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/Ellitoral.com.ar/ Cultura

Para cosechar el sol, pirincho

Por Paulo Ferreyra

Colaboración: Abel Fleita

Especial para El Litoral

Existen al menos dos momentos en los que puede recordarse al pirincho -o pilincho- en el litoral. Uno de ellos es en las siestas de sol hirviente, cuando nada parece moverse y hasta las aves callan, muy a tono con las comunidades que se mantienen en las casas con las radios encendidas a pilas, debido a la electricidad y sus eternos cortes. Allí la vocalización heroica es la del pirincho, casi como un fiel adorador del sol. 

Otro momento para acercarse a esta ave es en los días de lluvia, tanto solo como en bandada. Se lo puede observar juntos sobre una misma rama. Enteramente mojados y quietos, los copetes despeinados dejan al observador conmovido. 

Las fotografías que hoy nos acompañan fueron tomadas de siesta y por la tarde.  En el caso de la primera, es de esas radiantes, sobre un sector de costa de río. De ahí viene el fondo azul y la arena por la que se desliza a través de una larga caminata. En el otro registro se observa al pirincho sobre una rama de tala, en la que se destaca su lomo blanco. Las llegadas y partidas de los pirinchos, o pilinchos, son llamativas. Los arribos resultan una conjunción de movimientos de ramas y plumajes. Las partidas son lentas, rectas y eternas, vuelos que necesariamente buscan el sol. 

Despeinado 

Pirincho (Guira guira). Esta ave mide aproximadamente 36 centímetros y puede alcanzar un peso de 130 gramos. Se suele ver en bandadas, bullangueros. Habitan pastizales, arboledas, montes, bosques, áreas urbanas donde se ha adaptado, aunque es algo receloso de la gente. Es una especie bastante común. Se suele ver por las mañanas abriendo su plumaje dorsal y tomando el sol para calentarse. Se alimenta de insectos y pequeños vertebrados como ranas y lagartijas. En la zona pampeana es comúnmente conocido también como “urraca”. 

Un ave muy gregaria, es decir, se mueve en grupos tanto por tierra como en los árboles. Al pirincho le gusta el verano, pero se ha adaptado a climas más fríos. Para mantener el calor en invierno se apelotonan. Cuando el sol calienta, corren las alas y abren las plumas del lomo para captar calor. El nido es como un tazón de palitos, tallos, raíces. En él ponen huevos varias hembras. Los huevos, muy grandes en relación al ave, son de color celeste verdoso y tienen una trama calcárea blanca. Tanto la incubación como el cuidado de los pichones es realizado por varias hembras. Los pichones crecen muy rápido y a los 15 o 16 días abandonan el nido, aunque continúan siendo alimentados por los adultos.

La voz del pirincho es una serie de notas espaciadas en una modulación descendente, canto algo lastimero que acompaña con un movimiento de cabeza: “Kiu..., kiuuuu…, kiuuu..., kiorrr”. Además, emite una voz de alarma como un trino agudo seguido de notas ásperas: “kirrrrr”. En vuelo tiene un sonido bajo que repite con intermitencias, “ieo…, ieo…, ieo...”. 

Chamamé y aves 

De la infancia tengo grabado en mis recuerdos las frutas de estación, vecinos que recolectaban naranjas y mandarinas de descartes de la empresa Pindapoy. Otros, eran trabajadores en la empresa quienes siempre tenían una fruta a mano. A quienes laburan en el campo sacando la fruta se los llama despojadores. Todavía existe esta fuente de trabajo y está tan precarizada como los tareferos, los que cortan la hoja de yerba en las plantaciones de Misiones y Corrientes. 

Con la mirada puesta en ese trabajador del campo, Ramón Ayala, “El Mensú”, autor y compositor misionero, le puso canción bajo el título “Pilincho piernera”. Así hace alusión a sus plumas en el copete. Un parte de la letra dice “yo soy pilincho piernera y qué le vamos hacer,/ habré nacido pa' pobre, eso quisiera saber,/ yo soy el despojador,/ mi canasto naranjero”. Además de esta canción, Ramón les puso canción a oficios como el mensú, jangadero, cosechero, pescador, entre otros. Su canción del cosechero tiene cientos de versiones y muchos desconocen a su autor; sobre ese anonimato, expresó una vez al diario Clarín: “No me gusta esa idea de que la canción se haga anónima. No. Es una idea muy irresponsable, porque cuando la gente aplaude la vida de un ser humano, está aplaudiendo un desarrollo mental y de conocimiento. No es únicamente él o ella, es el tiempo y la vida que han ido trabajando en sus renglones escribiendo”.

Hace unos meses hablamos para otra sección de esta página con Andrés Bosso, coordinador del Programa NEA Aves Argentinas. En la oportunidad, nos contó que un ave que le gusta mucho es el pirincho. Que aquí en el litoral también se le dice “urraca” o “piojos”. “Tuve durante mucho tiempo el pelo largo. Al igual que el pirincho, que tiene plumas en su copete. A esta ave le gusta andar en grupo, en eso nos parecemos porque soy muy sociable. Es un ave que come de todo; en lo particular, también me encanta comer de todo. Toma sol, a mí me gusta tomar sol haciendo observación de aves. Nos gusta el calor. En mi caso, elegí para vivir el litoral como lugar de residencia por su clima, por su vegetación, entre otras cosas. Me identifico mucho con sus diferentes voces, me resultan interesantes”.

“Una gárgara de quejidos despeinados aspereza el aire de la tarde roja”, escribió Andrés en un poemario. “Escribí cuando lo escuché una vez en Misiones. Ser parte de un amanecer en la selva o en un lugar rodeado de trinos de los que no todos terminás conociendo, es un placer en la vida. Todo se hace una gran experiencia de vida. El libro se llamado ‘Luz natural, escritos tempranos’. Es sobre los cuatro elementos naturales. El agua, la tierra, el aire y el fuego. En el eje del aire hay 16 poesías que se llaman 16 vuelos, son prosa poética o poesía tradicional. Están inspiradas en plumas. Me gusta expresarme, me gusta escribir y me gustan mucho las aves”. 

Su voz llega más cándida, amable, risueña. Si pensamos las connotaciones de las aves, son todas positivas. “Vivo la vida con tanta alegría y con entusiasmo que también veo en las aves esa alegría, esa vocación por vivir. Es increíble que cuando a vos te dicen la palabra paz, en lo primero que pensás es en un ave. La realidad es que nuestra especie, en el siglo XX, podía haber imaginado otra imagen para la paz, un árbol, una nube, el sol. Picasso no fue un marquetinero y nos impuso la paloma de la paz. La paz terminó siendo un ave porque evidentemente hay algo atávico en nuestra especie que ve en el vuelo de las aves algo supremo. Algo interior hubo para que nos figuremos mayormente a las aves con imágenes positivas”, subrayó Andrés Bosso.

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