Por Carlos Gelmi
De la Redacción
Diario El Litoral
El más mínimo sentido común indica que no es conveniente que se revuelvan las aguas cuando son muchos los pescadores que merodean por las cercanías con sus voraces redes tendidas a los cuatro vientos en busca de presas de cualquier pelo y color. No importan las marcas y calidades. Lo único que cuenta es la cantidad.
Y hay que apurar el tendido, pues desde la ya cercana costa, un irónico cartel dice “Paso” cuando, en realidad, todo está tan empantanado como cualquiera de nuestras rutas.
Avanzamos para atrás y la unidad de las alianzas se hace trizas en un juego de palabras cruzadas en el que todo comienza y termina en un sello, en la pelea por una escarapela y en la judicialización de cada caso para volver a empezar de nuevo...
La actividad política se ha limitado o reducido a voluminosos expedientes judiciales, a tediosos debates televisivos, a asambleas separatistas o de las otras, si me gusta me quedo y si no me agrada me voy y formo un nuevo partido.
¿Dónde estamos parados?
La Tierra sigue girando en un sentido y nosotros miramos hacia el otro sin darnos cuenta de que el colectivo ha cambiado de recorrido...
¿Todo está superado?
¿A quién se le ha ocurrido patear nuevamente el hormiguero, esta vez en medio del ajetreo político y nada menos que contra el sector más desprotegido de la comunidad, cual es el de los discapacitados?
Volver a repetir este cuento de horror que sólo a Drácula se le hubiera ocurrido, es caer en un golpe de mal gusto, de politiquería barata de los que utilizaron la falla como herramienta comiteril. Pero suspender aunque sea por horas el pago de las pensiones no contributivas para realizar un sondeo administrativo, es de una torpeza inadmisible, sobre todo teniendo en cuenta que ya tiene otros antecedentes, como las tarifas de la luz, etc.
¿No se puedo actuar con cautela, con lógica, con sentido común, con sensibilidad, con un cachito de inteligencia?
Tan burdo es el error que después se borró con el codo, que lo imperdonable se convirtió apenas en una travesura.
Como dijo una funcionaria: “Para la semana próxima todo estará superado”.
No, señora. Hoy. Nunca debió suceder algo así.
Un antes y un después
En medio de todos los males que nos aquejan -propios y extraños- el anuncio oficial admitiendo el error que se había cometido, fue una tormenta de alivio que saludó con alborozo las vísperas del Día del Padre.
Ahora, en la tibieza del hogar o del recuerdo, más de uno recién estará revalorizando la monstruosidad de ese pequeño error.
¿Se imagina usted, a su papá o su abuelo, pensionado por discapacidad, llegar el día de cobro y enfrentar a un oficinista que le dice con cara agria: “Usted no cobra más”, y chau...?
(Mejor no nos imaginemos nada...).
¿Cómo explicarle al abuelo que un robot-humano, frente a una computadora, determinó que él no merecía más esa pensión? ¿Por qué, desde cuándo y quién se la otorgó?
Dicen que hay pueblos enteros habitados por “pensionados” y hasta dicen, como anécdota, que una colonia de 380 habitantes tiene 422 pensionados... ¿Habrán investigado estos casos y de dónde salieron esos beneficios?
Porque la verdadera corrupción tiene un claro origen: ¿quién las autorizó, dónde está la documentación pertinente y los profesionales que certificaron las discapacidades?
Si no se sigue tirando del hilo, jamás tendremos el ovillo...
No sólo hay que enmendar el error, sino poner a salvo la credibilidad, porque cuando no se cree en nada ni en nadie, se empieza a perder la esperanza...
Falta información
Sin pretender sacarle el cuerpo a nuestra responsabilidad, los medios de comunicación tienen un rol fundamental que cumplir, a la par que las autoridades competentes, que no se deben abroquelar en un hermetismo inútil, sin cerrar la fluidez informativa con los sectores informativos.
Aquí, la sorpresa fue un detonante. Hubo una falla comunicacional que agigantó la angustia (y no era para menos), magnificó las especulaciones y propagó el temor.
Todo este zafarrancho se hubiera evitado si previamente se hubiera monitoreado el mundo de los pensionados por discapacidad y una vez detectados los casos sospechosos, citados para una revisión individual (sin suspensión de pagos), una vez detectadas las irregularidades, obrar en consecuencia.
Siempre informando con las pruebas de cada caso, antes de que esto se convierta en una historieta, como las tantas que conocemos y que no surgen contando, escondiendo la hoja del final: Báez, López, CFK, unos presos, otros candidatos...
El error repetido
Dicen que el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Será por eso que se los nota tan contentos a varios funcionarios, satisfechos de haber superado el nivel de animales por haber tropezado con la misma piedra más de dos veces?
Tarifas, luz, jubilaciones, jueces por decreto, etc., y ahora la borratina (luego suspendida) de las pensiones por invalidez.
Un error siempre es tolerable y perdonable. Dos también, sobre todo si el autor asume con rapidez su responsabilidad y se enmienda. Pero tres...
Empiezan las dudas, descartando, por supuesto, una mala intención. Un error es siempre involuntario. Pero la credibilidad comienza a crujir, los horcones de la confianza se tensionan en nuevo esfuerzo... y seguimos para adelante.
¿Cómo se explica esta nueva muestra de confianza?
A nadie se le puede ocurrir que algún apresurado del Gobierno no tuvo en cuenta que estamos en plena etapa electoral y que una decisión como la tomada -y luego corregida- podía perjudicar políticamente al Poder Ejecutivo Nacional. Simplemente, la tomó mal.
Lo cierto es que se produjo un jaleo bárbaro.
Los discapacitados -como los ancianos y los niños- son la franja más sensible de la comunidad.
La única forma de calmar el oleaje es que el Gobierno informe ampliamente sobre este espinoso asunto, con nombre y apellido.
Pero que no haya demoras ni excusas de ninguna especie.
No solo hay que enmendar el error, sino poner a salvo la credibilidad, una condición que está en juego en todos los órdenes. Y eso es muy peligroso, porque cuando no se cree en nada ni en nadie, se empieza a perder la esperanza...