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Catalina Levin de Zentner o “los ojos cargados de mediodías”

Por El Litoral

Domingo, 22 de diciembre de 2019 a las 02:30

Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral

El primer contacto que tuve con la poesía de Catalina fue a principio de la década del 90 a través del mural de la plazoleta Italia de la ciudad de Corrientes. En el mismo, obra del grupo Arte/ahora, se acompañaba la imagen esgrafiada con frases de algunos poetas correntinos como Jorge Sánchez Aguilar, Martín Alvarenga, Gabriel Ceballos, Alejandro Mauriño, etc. Recuerdo que al leerla me pregunté quién sería aquella poeta que desde el muro me interpelaba junto al expresionismo elocuente de los trazos del inolvidable Juan Carlos Soto (y otros). Mi pregunta obtuvo respuesta muy pronto, digamos a unos doscientos metros del mural, en la desaparecida librería “Nueva dimensión”, donde de parado leí algunos poemas. Con el tiempo, esa lectura “de parado” se convirtió en “de sentado” en el también desaparecido café Mecca.
Si bien Catalina Levin escribe también narrativa, ella subraya especialmente su camino en la poesía. Veamos sus reveladoras palabras acerca de este camino: “Uno se pregunta muchas veces si existe ese instante revelador que nos devuelve el reflejo de lo que somos y lo que queremos ser. No sé cuándo sucedió, pero en algún momento impreciso e irrepetible supe que la pasión por vibrar en la palabra tenía para mí un solo camino: el de la poesía. Tal vez el lugar de mi nacimiento en Corrientes, una provincia mágica de la Argentina habitada por duendes nacidos de los mitos guaraníes, plenos de poesía y amor por la Naturaleza, tiene que ver con esta pasión por el destello, casi siempre inalcanzable y subyugante (…), mi niñez y adolescencia transcurrieron en Asunción (Paraguay). A los dieciséis años regresé al sortilegio de mi solar natal, donde permanecí hasta el año 2002 en que los vientos del destino me trajeron hasta Kfar Saba, Israel, donde ahora corren mis trabajos y mis días. Desde niña, alentada por las anécdotas de mis abuelos y mi padre, dejé volar mi fantasía y puse colores a mis sueños. Entonces, descubrí que escribir poesía era para mí una elección de vida”.
Dentro de las aproximaciones que podemos realizar a la palabra poética de Catalina señalaremos al menos dos: una de corte intimista: el amor hombre-mujer, el filial, las búsquedas existenciales, la instauración del sueño como proyección de la realidad: “… Y aquí me reconozco/ en duelo irrevocable/ de voces y mutismos/ de aullidos y temblores/ de gargantas selladas/ de llagas congeladas/ de ardores y cenizas/ de lágrima y espejo/ de cántaro y colina/ de todo lo que duele/ de todo lo que calma la sed/ y nos encierra/ en circulares sombras,/ sin medida ni tiempo...”.
Por otra parte está lo latinoamericano como sentimiento de patria amplia, cargada de esperanza; el camino de la identidad a través de la relación del ser humano con su entorno, la gravitación del paisaje en ese camino: “… Y nos tornamos duros/ como los minerales que duermen en su vientre./ Porque de cada piedra se nos pegó su fuerza./ Porque de cada orilla bebimos la frescura…”.

Muestrario mInimo

Somos Latinoamérica
Por todas las arterias de América
corre un río invisible.
En su garganta un grito
más que un grito un aullido
que sangra sin remedio.

Somos Latinoamérica.
Nos inventó el silencio 
    [de la cordillera.
Nos calentó las manos 
    [el sol del trópico.
Y nuestros pies llagados
encontraron descanso
en sus lagos azules.
Y nuestros ojos
hallaron el alivio
en su verde infinito.

La rosa de los vientos
nos dispersó hacia los cuatro 
    [puntos cardinales.
El viento de sus valles calchaquíes
nos tejió un mapa de arrugas 
    [en la frente.
Y nos tornamos duros
como los minerales que 
    [duermen en su vientre.

Porque de cada piedra 
    [se nos pegó su fuerza.
Porque de cada orilla 
    [bebimos la frescura.

Somos Latinoamérica.
Somos el río que corre 
    [en sus arterias.
Somos la noche negra de 
    [su cintura desgarrada.
Somos los tabacales y 
    [los algodonales.
Somos el maya y el azteca, 
    [el oro y la canela.

Somos sus islas
-hojas desprendidas 
    [de la rama madre-
aturdidas de sol y de palmeras
y también las australes
creada por Dios Viento
para estrenar su reino 
    [de silencio y misterio.

Somos las voces 
    [de los que ya no están.
Somos los ojos vigilantes 
    [que miran desde 
    [el fondo de la tierra.

Somos el río subterráneo 
    [que baja de las favelas
para lamer los pies 
    [del gigante de acero.

Recorremos de a una sus arterias
como si fueran calles 
    [de una ciudad,
la nuestra.
Y convergemos
hasta el corazón de Hispanoamérica
para insuflarle el aire que precisa
y permanezca
con los ojos volcados 
    [hacia adentro
para engendrar su nueva criatura
con la mirada azul 
    [de un tiempo nuevo.
Acaso sin palomas ni campanas.
Acaso en los umbrales 
    [de nuevos sufrimientos.

Somos Latinoamérica.
Somos el grito,
las raíces
la leyenda,
el verde lujurioso de sus selvas,
la rabia desbordada de sus aguas,
el viento blanco que 
    [dibuja perfiles
en las cumbres heladas,
los desérticos valles 
    [de calientes arenas,
el indio y el mestizo,
el cóndor y la piedra.

Somos el pan y el río.
El vino y el tabaco.
El sol ardiente del estío.
Somos las manos que acarician 
    [la tierra
y le ganan espacio 
    [a la avidez del agua.

Somos Latinoamérica.
Somos.
Por eso estamos, todavía.

Hacia el Poema
Sopla el viento
sobre las hojas pálidas
mi mano
no se atreve a interrumpir 
    [el sueño
de la blanca cubierta de papel
donde duermen ocultas 
    [las palabras.

Obstinado silencio
incolora condena
parálisis y ausencia
de figuras que juegan
a saltar las barreras
que separan las sílabas.

Y aquí me reconozco
en duelo irrevocable
de voces y mutismos
de aullidos y temblores
de gargantas selladas
de llagas congeladas
de ardores y cenizas
de lágrima y espejo
de cántaro y colina
de todo lo que duele
de todo lo que calma la sed
y nos encierra
en circulares sombras,
sin medida ni tiempo.

Relámpago entre pausas
cuando la luz explota
y la mano que tiembla
se encuentra con las letras.
Se enlazan
se iluminan
se encrespan
se devoran
se mastican
se besan
sucumben en orgasmo de delirio y condena
para hacer el milagro y engendrar el poema.

Frente al río
El sol derrama ardores 
    [de oro y vino 
el aire se curva dócil en los dedos 
tengo los ojos cargados 
    [de mediodías 
la boca se me llena de silencio 
la arena     
se quiebra en pequeñas amatistas 
y un pájaro desciende 
    [para plantear enigmas 
sobre la piel del agua.

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