Mañana muy fría la de ayer en Buenos Aires, es temprano y al volante de su auto, el doctor Horacio Vogelfang se dirige hacia el Hospital Garraham para realizar la primera cirugía cardiovascular del día. Los niños son sus pacientes, muchos han pasado por el quirófano y de allí han salido con una esperanza de vida. Vogelfang es jefe del Servicio de Trasplante Cardíaco en el Hospital y fue quien intervino en la cirugía de Renzo Salvatore Antonelli, el niño que con su sonrisa nos hizo llorar de emoción. Y vaya que son buenas las lágrimas cuando una noticia como la de su recuperación nos llega a través de sus padres, María Belén y Haroldo, de su abuelo Jorge, de las palabras de aliento que recorren las redes sociales y se ramifican y se desprenden en frutos de una alegría incomparable cuando, al conversar, siempre decimos: “¿Escuchaste? Renzo está mejor”.
El hombre que le devolvió la sonrisa a Renzo es un médico de 61 años, hijo de madre argentina y de padre nacido en Polonia (que aún vive y tiene 91 años), tiene un hermano mayor, Daniel; está casado con Claudia, es padre de 4 hijas y abuelo de Emilia.
Para contarme parte de su vida detiene el auto a mitad de camino y la charla, que debía durar quince minutos, se extiende por más de media hora. “Le agradezco, me hizo compañía y recordé momentos gratos”, dice con sinceridad.
“De muy chico la idea de ser médico me surgió como algo predestinado, estoy en el Hospital Garraham desde que se inauguró, en el año 1987, llevo realizadas miles de cirugías de corazón y 39 trasplantes”.
¿Se encomienda a alguien al ingresar a la sala de operaciones?, pregunto.
“En realidad hay como una idea de encomendarme al equipo de trabajo. Hay un deseo, un ánimo, una esperanza de que estén todos lo más conectados posible”, es su respuesta.
Con un promedio en el Hospital de ocho horas diarias y a veces de un día y medio sin volver a su hogar, Horacio ha intervenido en cirugías de hasta 16 horas. “Un trasplante no comienza en el quirófano, se inicia cuando el Incucai informa que hay un donante que es aceptado como tal y ese llamado puede ocurrir a las 3 de la madrugada. Luego hay que coordinar el equipo, los horarios de vuelo en caso de que haya que trasladar los órganos con la urgencia del caso, hay que habilitar la logística que comienza y termina con la operación”.
¿Qué siente cuando esa operación llega a su término?
“Me siento tranquilo, siento que he cumplido. En la mayoría de los casos, le diría que el 99% de los pacientes salen de quirófano bien, debe transcurrir un tiempo de post operatorio, como es lógico en toda cirugía”.
“En el hospital hacemos miles de cirugías por día y cada uno de los pacientes es tan importante como el otro. A veces se prolonga la estadía de los pequeños y se hace más fluida la relación con los padres, porque llevan más tiempo de internación. Renzo es un paciente muy querido, tan querido como todos”, dice el doctor Vogelfang.
En cuanto al estado actual del “leoncito correntino”, como lo hemos bautizado por la fuerza con que va enfrentando este trance, señaló que “todo marcha bien”.
Horacio Vogelfang estuvo en Corrientes dos o tres veces. “En uno de esos viajes me llevaron a pescar a Paso de la Patria y a partir de esa experiencia me gustó la pesca. Pero siempre me quedó la duda si el guía no habrá tenido un dorado amigo, porque hicimos el paseo en lancha, conmigo iban eximios pescadores, sin embargo el pez más grande lo sacaba yo. Claro que lo devolvía al río”, cuenta y ríe del otro lado de la línea telefónica.
De la cotidianeidad de su vida, Vogelfang me cuenta que le gusta leer y es su esposa quien le recomienda los autores, que le gusta mucho el cine de todo tipo, el cine como arte y ahora que Emilia le reclama, seguro se hará un entendido en películas infantiles de dibujos animados y cuentos clásicos. Todo abuelo debe saber el recorrido de Caperucita Roja por el bosque y por qué lloraba el Patito Feo, que antes del colorín colorado, se convirtió en un hermoso cisne.
Hoy es el Día del Amigo, es una fecha como todas en el calendario, pero nos pasa que queremos salir a la calle y encontrar un amigo para darle un fuerte abrazo y decirle “te quiero”, mirarlo a los ojos y decirle “gracias”, esas palabras que son tan cortitas y tan necesarias para sentirnos reconfortados por dentro.
Un amigo es como una taza de chocolate caliente y ahora hace mucho frío, sería bueno caminar un par de cuadras a su lado, recuperando el tiempo de las cosas simples, que son las que hacen grande nuestra vida.
El 20 de julio de 1969 el hombre llegaba a la Luna y ese “pequeño paso” fue un “salto para toda la humanidad”. El doctor Enrique Febbraro, argentino, de profesión odontólogo, “un poco loco y un soñador”, afortunadamente, pensó que aquí en el planeta Tierra y entre nosotros podríamos darnos un apretón de manos para sellar el sentimiento de amistad y así nació el Día del Amigo. El propio Enrique me contó la historia hace unos años, de aquella vez cuando escribió un puñado de cartas, de puño y letra como se acostumbraba, las depositó en la boca del buzón de la esquina de su casa y a vuelta de correo recibió una bolsa cargada de sobres que llegaron de todas partes del mundo.
Dentro de poco tiempo Renzo Salvatore Antonelli irá al colegio. Sus manitos aprenderán a escribir con un lápiz negro al que seguro se le parte la punta de la emoción, las primeras letras que irán formando palabras. Casi puedo leer esa carta que llevarán al correo sus padres y que comenzará diciendo: “Querido doctor Horacio”.