Viernes 26de Abril de 2024CORRIENTES23°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$853,0

Dolar Venta:$893,0

Viernes 26de Abril de 2024CORRIENTES23°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$853,0

Dolar Venta:$893,0

/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Pandemia: pensar con imágenes

La radio anunciaba 49 nuevos casos de covid-19 en Corrientes. Ese mediodía nos enteramos de que murió un médico peruano que trabajaba en una sala de atención barrial. Aquel día fue el 12 de septiembre del año de la pandemia.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

El viento cálido del nordeste insistía hace semanas y la peste, lejos de irse con el aire, empezaba a instalarse como algo cotidiano manifestado en números de casos nuevos, internados, aislados, dados de alta o muertos. Intentaba recordar obras de artistas locales que representen, cuenten o sugieran temas relacionados con la enfermedad, la fe, la esperanza de la cura, o la muerte. En simultáneo buscaba las imágenes de otros artistas que habían abordado esos temas.

Aparecieron, “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, de Juan Manuel Blanes, histórica imagen de José Roque Pérez y Manuel Gregorio Argerich mirando a una mujer muerta, tirada en el piso, y un bebé buscando su pecho para alimentarse. O la “Ciencia y caridad”, un cuadro de 1897 que pinta un joven Pablo Picasso en Barcelona, y “La extracción de la piedra de la locura”, del Bosco. Reaparece la inquietante imagen de Frida Kahlo sobre el sufrimiento físico en “La columna rota”, o Rembrandt con el memorable cuadro “La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp”.

Luego recorrí mentalmente la “Historia clínica” de Fernanda Toccalino. Los altares devocionales y santos intervenidos de Blas Aparecido y las obras de Julia Rossetti acerca de los límites o los ciclos de la vida y el umbral de la muerte. Hablando del tema, Fernanda me recomienda las fotos de Amelia Presman. Cuando las vi, me emocioné e inmediatamente la llamé para conversar también. Durante varios días hablé con cada uno de ellos.

Intenté ver desde otro lugar lo que nos pasa, superar la diada hegemónica de pandemia versus economía, porque simplifica, hace meses, nuestros pesares mientras se dilatan las soluciones. Esta nota plantea un recorrido por las obras de estos artistas para ver en sus propuestas estéticas algo que resuene en el presente. Todas dicen algo de los padecimientos de los enfermos, la fe del creyente ante los dolores del cuerpo y del alma, los arcanos de lo humano y sus límites, tal vez la cura. Hablan, en definitiva, de los misterios indescifrables de la vida y la muerte. Trato de saber si es posible la pervivencia de esas imágenes y si dibujan en el presente nuevas interpretaciones, mueven a alguna  emoción, trasmiten un latido de vida o lo que queda de ella.

FERNANDA TOCCALINO

—¿Cómo comienza la serie de obras relacionadas con la biología, la enfermedad, la posibilidad de cura, los remedios?

—Creo que todo arranca con una obra que quiero mucho: “Índice” (1997). Es justamente eso, el índice de un libro de ciencias para niños. Es italiano, de donde son mis ancestros. Es de fines del siglo XIX y tiene bellos grabados. Explica a modo de juego una serie de experimentos para hacer en casa y comprender hechos científicos. Cada título es una hermosa metáfora que asocié a momentos vividos: lo transformé  en obra. “Atrapé” en cajitas, a modo de memoria,  las cosas que quería guardar de entre las enunciadas. Taché en ese “índice” lo que ya fue hecho y destaqué lo que quedaba pendiente. Hice un balance personal, en modo romántico, de expectativas cumplidas e incumplidas. 

“Herbario” es otra obra de esa serie, en donde lo científico aparece desde lo terapéutico. Clasifico las plantas medicinales; hablo de la enfermedad y de la cura. 

—¿Cómo fue el proceso de la serie “Historia clínica”?

—“La última cena” es el cambio que da pie a la serie “Historia clínica” (1998). Ahí la ciencia deja de estar en casa y de ser un juguete, para encontrarla en la institución hospital. Aparece el cuerpo biológico, desmembrado y doliente. 

En ese período se expresó con más fuerza el paralelo entre el pasado y el presente, el tiempo y la angustia ante la finitud de la vida. Siempre hubo un regodeo melancólico en torno a la muerte.  En un principio renegué de exponer mi vida personal, pero después, un poco gracias a la indagación y socialización generada por las clínicas de producción y análisis de obra, claramente me centré en ella y me proyecté a los otros.

