero funcionó un bar (Chocotof) administrado por su propio dueño. Antes, la Alianza Francesa; más tarde la Revista Jurídica, la ley. Todos dejaron el espacio espantados por los espíritus que no podían soportar. Jura un viejo empleado de La Ley, llamado Aldo, que era imposible convivir con las  apariciones. Éstas, hasta les impedían ir al sanitario, uno ubicado dentro del edificio y el otro fuera, en el patio. En ambos había actividad paranormal a partir de la entrada del sol, lo que los obligaba a usar los sanitarios de la Facultad de Derecho.
El arquitecto que entró a los túneles antes de construir la pared que lo cerraba, tuvo el coraje de sentarse una noche en la galería, tomando alegremente un vino refrescante. 
Cuál fue su sorpresa cuando, a su lado, tenía a varios espíritus sentados con copas antiguas de plata, brindando con él. 
El color lavanda de sus figuras y el aroma que exhalaban lo anestesió, dejándolo inmóvil y absorto, observando con miedo y sorpresa el diabólico cuadro en el cual se encontraba inmerso. El túnel aparecía ante sus ojos, invitándolo a sumergirse en él. 
Una de las figuras de forma femenina habló en castellano antiguo, como si sus palabras vinieran desde lejos y de otro espacio. Lo invitaba a recorrer al conducto para salir en dirección a la iglesia de la Merced, para gozar del fresco de la Plaza Mayor, refiriéndose a la plaza 25 de Mayo. Embelesado y dominado, hubiera seguido a la sombra si un grito humano no lo despertaba. Era su esposa quien, extrañada del silencio y ausencia de su marido, salió a ver su ubicación. Contemplando la escena horrorizada corrió hacia él, lo tomó en sus brazos y lo arrastró hacia el dormitorio ante los gruñidos y quejas de los espíritus vagabundos de otros  mundos, que perdieron a su presa. 
Ese fue el disparador de la trasmisión inmediata del inmueble en propiedad a un tercero, que resultó ser la empresa La Ley SA. 
Los túneles: bien, gracias, en la ciudad de Corrientes. 
Nadie los investiga y quienes los encuentran los ocultan, pero que existen, señores… existen. Hay que saber buscar, nada más.
Eso sí, cuídense de los fantasmas que en él se ocultan y prepárense para ver espectáculos deseados y no deseados.
Vaya uno a saber cuántos crímenes y otras cuestiones estarán reservadas al secreto que en ellos se cobijan; qué historia de amantes secretos esconderán sus paredes, de pasiones desenfrenadas, asesinatos desmedidos y bueno… vaya a saber uno, ¿no? 

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