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Como el viejo cuento del huevo y la gallina: “Es la economía, estúpido”...

Por El Litoral

Sabado, 11 de octubre de 2008 a las 21:00
Nadie -ni el periodista que presuntuosamente cree que es un comentarista político- puede sustraerse de lo que está pasando en el mundo. Los temores y la desconfianza cunden por todos lados, menos en la Argentina, donde hacemos gala de nuestra patente de “chantas”, inmunizados contra todas las crisis, dueños de una burbuja protectora bajo un paraguas blindado contra la recesión y el desempleo.
Los cantos de sirena de “aquí no pasa nada”, parecen el eco de aquello de “quien deposita dólares, recupera dólares”, porque “la Argentina está condenada al éxito”. Somos los más grandes fabricantes de ampulosos e impactantes eslóganes, aunque al final, la realidad nos deja a la intemperie para que nos coman los piojos.
La crisis es grave, profunda y nadie sabe cómo ni cuándo va a terminar. También ignoramos cómo empezó todo, aunque hoy proliferen los especialistas que lo sabían (pero no dijeron nada), que tienen recetas para superar el momento, revoleando la confusión a diestra y siniestra.
Filósofos de café, oráculos de ocasión, demostramos como siempre... que sabemos todo, aunque, en realidad, no sabemos nada; buscamos culpables y desparramos diagnósticos y recetas como si fuésemos especialistas, sin mirar hacia adentro del país, y menos de nosotros mismos.
Y entonces lanzamos la pregunta del millón: “¿Qué es más importante, la economía o la política?”
Es la redición del viejo cuento del huevo y la gallina. Y mientras buscamos alrededor algún aplauso ante nuestra originalidad y sabiduría, desde lejos, nos llega la respuesta: “Es la economía, estúpido.”
Es entonces cuando reiteramos nuestra predisposición hacia las obviedades, recurriendo a las frases hechas, sin saber bien qué diablos quiere decir, como “lo que mata es la humedad”, o “basta la salud”.
Hace mucho tiempo ya, cuando Bush, el padre del George, actual, buscaba su reelección, tenía como adversario principal al gobernador de Arkansas, Bill Clinton, a la postre ganador.
Eran tiempos difíciles, no tanto como los de ahora, pero complicados por las habituales guerras de EEUU y los problemas económicos mundiales. La política en ebullición. La economía hirviendo.
Uno de los asesores de Clinton, como eslógan y respuesta a las dudas de entonces sobre cuál era el flanco fundamental, ideó esa frase: “Es la economía, estúpido”.
Desde ese mismo instante, se diluyó la propiedad intelectual de la misma, y pasó a ser de todos. Hasta mía.
Por eso recurrí a ella. ¿Interesan en este momento, restringiéndonos a nuestro mundo doméstico, las rencillas po-líticas, la politiquería en auge, las epidemias de borocotitos, las candidaturas que se multiplican a un año de las, elecciones, los pases de facturas, las denuncias por corrupción, los proyectos utópicos, y otras menudencias?
No. Lo único que interesa es la economía, y no hay necesidad de ser genio ni estúpido para entenderlo así.

* No apostamos para más,
sino en sentido contrario
En realidad, la economía y la política -más allá de sus prioridades- están íntimamente ligadas porque debemos concluir que con el estómago lleno se piensa y se elige mejor, y cuando las cosas andan bien (no como ahora) hacen falta políticas para saber mantenerse en la prosperidad y consolidar el desarrollo general.
Aunque todas nuestras expectativas estén hoy en la economía, en las venas ciudadanas bullen las ansias políticas, y allí, otra vez, parece que nos estamos equivocando.
* No hay programas ni propuestas superadoras. Hay ansias de destruir al adversario. ¿Y después qué?
* Se buscan alianzas para ganar en votos, no interesa cómo. Los frentes son “anti” algo, pero ninguno, hasta el momento, es “pro” tal cosa. Apostamos al menos y no al más. Nos jugamos por “cuántos somos” sin importar mucho si “somos mejores”.
Los principios políticos, prisioneros de la matemáticas, donde mandan los números.
Hasta el momento, aquí y allá, ocurre eso. La consigna no es el triunfo de uno, sino la derrota del otro. Morir matando, como los terroristas en las torres gemelas de Nueva York.
En toda elección, hay ganadores y perdedores. Pero al final, uno debe gobernar y el otro colaborar.
Lo que es otra obviedad que siempre repetimos, y jamás acertamos.
Somos estúpidos. Por culpa de la política y la economía, obvio.
Entre economía y política, entre frentes “anti” y ningún “pro”, agotamos nuestro espacio.
Dijimos mucho con pocos resultados. Porque al final de cuentas -son las 20- lo principal es ganar, aunque sea ajustadamente y con algún susto.
Porque lo importante es el fútbol, estúpido.
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