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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El hombre público más importante del siglo XX

“No concibo una revolución sin una ideología que le de sustento filosófico. La ideología, origen de todas las transformaciones humanas, es imprescindible cuando por lo menos se intenta saber lo que se quiere” (Juan D. Perón. Agosto de 1968).

Por el Centro de Estudios y de Investigaciones Históricas “Juan Domingo Perón”

Hace 45 años, un fatídico 1º de julio de 1974 se producía el deceso del hombre público más importante que haya reconocido nuestra Patria a lo largo del siglo XX, tan importante que, la ideología y los principios de su paternidad y la impronta de su recia personalidad política se continúa proyectando a la Argentina de nuestros días, por constituir la fuente inagotable de la revolución inconclusa que reclama nuestro pueblo.

Es bueno recordar que la vida política nacional a lo largo de tres décadas transitó sin interrupciones por el meridiano de las decisiones políticas de un hombre que, fue tres veces presidente constitucional de los argentinos y siempre respaldado -en una etapa signada por la proscripción y el fraude- por la voluntad legitimadora de su pueblo, al cual le fue fiel con una lealtad difícil de parangonar.

Forjado en las filas del Ejército Sanmartiniano al cual brindó tributo a lo largo de su vida, tuvo el mérito de torcer el rumbo de la historia, cuando el 7 de agosto 1945 le advertía a sus camaradas del Ejército en la Escuela Superior de Guerra: “La Revolución rusa es un hecho consumado en el mundo. Hay que aceptar esta evolución. Si la Revolución francesa terminó con el gobierno de las aristocracias, la Revolución rusa termina con el gobierno de las burguesías.

Empresa el gobierno de las masas populares. Es un hecho que el ejército debe aceptar y colocarse dentro de la evolución. Eso es fatal. Si nosotros no hacemos la revolución pacífica, el pueblo hará la revolución violenta”.

Así iniciaba el ciclo de una etapa revolucionaria parida por el subsuelo de la Patria sublevada un 17 de octubre de 1945, más tarde legitimada por la voluntad popular en los libérrimos comicios del 24 de febrero de 1946, la que marcaría el fin de la partidocracia liberal de la tristemente célebre “década infame”, aquella del fraude patriótico, del Pacto Roca-Runciman, de la Ley de Coordinación del Transporte y de las corruptas concepciones a la Ciade y a la Cade, la Argentina de la división internacional del trabajo y de las ventajas comparativas, tributaria colonial con sus materias primas y con la mano de obra barata de nuestro pueblo de la Inglaterra industrial-imperialista.

Se iniciaba la etapa de la industrialización sustitutiva de importaciones, de los Planes Quinquenales, de los primeros pasos de la industria siderúrgica con la Ley Savio y los Altos Hornos de Zapla, del desarrollo industrial automotriz de Córdoba a través de la Iame, y de la política de creciente participación de la clase trabajadora en la distribución de la renta nacional.

Ese hombre público a quien hoy honramos su memoria, tiene el mérito histórico de haber nacionalizado los resortes estratégicos de la economía nacional hasta entonces en manos extranjeras, y un hecho no menos trascendente, el de haber dado jerarquía constitucional -fundado en el interés social comprometido- a la estatización de los servicios públicos (transporte, teléfonos, energía eléctrica, gas y agua), hasta entonces en manos de concesionarios privados, salpicados por el flagelo de la corrupción.

Tras romper la atadura colonial que nuestra Patria tenía con Gran Bretaña, el Gral. Perón tiene el mérito histórico de haber impedido que ella se convirtiera en una neocolonia de Estados Unidos, la potencia imperialista emergente de posguerra. No es accidental que en nuestros días, la intelligentzia “progre”, la oligarquía nativa (el stablishment dominante para los círculos áulicos), los exponentes políticos del neoliberalismo en el poder y sospechosamente muchos de los que se dicen “peronistas”, ocultan -en algunos casos por ignorancia y en otros por insidiosa maliciosidad- que, hacia el año 1946 con la sentencia lapidaria: “Constituye un engendro putativo del imperialismo”, el Gral. Perón -entonces en el gobierno- se opuso no sólo a la incorporación de nuestra Patria al FMI y al Birf (Banco Mundial), sino también a resignar la soberanía nacional a los Acuerdo de Bretton Wods de 1944, en cuya oportunidad, Estados Unidos imponía al mundo capitalista al dólar como patrón monetario internacional, moneda de reserva de todos los Bancos Centrales de los países miembros y unidad de cambio para el comercio internacional. Más tarde a través del Banco Mundial, Estados Unidos cerraría el ciclo de la dependencia neocolonial con la creación del Ciadi, un tribunal internacional que convierte en letra muerta el sagrado principio de la “inmunidad soberana de los Estados”.

Con su autorizada opinión sostenía hacia el año 1975 el prestigioso historiador uruguayo Vivian Trías: “En ese momento el poderío de Estados Unidos le permitía organizar según sus intereses la economía del mundo capitalista. En Bretton Wods (USA) se configuran las instituciones que han de encausar la internalización de la economía norteamericana y la norteamericanización de la economía internacional. Son ellas: el FMI, el Birf, y ante todo el “gold exchange stándar” a través del cual el dólar se entroniza como patrón monetario internacional” (Vivian Trías. Revista Crisis Nº 28. Bs. As., agosto/1975).

