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Amar desesperadamente

Es el estado extremo del extravío allí donde la sinrazón de no ser derriba la lógica de la certeza. Amando desesperada- mente, luchando a campo abierto armados hasta los dientes. 

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

La mayoría de los autores de poesías que pueblan la canción popular, si bien se suponen ficciones, han sido en verdad dolorosas realidades que las vivieron sufriendo.

Enrique Santos Discépolo, “el filósofo del pueblo”, las vivió cada una en carne propia. Una vieja historia que supo habitar las revistas dedicadas al espectáculo como “Radiolandia”, “Antena” o “Mundo Radial”, colección que mi madre se encargaba de leerlas, recuerdo que hablaron alguna vez de que Discépolo vivió un desliz que le otorgó un hijo -el único- en México. Un meticuloso Nicolás Sosa Bacarelli, en una nota especial para el Suplemento Cultura de Los Andes, publicada el 17 de octubre del 2013, justamente contaba esa apasionante historia vivida por el gran poeta argentino que yo, siendo chico, tuve la oportunidad de reservarme la duda. Por qué aún más se exalta, ya que ello dio lugar como no podía ser de otra manera, a un tango precioso de hondura y extravío: “Canción desesperada”. Sin embargo, evaluando las vertientes de dicho acontecimiento romántico, el autor Raúl Alberto March en su libro “Enrique Santos Discépolo, sus tangos y su filosofía”, sin  discrepar en sus convicciones alimenta otra historia. Allí, conforme al material en su posesión, asevera que el origen de la pieza se le vino en mente cuando Discépolo, visitando Mallorca en 1935, imaginó la vida atormentada de Federico Chopin con la posibilidad de poder revivirla con una poesía posible que podría musicalizarse, y que en realidad se produce recién en 1945. Ello no desvirtúa pero sí alimenta las versiones encontradas que el inconsciente popular tejía alrededor de su ídolo indiscutido.

Discépolo era un pensante prolífico que en sus trabajos autorales crea una forma nostálgica para el tango que cuadraba con su auténtica personalidad: muy sensible, a quien por observador afecta todo lo que ve y siente con una particular visión, de encontrar las palabras exactas, justas, que son sentencias que el propio pueblo las ha adoptado por auténticas y francas.

Sin embargo, decíamos, el rescate del periodista mendocino Nicolás Sosa Bacarelli me ha permitido saber que las insinuaciones de entonces han sido una cruda realidad que “Canción desesperada” se encarga de acentuar el mundo atribulado del autor, cuando Tania lo insta a volver a Buenos Aires y poner punto final a tan maravilloso estado amatorio. Estando en la ciudad de México en el año 1944, con Homero Manzi, el propio Agustín Lara, el gran autor de “María Bonita” y “Granada”, entre otras creaciones suyas, le dijo a la muy joven actriz Raquel Díaz de León, de tan solo 18 años: “Mirá, Discépolo es el Agustín Lara de Argentina”, a modo de presentación, y valía por tan importante obra poética musical del bien llamado “filósofo del pueblo”.

Flechados, con Raquelita tuvieron un hijo a quien llamaron Enrique Luis Discépolo. Enrique por su padre, Luis por su padrino Luis Sandrini. Claro, lo más triste es que toda historia tiene siempre un final inesperado: Tania, su pareja desde hacía un tiempo más bien prolongado -24 años exactos-, presintiendo lo fatal fue a buscarlo, interrumpiendo su gira latinoamericana y poniendo fin a un breve amor desesperado con un hijo en brazos. Muchos no se explican si su poco carácter, su forma casi sumisa de ser, la inexpresividad cuando debía imponerse, lo forzaron a volver apresuradamente a Buenos Aires imponiéndole distancia y olvido.

Tania era una artista nacida en Toledo, España, cuyo nombre era Ana Luciano Divis, y que integrando muy joven la Troupe Ibérica de Raquel Meller, cuyos primeros actores eran Teresita España y Pablo Palitos, en gira internacional recalaron en Buenos Aires en el Teatro Mayo y en el cabaret Maipú Pigall. Tania, en la Argentina, sumó a su repertorio tangos amén de cuplés, y eso le permitió conocer a Discépolo  y compartir de alguna manera su gran obra interpretándolo. Títulos que hablan de lo prolífico y la gran proyección popular que lograron cada uno de sus tangos: “Secreto”, “Malevaje”, “Qué vachaché”, “Yira, yira”, “Cambalache”, “Sueño de Juventud”, “Cafetín de Buenos Aires”, “Infamia”, “Chorra”, “Uno”, “Qué sapa señor”, “Justo el 31”, “Canción desesperada”, “Sin palabras”, “Tormenta”, “Desencanto”, “Alma de bandoneón”, “Infamia”, “Soy un arlequín”, “Quién más, quién menos”, “Confesión”, “Esta noche me emborracho”, “El choclo”, “Biscochito”. Discépolo fue, además, actor, comentarista radial, director de cine, guionista de cine y teatro; se lo recuerda en sus grandes actuaciones en “El hincha” y “Mateo”. Lo más destacable, su particular manera de ser en la amistad, en los afectos personales, en su capacidad para traducir las acciones y actitudes de la gente, sus luchas, sus esfuerzos, la grandeza y preocupación por los demás. 

“Canción desesperada”, que de alguna manera plantea una situación particular muy suya, expresa el extravío que el amor es capaz de producir en estado límite en él y en los demás. “¡Soy una canción desesperada!/ Hoja enloquecida en el turbión…/ Por tu amor, mi fe desorientada/ se hundió, destrozando mi corazón./ Dentro de mí mismo me he perdido,/ ciego de llorar una ilusión…/ Soy una pregunta empecinada/ que grita su dolor y tu traición…”. Y al final acomete con toda su fuerza desgarrada en el último verso: “¿Cómo una mujer no entiende nunca/ que un hombre da todo, dando su amor?/ ¿Quién les hace creer otros destinos?/ ¿Quién deshace así tanta ilusión?/ Soy una canción desesperada que grita su dolor y tu traición…”. Indudablemente, el extravío por la mujer que perdió, que se le fue dejándolo vacío por la exigencia de la primera. No pensó jamás, no imaginó el fin que le imponía Tania, ella también iba en busca de su amor. El tormento por corolario, porque el verdadero amor también es dolor. Enrique Santos Discépolo se apaga en Buenos Aires, el mismo año que filmó la película “El hincha”, un 23 de diciembre de 1951.

Su vida fue una paradoja que revelaba su gran sensibilidad en una fuente creativa inagotable y diversa, cuyas aseveraciones no han perdido vigencia jamás, y que junto a las personas comunes arremetía con su prédica destinada a reivindicar. Los poetas son así porque son humanos. Nos representan con todas sus contradicciones, porque todos las tenemos y muchas veces, aunque creamos que las controlamos, se escapan y nos perdemos detrás de ellas.

El gran poeta español Federico García Lorca se definió en 1936 en su último reportaje, lo que de alguna manera sirve para saber qué piensan los poetas cuando piensan: “Ni el poeta ni nadie tiene la clave y el secreto del mundo. Quiero ser bueno. Sé que la poesía eleva y creo firmemente que si hay un más allá tendré la agradable sorpresa de encontrarme con él. Pero el dolor del hombre y la injusticia constante que mana del mundo, y mi propio cuerpo y mi propio pensamiento, me evitan trasladar mi casa a las estrellas”.

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