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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Pasapalabras

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Un juego de palabras, donde ellas con un valor de un capital que no decrece ni se paga menos, hablan de por sí expresando las estupideces de una Argentina lanzada a la política fuera como fuera. Ya no existen proyectos sino claramente urgente necesidad de ubicar a todas las familias, para que desde los fueros se aseguren un “conchabo” que no se devalúa.

Un amigo, que trabajó como profesor universitario en los Estados Unidos, pero con un amor esplendoroso y sincero a su tierra, la nuestra, menciona siempre el paisaje de chiquilín de entonces compuesto por el “Puente de Vargas”, tan bien pintado por “Piním” Palma en su hermosísimo “Riachuelero”, sin temor a equivocarse, tomando palabras más que elocuentes dibuja un panorama que lo sintetiza: “Argentina es una bolsa de gatos”. Es una serie de peleas que fueron reafirmándose hasta copar el todo contra todos, mientras las sentencias se aguantan sosteniendo en prolongado by pass a quienes caen por su propio peso con el agravante de haberse robado medio país.

Han sido las palabras que en frases casi como órdenes tácitas, han engendrado claros ejemplos de un país que de pronto merced la política blanqueó ese interior que el común de la gente, entonces, jamás lo conocimos. Hoy, amén de ser detestables, denota un staff que se sigue enriqueciendo con las dádivas del Estado, y que sin embargo ya no existe vergüenza sino como un marcado orgullo de dinero mal avenido que protege, eleva, “dignifica” a una clase cada vez más numerosa.

Son palabras tan populares que se integran al quehacer de consumo donde agotamos pasión y bronca. Casi una vía masoquista, para conducir, palpitar e intuir derrotas a mansalva, es que hace más de 20 años, que no obtenemos Copa alguna de real valor en el fútbol. No escapa a nadie las discusiones ríspidas que hoy se dan en cualquier medio, ya que les imprime de rápida masificación, porque se consume lo que no se piensa. Recientemente entre Ruggeri y Menotti, este último le dijo: “Que el fútbol es orden y aventura”, pero primero se debe ganar jugando, y no “ganar antes que jugar.” Acentuaba bien el maestro que el fútbol no debe escapar al orden perdido, y luego como también lo recordaba Dante Panzeri, un lugar para la aventura de la espontaneidad. En un marco de orden. En una planificación como punto de partida, y desde esa perspectiva de certidumbre dar riendas sueltas a la creatividad que es la aventura pura de la creación. Por si fuera poco y a manera de reproche, Menotti salvó una verdad olvidada que es el del respeto a través del conocimiento: “De vez en cuando es bueno ganar un libro”. Que no todo tiene que ser palabras agraviantes, sino que del respeto del conocimiento ante una persona con un rico profesionalismo, cabe tomar las distancias prudentes para que la crítica tenga hombría de bien. Y los libros dan conocimiento, proporcionando el abc del respeto mutuo. 

Leer un buen libro ya no como la vía de erradicación del respeto, sino como la existencia del conocimiento es saludable. Idóneo porque conocer hace la diferencia. Uno de ellos, un periodista de gran talento, el uruguayo Eduardo Galeano quien durante 10 años en la peligrosa gesta de los días de plomo, fue el Director del Diario Crisis que daba riendas sueltas a la política bien entendida, a la cultura; acompañaba la lucha del hombre en su arduo camino hacia el estado de bienestar. En “El libro de los abrazos”, Eduardo Galeano hace gala del buen manejo de las palabras, las frases y el idioma, hablando de un medio totalizador como la televisión, cierra a manera de resolución anecdótica: “La televisión se propone adular a los que mandan en el río de La Plata, pero sin quererlo cumple una ejemplar función educativa: nos muestra las altas cumbres y en ellas delata la tilinguería y el mal gusto de los triunfantes cazadores de dinero. Debajo de la aparente estupidez, hay verdadera estupidez.” Es casi como el “pasapalabras” inaugurada hace poco por los argentinos, sin importar los destinos y de qué manera lanzamos al aire tanta mediocridad con abundante populismo dialéctico, que habla de la pobreza de expresión y más que nada del detonante silente como querer apagar el incendio con nafta.

El peligro de las palabras depende de cómo se las maneje. Eduardo Galeano era un maestro prudente y certero. Decía mucho más y no eran frases que la ignorancia hizo populares hoy. En el mismo “Libro de los abrazos”, él asevera quiénes son Los Nadies. “Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte, pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.”

“Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folclore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.”

Las frases son huecas si no tienen sentido. Parecen consignas pergeñadas con viveza. A veces son deseos callados aún en bruto sin que nadie las haya conformado, para que su elocuencia posea razón de ser. Hablar por hablar. Decir por decir creando de la nada frases destinadas a no decir nada, sino a infundir bronca, porque en vez de avanzar retrocedemos irremediablemente.

Hay gente que ubicó a la palabra en su lugar justo y por ello brillaron, por ejemplo, José Ingenieros en su tratado “El Hombre Mediocre”, sitúa su idea central: “Sólo el digno y el libre pueden tener una patria. Cuando los intereses de la mediocridad sobrepónense a los ideales de los espíritus cultos, que constituyen el alma de una nación, el sentimiento nacional se corrompe: la patria es explotada como una empresa.” O, los poetas, jugados, distinguiendo las fallas de un país injusto. Por ejemplo, Armando Tejada Gómez cuidando cada palabra: “Así es: con las palabras / no se puede hacer otra cosa que palabras. / Pero tengan en cuenta / que a partir de una de ellas: cualquiera, la más yerma, la vida toma forma aunque sea un instante / como un helecho, como / una vértebra fósil o un número infinito / sumado y calcinado por las constelaciones / y cuya eternidad debe ser pronunciada.”

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