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Enfrentados a nosotros mismos

Frente a la tragedia mundial de estar todos igualmente expuestos a la enfermedad contagiosa y desconocida, sin remedios ni vacunas, valoramos lo que realmente es importante e imprescindible y es la propia vida. Ante el riesgo, reaccionamos con temor y cuidados extremos para eludir encontrarnos frente a frente con ella.  
 

Por El Litoral

Martes, 17 de marzo de 2020 a las 01:04

Por Leticia Oraisón de Turpín
Orientadora familiar

Una lamentable e impredecible epidemia transformada en  “pandemia mundial” nos obliga a replantearnos conductas, deseos, proyectos, planes y ambiciones.  
Resulta que por ricos, famosos o exitosos que podamos ser, no tenemos garantía de no enfermarnos y eventualmente perder la vida, en situaciones riesgosas como la que nos presenta este poderoso virus, que hasta ahora se extiende y prolifera constantemente. No hay escondites, no existe el lugar seguro fuera de la aislación en nuestras casas, y aún en ellas, la garantía tampoco es absoluta.  
Y es en esta triste y deplorable circunstancia donde nuestras ambiciones y codicias tienen un freno abrupto, derrapan, trastabillan y se derrumban, porque se les caen las caretas ante la cruda realidad, que las descubre como sin importancia o al menos superfluas y prescindibles.  
Porque frente a la tragedia mundial de estar todos igualmente expuestos a la enfermedad contagiosa y desconocida, sin remedios ni vacunas, valoramos lo que realmente es importante e imprescindible y es la propia vida. Ante el riesgo, reaccionamos con temor y cuidados extremos para eludir encontrarnos frente a frente con ella.  
Es entonces cuando vemos el peligro, cuando realmente descubrimos lo importante que es nuestra vida y la de los demás. ¿Servirá tal vez para que valoremos también la vida de los niños en gestación?  
Será que podríamos llegar a pensar: ¿que si tanto temor nos da exponer la nuestra, igual protección podríamos desear para los niños más indefensos?  
Porque ¡ojo! ahora también nosotros estamos en esa situación de indefensión, porque no hay resguardo seguro, entramos todos en el mismo bolillero  y “al que le toca le toca”. No sólo los niños en el vientre materno están así, al azar; ahora la vida, la Providencia o, mejor, Dios resolvió ponernos a todos en igualdad de condiciones.  
“A mí no me va a tocar o no me va a pasar”, es lo que tratamos de pensar, pero ¿quién puede garantizar que esto será así?  
Basta mirar alrededor para seguir temáticamente el proceso de este nuevo desafío de la humanidad ¿cómo paliar y resolver las consecuencias que se preanuncian en todos los niveles?: económicos, laborales, sociales, aparte de los sanitarios, que hoy por hoy son los más relevantes y jaquean a todos los otros  
Alguien escribió por allí, que no importan tu billetera, ni tus títulos, prestigio, premios o funciones políticas o de realeza que ostentes, porque bajo la piel todos somos iguales y todos corremos los mismos riesgos en esta emergencia sanitaria.  
La vida no se puede negociar, no tiene precio, no se puede comprar, sólo se puede y debe respetar y valorar como regalo inmerecido, y más inmerecido será si no la sabemos honrar viviendo en amor y servicio a los demás, mirando para afuera y no sólo nuestro feo ombligo.  
Pensando en la posibilidad de la muerte, se valora siempre la vida por sobre todo otro bien material, por importante y abundante que este sea, y la vida, vivida con honradez y honor, pondera y nivela la vida de los demás con la propia.
Por eso es preciso enfrentarse a la realidad que se vaya presentando, sin miedos, pero con la inteligencia de saber cuidarse y de cuidar a los otros para, unidos y solidarios, poder superar la prueba a la que todos vamos a ser sometidos.
Sin olvidar que Dios nos espera a todos, creyentes o no, nos ayudará si se lo pedimos con fe y confianza.  

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