El mundo de la ciencia viene del lado de mi papá: él era médico y falleció muy joven. Reencontrarlo en la obra motivó mi trabajo.

—¿Qué elementos están presentes en las obras de esa serie?

—Aprendí a imprimir heliografías con Graciela Sacco, en los hermosos encuentros de grabado que organizaba Beatriz Moreiro, y quedé fascinada. Rápidamente las incorporé, me permitieron agrandar los tamaños de las obras y presentar de modo más directo a las personas: aparecieron los médicos y los enfermos usando archivos de mi papá y de internet, que en ese entonces no era tan habitual su uso. Las imágenes duras contrastaban con la fragilidad del papel. 

Además, están presentes los biombos; ellos resguardan la intimidad, pero también atrapan la mirada y el deseo de ver lo oculto. Despiertan el morbo. Están los azulejos, fríos, blancos, asépticos. Son elementos que remiten al ámbito hospitalario y provocan cierto rechazo, comprometen las emociones y los sentimientos. 

En esa serie también aparece la germinación del poroto, esa que hacíamos en la escuela con el frasco y el papel secante.

—¿Por qué la germinación?

—Porque en la germinación se ve el ciclo de la vida. Una semilla tan poderosa de la que, al humedecerse, puede brotar una planta o generar que explote, como la obra de Víctor  Grippo (“Vida, muerte y resurrección”). Pero la verdad es que el 99 por ciento de las germinaciones que hice, terminaron pudriéndose, muriendo… También hice un paralelo con los bebés, en particular con los prematuros. 

—¿Qué te movió a hacer esta serie? ¿Qué profundidad tocó?

—Tal vez sea anecdótico, pero estaba embarazada de mi primer hijo. La felicidad se mezclaba con los miedos. La fragilidad de la condición humana y la responsabilidad ante esto. 

En el 2001, motivada por la crisis social y económica, mi obra da un nuevo giro, responsabilizando al Estado por la situación y esperando que solucione los problemas. Y es en esos momentos en que se visibilizan las falencias de las instituciones. 

Representé con elementos de limpieza (trapos de piso, jabones, lavandina, plumeros, escobas) al gobierno, la burocracia, la Iglesia, la policía y la escuela, con intención de purificarlas.

—¿Cómo y por qué surgen las postales “Hasta mañana” y “Promesas”?

—Porque, finalmente, vi que la sanación se trataba también del encantamiento y el conjuro de la fe. “Hasta mañana” es una acción postal. Desde septiembre de 2005, cada día, todos los días, envío por correo una postal que dice “Hasta mañana”, y en el reverso la postal lo reafirma con un “te lo prometo”. Es un pacto que hice con miles de personas: les aseguré que voy a estar. Es un gesto que no termina, es la esperanza de continuidad que se renueva a diario. Es la vida. Llevo registro en un cuaderno a quién fueron enviadas, y hay algo mágico en ese vínculo, de complicidad. También hice amuletos dotados de virtudes mágicas que protegen de todo lo imaginable o ayudan con misterioso poder a conseguir o evitar cosas. Ese poder “amigable”, de buena onda, es el que me interesa. Genera una relación vincular fascinante y estimulante. Realmente disfruté mucho haciendo esta colección de más de cien amuletos.

—¿Hubo una resignificación en esta situación de pandemia?

—La muerte ya no es una sensación individual y autorreferencial sino que pasó a ser colectiva, a estar todo el tiempo presente. Miramos listas, comparamos cifras, consideramos opciones para los pendientes…

La cuarentena me dio tiempo interior. Dentro de casa y mío. Me dio tiempo para pensar que no hay tiempo. Ordené mis espacios y las obras aparecieron. Volvió la idea de legado, de qué dejo y de qué cosas me deshago. Otra vez el balance. Me edito para cuando no esté. Recorrer esos espacios íntimos que no se ven a diario y la idea de elegir, qué guardo y qué suelto, lleva implícita la idea de final. Esta posproducción es una tremenda y desgarradora tarea; es mi obra hoy.

Las obras pueden verse en:

fernandatoccalino.pb.online

AMELIA PRESMAN

—¿Cuándo y por qué surge esa serie de Farmacia? ¿Cómo se llama? 

