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Animo: el estado que mueve

Siempre las ganas fueron las animadoras de nuestra conducta en la ruta de la vida. Dependen de ellas. 

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Los países de Latinoamérica, en especial la Argentina, depositaria absoluta de Europa en educación, arriesgaría: costumbres, ambiciones, nivel superlativo de cultura, y una mirada constante al Atlántico en oposición con “Hombre mirando al sudeste” de Subiela, ya que nuestros sueños tenían otros destinos, era desembarcar en Madrid, Roma o París. Más de allá que de aquí nomás, como en su momento lo hicieron algunos notorios:  San Martín, Cortázar o Yupanqui. Pero claro, siempre fueron las ganas, el estado de ánimo que nos proyectaron. Siempre han sido por obra y gracia de ellas como lo fueron.

Ante la crisis que todo lo puede, el hacedor del reencuentro español de La Moncloa, Felipe González “Felipillo”, contó en su reciente estadía en Argentina, que desde el año 1984, los naturales de este suelo le preguntan por ello. Ya que significó el despegue en unión de los españoles, de la transición a la democracia. Lo define en una frase emparentándola con el desencuentro argentino, ya que la pregunta quiere saber cómo se unen los iguales pero lógicos disidentes, disconformes, que torna imposible hacer planes, soñar con algo mejor que nos empareje económica-política y socialmente. Remata acentuando lo primario y elocuente que siempre es la temperatura de un país, pero más que nada el diagnóstico preciso que habla de nuestras locuras sin remedio cuando nadie es capaz de calmarnos, tranquilizarnos, protegernos: “El estado de ánimo es peor que la crisis”, porque ella la alimenta ya que tiene viento a favor para prender y multiplicarse en llamas que hacen un buen fuego, para quien pretende un buen asado.

Me conmueven las frases que detonan verdades sin remedio pero que pueden fortalecer sumar para cambiar, vivir mejor, hacer lo imposible como reunirse en disparidad de criterios pero igual benéfico, pero sé que en la fortaleza de lo emprendido está la salida. Nada es fácil, pero es cierto que deponer actitudes ante el resto cuando las otras son buenas tomando las mejores nuestras es posible el atisbo de un encuentro que nos plantee más allá de los personalismos, consensuar todas o la mayoría, haciendo lo posible porque armonicen entre sí para vislumbrar una salida madura que tenga algo de cada uno. Las mejores. Las convenientes. Las dispuestas a unirse bajo el riesgo, pero creer otra vez que renacer es la eternidad de la vida, unidos y reunidos.

Decía que hay frases que me impactan porque las palabras amén de comprometer sitúan, establecen también otros mundos en que ellas logran la elocuencia, la convicción, pero también la estética que marca el arte de manejar una por una como piezas de ajedrez dispuestas a dar jaque mate.

Entrevistada por el periodista de “La Prensa” Gustavo García, la escritora barcelonesa Milena Busquets, de largo quehacer periodístico en medios de la península, dice en su reciente libro “Hombres elegantes” de Anagrama: “Parte de la belleza y de la brutalidad del oficio de escribir consiste, precisamente, en esa lucha, en ese intento vano, nunca triunfante, pero tozudo, como ir golpeando una pared en la cabeza, de acercarse al cero, de decir algo que no haya dicho nunca antes o nunca antes de esa manera.” El oficio de escribir también tiene esos percances por tratar de acercar, y aún mucho más cuando trata y se afana por no perder el estilo de buen periodismo, sufre y comprende, que no ver pone en peligro a los demás que forman parte de nuestra sociedad, es ignorar la realidad o mucho peor aún mirar para otro lado que raya en la desidia, en el desinterés que nos comprende a todos. Por ello las comparaciones que los dichos en frases memorables, en ayudas salvadoras, permiten dar en el clavo, se tornan en recordatorios elocuentes, irreemplazables de una historia donde el descreimiento, la frustración, incendian todo a su paso con detonantes fulminantes como la depresión, la angustia y el pánico, que son la consecuencia final.

Decía, ese hombre joven, genio brillante, creador de la línea Apple, Steve Jobs: “Se necesita poner amor en todo lo que acometamos, porque es la única forma de elaborar la perfección.” Amar lo que hacemos. Esa actitud con forma poética es la fuerza capaz de aniquilar la desazón, recuperar lo perdido tomando conciencia que todo tiempo empleado es una estación no establecida que demora nuestra llegada a la meta al que le debemos amor y ganas. Al objetivo. Porque o si no es correr desesperadamente en búsqueda del horizonte, y cada vez que llegamos a él se adelanta 100 metros más adelante, y nunca podemos arribar al final allí donde se juntan tierra y cielo. Es una carrera empecinada que no llega a nada, y un país es como un sueño en busca de hacer realidad todas las utopías.

Lo tiene muy claro Jorge Lanata cuando el 25 junio de 1997 participando como panelista de las Jornadas de Periodismo y Etica, dijo: “Lo que no tenemos que hacer es traicionarnos y después hacer nuestro trabajo. Es difícil, porque suena fácil decir “nuestro trabajo”. El nuestro como el trabajo de cualquiera, es difícil tener ganas siempre. Pero es lo correcto: hacer nuestro trabajo y tratar de hacer lo mejor que podemos.” Un país no debe traicionarse, debe levantar como sea el espíritu hasta lograr el alcance que derogue para siempre el desánimo y viva en plenitud, ese entendimiento que forje un esperado reencuentro para acometer y modificar las frustraciones.

Esas ganas hoy deterioradas por un estado común de desazón, no debe traicionarnos porque aviva el fuego de una crisis sin salida. Solamente deponer actitudes valederas y justas por otras de idénticas bondades, es como poner en la mesa los naipes que darán un ganador. Pero nuestras ambiciones tienen que ser mayores, salir entre todos victoriosos. Ir despojándonos de todas nuestras angustias como quienes se despojan ante el mundo, avivando el combustible de las ganas. De ese estado de ánimo lacerante que hoy detiene la marcha porque el miedo a no saber adónde vamos, lo hace incierto. Luchar por lo propio dejando afuera banderas, pancartas, consignas que nos diferencian, nos aleja y nos destroza. Tratar de igualarnos si queremos coincidir para saltar y superar el gran muro de la postergación, haciendo un último esfuerzo que nos reúna, cada uno con su opinión, pero capaces de abrazarnos en un país soñado, serio, con certeza.

Decía, Yupanqui, cada vez que vuelvo a Argentina, deseo encontrarme con un país más cabal donde los políticos se dejen de mentiritas que alejan y desencuentran. Más preciso y poético es Armando Tejada Gómez que nunca le disparó al bulto, tratando de “embarcarnos a todos”. “No es bello saber que todos / vamos en el mismo  barco...? / Políticos, presidentes, / honorables ciudadanos: / ahí va esta flor del oficio / tonadero de mi canto: / sobre la rosa del viento / la Patria es un dulce aroma, / navegando.” /

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