Ese hombre público -cuyo movimiento político (el justicialismo) fue proscripto durante 18 años por considerarlo la oligarquía incompatible con el sistema demoliberal y él mismo declarado interdicto y condenado al exilio por igual período-, tiene el mérito histórico de haber incorporado a nuesta Patria con la Reforma constitucional de 1949 en la senda del constitucionalismo social, corriente de la cual fueron pioneras la Constitución mexicana de Querétaro de 1917 y la Constitución alemana de Weimar de 1919, a la cual seguirían en el curso de los últimos años las Constituciones de Cuba, de la República Plurinacional de Bolivia y de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, esa que en nuestros días intenta abrogar la oligarquía venezolana con el apoyo de Estados Unidos.

Esa reforma constitucional (derogada por un bando militar de la tristemente célebre “revolución fusiladora”), constituye por su contenido la síntesis de la ideología peronista y substractum de lo que debe ser la plataforma del Partido Justicialista, en particular, la nacionalización del dominio de los hidrocarburos y de las minas (no accidentalmente provincializadas por la Reforma constitucional de 1994, producto del Pacto de Olivos) y la estatización total de la explotación del petróleo y del gas en todas sus etapas como en los tiempos de las emblemáticas YPF y Gas del Estado, en la línea histórica del Art. 40 de la Constitución Justicialista y de las sabias enseñanzas de los Generales Mosconi y Baldrich.

Condenado al exilio e interdicto políticamente y proscripto el Peronismo de todos los eventos electorales, no le quedó al pueblo -a las mayorías populares proscriptas- otra opción que la resistencia a través de las históricas movilizaciones lideradas por el movimiento obrero, y a la postre, la violencia armada y el enfrentamiento fratricida entre los argentinos. En ese contexto histórico y enfrentando la trapisonda electoral del “gran acuerdo nacional”, concebido por Lanusse y su camarilla (la democracia ficta, del Peronismo sin Perón), retornó a la Patria hacia el año 1972 y definitivamente el 20 de junio de 1973.

En esta última fecha y en lo que debió haber sido para la historia el reencuentro de su líder con más de 2 millones de almas (la concentración más multitudinaria de la historia), se convirtió -por la intolerancia absurda y mezquina de facciones-, en la mayor frustración política vivida por el pueblo peronista y obviamente por el Gral. Perón. Su mensaje fue: “La unidad nacional para la reconstrucción y la liberación nacional, para consolidar la democracia en paz y para poner fin al ciclo histórico de las dictaduras militares, que tanto daño habían ocasionado a los argentinos.

No fue comprendido por la intolerancia política de unos pocos y por resistencia natural de los sectores del privilegio y de la dependencia. No obstante ello, durante su breve gestión de gobierno (menos de un año) continúo y profundizó la política de concertación social de la cual fue pilar fundamental el Pacto Social: CGT-CGE (“la más progresista de la historia”), concertación que permitió la estabilidad monetaria, el congelamiento de los precios de los artículos de consumo popular, el fortalecimiento de la industria nacional y el pleno empleo, y la creciente participación de los trabajadores en la renta nacional.

A ello se sumó el Plan Trienal y su objetivo: fortalecer el rol del Estado en la economía y la nacionalización de los resortes estratégicos de la economía nacional, liberándonos de las ataduras de los condicionamientos externos impuestos por el imperialismo a través del FMI, a cuyas recetas neoliberales se sometió el país a partir del golpe faccioso de 1955.

Su último mensaje del 12 de junio de 1974, fue una ratificación a la coherencia política, y el último para la conciencia colectiva de los argentinos de nuestros días: “Yo vine al país para unir y no para fomentar la desunión entre los argentinos. Yo vine al país para lanzar un proceso de liberación nacional y no para consolidar la dependencia… Yo vine para ayudar a reconstruir al hombre argentino, destruido por largos años de sometimiento político, económico y social…”.

En nuestros días en que, el brutal endeudamiento externo y las recetas neoliberales-monetaristas del FMI, hacen estragos en la economía nacional, profundizando la brecha de la desigualdad social y los índices de pobreza y de indigencia en nuestro pueblo, se hace imposible soslayar las lecciones de la historia y la contemporaneidad de las sabias enseñanzas del Gral. Perón.

Al cumplirse este 1º de Julio de 2019 un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad del General Juan Domingo Perón, sentimos el compromiso militante de enmarcar la proyección de su pensamiento revolucionario en la línea histórica liberadora, signada por el genio de San Martín, la voluntad soberana de Rosas, la impronta popular de Yrigoyen y la proyección de la doctrina y del pensamiento revolucionario del Gral. Perón.

Ramón A. Salazar Peleato; Norberto S. Soto; Hector O. Castillo; Juan M. Roldán; Carlos A. Cassarin; German Wiens; Ramón A. Gómez; Daniel A. Bordón.

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