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Una actitud positiva, pero realista

Las fechas especiales invitan a la emotividad, pero dejarse manipular por esas tentaciones impiden analizar escenarios con sensatez. A horas de iniciar un nuevo año es imprescindible adoptar una postura adecuada para que el cambio que propone el calendario sea una oportunidad de enfrentar los nuevos desafíos con inteligencia.

Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

Twitter: @amedinamendez

Las festividades de diciembre siempre llevan a repetir, casi sin pensar, un sinfín de frases y lugares comunes que mezclan tradiciones, algo de sana educación, de buena onda, pero también mucho de superficial trivialidad.

Nadie dice que esa dinámica deba interrumpirse o no deba utilizarse porque la idea de todos es contagiar de energía positiva llenando de entusiasmo a los demás para que se aborde lo que ya viene de un modo inminente.

Pero lo que ocurrirá en el futuro con los ciudadanos de cualquier país no sólo depende de la complejidad de la coyuntura, de las diversas circunstancias exógenas y de las perversas vicisitudes que se avecinan.

También tienen que ver con la actitud que cada individuo asume frente a las distintas alternativas que se presentan como factibles. En cierta medida, el resultado tendrá que ver con esa necesaria disposición personal respecto del panorama, que con todas las dificultades específicas que acechan.

Lamentablemente, demasiada gente cree aún en que los buenos augurios generan hechos maravillosos por sí mismos y es por eso que transmiten mensajes llenos de un alborozo casi mesiánico, como si recitarlo alcanzara.

Se le atribuye a William Ward aquella expresión que dice que “el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas”. Es muy orientativa acerca de la conducta óptima que debería asumirse, sobre todo en esos instantes en que todo parece muy difícil.

El país no dispone hoy de un horizonte plagado de buenas noticias. Ningún observador serio, ni siquiera aquellos a los que les convendría política y profesionalmente ofrecer una perspectiva interesante, se animan siquiera a prometer grandes mejoras, ni hablar de un mañana repleto de logros.

Catalogar a los “gurúes” como villanos o héroes sobre la base de que sus pronósticos sean trágicos o extraordinarios es perderse la oportunidad de escuchar y tomar nota de lo que eventualmente podría acontecer.

En todo caso, vale la pena registrar todas las miradas, tomarse unos minutos para reflexionar sobre esas explicaciones y considerar al menos las más razonables tomándolas como una referencia clave del futuro cercano.

No se trata de tomar posición sobre todo lo que dicen, sino de prestar debida atención a lo que mencionan personas con cierta legitimidad de opinión e información, y rescatar aquellos aspectos de mayor relevancia que podrían impactar en el recorrido que cada uno podría seleccionar.

Prepararse para un temporal o para un clima fabuloso no es un pecado, pero si lo puede ser ignorar con enorme terquedad esos datos, sólo porque no se desea recibir advertencias que no condicen con la percepción propia.

Es posible que el año que empieza en muy pocas horas sea muy complejo. Todo hace pensar que así será. Ni los más eufóricos esperan un gran despliegue y son muy moderados cuando difunden sus apreciaciones.

La mayoría de los analistas más solventes anticipan meses de tensiones sociales, de inflación elevada con recesión económica y una recuperación muy lenta que nadie se anima a ponerle una fecha estimada de ocurrencia.

En ese contexto, lo prudente no parece ser bloquearse torpemente, ni ofenderse con los que avizoran tempestades sino, en todo caso, evaluar distintas variantes para enfrentar los potenciales inconvenientes y sortear esos múltiples escollos que muy probablemente serán de la partida.

Actuar sólo en función de que “la esperanza es lo último que se pierde” o apelar a consignas mágicas como “esperar que salga todo bien” no es una estrategia lógica frente a tantas abrumadoras y repetidas exhortaciones.

En vez de dejarse estar mansamente y confiar eternamente en la suerte, en lugar de enfadarse con los supuestos agoreros y despotricar contra los que afirman que será una temporada brava con demasiadas turbulencias, lo que corresponde es agarrar con fuerza el timón y hacer las previsiones del caso.

Las cosas no funcionan porque sí o fracasan por un destino inmodificable. El azar no participa en ese esquema. Salvo excepciones muy puntuales, los resultados obtenidos son siempre la consecuencia directa de un intrincado proceso de muchos pasos, con determinaciones acertadas y equivocadas.

Si el plan ha sido diseñado con astucia, fue ejecutado con suficiente convicción y se han considerado las variables mas relevantes, las chances de tropezar, aun en un escenario desfavorable, son mucho menores que si no se hacen los deberes y se ha optado por desconocer la realidad.

A no equivocarse. Matar al mensajero no sólo no es la solución apropiada, ni resuelve tampoco el problema fondo, sino que se puede convertir en una garantía absoluta de un ciclo adverso con un solo responsable a la vista.

Va siendo hora de que cada uno se haga cargo de su propio sistema de decisiones. En tiempos de bonanza, pero mucho mas aún cuando el entorno es hostil, el progreso o inclusive la posibilidad de amortiguar los perjuicios, dependen sólo de uno mismo y eso es inexorablemente indelegable.

En todo aquello que resulta distante, en esos asuntos en los que aparentemente no se puede participar, también se debe hacer algo. Exigirle con vehemencia a los gobernantes y a la política, no conformarse sólo con lo que hay y dejar de tolerar lo inaceptable es parte vital del porvenir.

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