—La serie “Química y pasión. 60 años de la Farmacia Corrientes” surgió en el año 2017 y lo que me impulsó a realizar el relato fotográfico el modo de trabajo de ese establecimiento: en paralelo a una industria que impulsa las cadenas de droguerías cual supermercados de medicamentos; existen otros, como lo es este, que se remontan a los orígenes de la farmacopea.

Me refiero al vínculo humano entre el especialista y quien consulta. La gente no va solo con una prescripción médica, sino con inquietudes propias a un local que produce jarabe antitusivo, crema para paspaduras de bebés o callos, líquido para combatir la rosácea o para dejarse de comer las uñas, ungüentos, por señalar algunos ejemplos.

Recibir la inquietud, despejar dudas, explicar el tratamiento, derivar a un médico si correspondiere, son acciones cotidianas que se realizan de modo muy humano.

De alguna manera también sentía que al trasponer las puertas de la farmacia, estaba retrocediendo en el tiempo. De niña acompañaba a mi papá y hasta la fragancia tan particular que impregna el lugar -el aroma de las vitaminas del grupo B- la seguía percibiendo en el ambiente.

La Farmacia Corrientes es la más antigua de la ciudad. Ya con ese mismo nombre pertenecía primero a un armenio, un señor de apellido Eurnekian. Luego la adquirió don Julio Fridman, quien desde hace 6 décadas lleva adelante el local, junto a Gerardo, su hijo.

Don Julio es un amigo entrañable y creo que ya -hoy por hoy- es imposible distinguir la farmacia de él mismo.

—¿Cómo fueron los registros? ¿Cuánto tiempo pasó durante el proceso?

—A la Farmacia Corrientes fui en numerosas oportunidades a lo largo del 2017 y 2019. Don Julio y Gerardo me dieron acceso completo a todo el local, así que cada visita fue una oportunidad maravillosa de permanecer horas observando. Mientras tanto tomaba mate con Ercilia o Alejandra; Javier me enseñaba los objetos que hoy forman parte del museo de la farmacia; Gerardo mostraba la maquinaria con la que se elaboran los comprimidos en diferentes tamaños… Don Julio me contaba de sus inicios y me mostraba uno de sus valiosos tesoros: su primer libro de farmacia… Esa forma de trabajo pausado me dio la posibilidad de compartir mucho tiempo allí.

En general, cuando los proyectos que inicio son de estas características, es decir, no son inmediatos, luego de obtener las imágenes viene -para mí- una etapa de “sedimentación”. Hay que dejar reposar lo obtenido y aquietar las emociones. No apurar nada. Y más adelante ya comenzar, sí, con la selección y edición. No resulta sencillo condensar ese período de tiempo en un relato de 10 o 12 imágenes.

—¿En pandemia hiciste una relectura de esas fotos y su contenido?

—La crisis sanitaria que estamos viviendo creo que obligó a replantear la esencialidad de muchas áreas, y definitivamente la farmacéutica es una de ellas. Con todos los cuidados necesarios, la Farmacia Corrientes nunca dejó de trabajar, porque su rol es fundamental. Una puede permitirse renunciar a mucho, pero la medicina y los medicamentos son básicos. Allí estuvieron, con las puertas abiertas.

—¿Qué te motivó a trabajar en la serie “Amelio, ensayo sobre la voluntad”? ¿Cómo fue el trabajo y tu implicancia en ese proceso?

—Se trata de un ensayo fotográfico sobre mi papá, Amelio. El ensayo visual pretende recuperar su infancia; su adolescencia traumática, su recuperación, el atentado que sufriera junto a la familia por la activa trayectoria política de izquierda en la década del 70; sus propios cuestionamientos existenciales, y el modo de ejercer una psiquiatría humana.

Una de las acepciones de la Real Academia Española define la voluntad como “intención, ánimo o resolución de hacer algo”. A mi modo de ver, logró con tenacidad hacer algo grande con su vida, sorteó adversidades y trascendió, porque no resignó en el camino ni sus valores ni sus convicciones.

Sin dudas fue el trabajo más complejo de llevar adelante, por la proximidad y por el inmenso amor que le tengo. Al mismo tiempo, como su partida se produjo durante el trabajo mismo, poder continuar y dar un cierre me ayudó a curar ese dolor.

La fotografía no es un acto, es un proceso de aprendizaje continuo sobre la vida, los seres humanos, las emociones, la historia…

Las obras pueden verse en: 

Facebook: Amelia Presman Fotografía 

Instagram: @ameliapresman    

En la web: Relatos de Garage.

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error