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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Adiós a un tipo de ley

“No voy a descansar hasta dar con los culpables para que paguen por lo que hicieron”, solía repetir Oscar Resoagli en las decenas (quizás centenares) de charlas informales que mantuvimos desde que la causa por el secuestro de Cristian Schaerer cayó en sus manos.

Fiscal federal de carrera, enamorado de la judicatura a la que honró con eficacia doctrinaria y honestidad moral durante toda una trayectoria de vida, Resoagli pasó a la dimensión etérea de los que mueren físicamente pero no caen en el olvido porque abrazan causas justas hasta convertirlas en desafíos existenciales.

Así tomaba el caso Schaerer, al que había adoptado como una cruzada personal a medida que se fue adentrando en la personalidad sana y vibrante de un joven que, como Cristian, era por sobre todas las cosas un buen pibe, amado por su familia y valorado por su entorno.

Oscar Resoagli no conoció a Cristian, pero actuaba como si así hubiera sido. Lo sentía cerca. Lo veía hasta en sus sueños, al punto de que fue paño de lágrimas de Pompeya (la madre del joven). Estuvo atento a cada llamado, a cada pista y hasta fue parte del dispositivo diseñado para pagar un millonario rescate que no sirvió de nada.

Una tarde de abril supo confesarme en un off the record para el diario La Nación (del que era corresponsal quien esto escribe) que la vida de Cristian pudo haberse salvado si no hubiera sido por los gravísimos episodios de corrupción policial que hubo de enfrentar, en razón de que fueron miembros de las fuerzas federales quienes alertaron a la pandilla de los Salgán sobre el cerrojo que, encabezado por el fiscal, caería sobre el aguantadero de Paso de los Libres.

“Fue por una diferencia de minutos. Cristian estuvo cautivo en una piecita de las afueras y lo sacaron de ahí un rato antes porque alguien filtró el dato de que llegábamos”, admitió enrojecido por la bronca, mientras se esforzaba por mantenerse en su rol de hombretón inconmovible. Lágrimas de impotencia contenidas hasta lo último llegaron a mojar su puño cerrado, sobre el escritorio del Ministerio Público.

La investigación iniciada el 21 de septiembre de 2003, cuando Cristian fue chupado por la banda del “Ruso” Lohrmann para convertirse en un desaparecido más de la historia argentina, no terminó en impunidad sino en severas condenas para todos los implicados: el ex policía infiel Patrón Ramírez, Caniche Salgán y sus secuaces, Néstor Barzuk, el abogado Barbieri y tantos otros.

Escucharlo en los alegatos del debate oral era sentir las vibraciones del que da batalla desde las instituciones para hacer realidad el precepto constitucional de la administración de justicia como servicio indispensable para todos, sin distingos de color, raza o condición económica.  Eso a pesar de que alguna vez le soplaron en la oreja que levantara el pie del acelerador porque la víctima era hijo de un ex funcionario con cuitas pendientes.

Nunca se amilanó frente a aquellas amenazas. Hasta que llegó el día de la jubilación y debió dar un paso al costado. Sin embargo, nuestra relación continuó por el costado de los autos antiguos, una pasión compartida que fructificó en amistad a medida que frecuentábamos su quincho familiar, en las cenas de fin de año armadas al solo efecto de hablar de coches viejos.

Pero como no podía con su genio, de tanto en tanto, el tema Schaerer volvía a la mesa de las tertulias. Admitía que pudo haber logrado más de haber tenido un verdadero acompañamiento institucional del Estado en materia de burocracia administrativa, siempre engorrosa, muchas veces funcional a los malos.

Se alegró al enterarse de que Lohrmann había caído en España. Pero su vida ya estaba consagrada a la familia. Gustaba de viajar con su esposa, disfrutaba de hijos y nietos, conducía con una sonrisa de oreja a oreja su pick up Chevrolet 1947. Hasta que un día el dengue lo sorprendió en las costas de Florianópolis.

Desde allí, como corresponde, el Gobierno provincial lo transportó directamente al hospital de campaña en el avión sanitario. El objetivo era salvar su vida, darle la mejor de las chances a un ciudadano ilustre de esta provincia tantas veces castigada por desdenes políticos, económicos y hasta climáticos. El doctor Resoagli lo merecía más que nadie.

Pero no pudo ser para el querido Oscar, quien padecía dolencias prevalentes que complicaron su cuadro en los últimos días. Su familia comunicó la mala noticia al promediar la mañana de este 13 de marzo. Se había ido para siempre un hombre de bien y con su partida desató el lamento generalizado que solamente los tipos de ley son capaces de inspirar en la hora final.

 

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