La pandemia del coronavirus está colocando a prueba, entre tantos, dos aspectos del sistema global: los liderazgos políticos y las conductas sociales. Suele existir una estrecha vinculación entre ambas cosas. En un plano rezagado asoman ahora los esquemas (democráticos o autoritarios) y las ideologías.
Aquella prueba empezaría a producir cierta nostalgia respecto de la calidad de dirigentes que supo circular por el planeta de los países motores en, al menos, las tres últimas décadas del siglo pasado. Aldo Moro y Giulio Andreotti en Italia. Jacques Chirac y Francois Mitterand en Francia. Margaret Thatcher y Tony Blair en Gran Bretaña. Adolfo Suárez y Felipe González en España. Helmut Kohl, el artífice de la unificación alemana. No significaría, en este caso, un desmedro para la actual premier, Angela Merkel. Ronald Reagan o Bill Clinton en Estados Unidos.
Los liderazgos presentes, en general, resultan vacilantes, contradictorios y, a veces, inauditos. Con un denominador común. No han logrado amalgamar conductas sociales frente a la amenaza de la pandemia. Tampoco barrieron en la emergencia la confrontación política. El Partido Popular está empeñado en exigirle otra comparecencia al premier Pedro Sánchez, debido a la catástrofe que está provocando en España la pandemia. Los sectores de la derecha dura de Italia, que controlan Lombardía, origen de la devastación del territorio, apuntan contra Giuseppe Conte, el primer ministro, por su lentitud para adoptar medidas. Boris Johnson recibe en Gran Bretaña ciertas críticas de su partido, el conservador, y de los laboristas por las idas y vueltas ante la crisis.
El paisaje se replica, con matices, en América Latina. Cerca de 24 de los 26 Estados de Brasil (entre ellos San Pablo, Rio de Janeiro y Bahía) han tomado decisiones drásticas ante la pandemia que contrastan con la demencialidad de Jair Bolsonaro. Su vicepresidente, el general (RE) Antonio Hamilton Mourau, se encarga de contradecirlo.
Manuel López Obrador provoca con sus propuestas de aglomeración popular -y luego reclusión- perplejidad y críticas dentro y fuera de México. Le sucede algo parecido a Bolsonaro. Muchos gobiernos estaduales imponen sus propias medidas rígidas. No hay punto de contacto ideológico entre ese par de gobernantes.
Muchas de las discusiones ideológicas que enfrentan desde hace tiempo a los gobiernos declarados progresistas o de derecha con otros liberales de centro o centro-derecha han quedado diluidas por la irrupción de la pandemia. Un caso es el de la preeminencia del Estado. Resulta preeminente, sin distinción de regímenes, para afrontar la enfermedad y la crisis sanitaria. Con mayor o menor eficiencia, según el grado de desarrollo de cada nación.
Un reflejo similar e inevitable se advierte para hacer frente al derrumbe económico. El Estado lo terminaría pagando todo en la emergencia luego del gran fracaso de los mercados. Este crac del 2020 -según especialistas internacionales- ya podría ser comparable al de 1929, similar al de 1987 y probablemente peor que el del 2009.
Los planes de rescate son unidireccionales. Tomando las medidas fiscales y de crédito de la Reserva Federal (EE.UU.) y el Banco Central de Europa (BCE) suman ya más de 7 billones de euros. Sin incluir los 750.000 millones “sin precedentes” que lanzó Alemania. Equivale a dos tercios del PBI de la eurozona. Y al 40% de la primera economía mundial, Estados Unidos. No están computadas ninguna de las economías asiáticas, con China a la cabeza.
La cuestión de los sistemas políticos también parece haber quedado relativizada. China, origen del virus, está anunciando allí el fin de la pandemia. Lo estaría logrando con decisiones draconianas posibles solo en un esquema autoritario. Con la ayuda inestimable de la cultura oriental. Pero su hermetismo interno habría sido muy nocivo para el resto del mundo.
Merkel y Donald Trump están gritando esa advertencia. El régimen de Pekín bloqueó desde principio de diciembre de 2019 la difusión de noticias sobre el coronavirus detonado en un mercado. De allí que muchas de las previsiones, sobre todo en Europa, resultaron tardías.
La Argentina -en general América Latina- contó con la ventaja del tiempo. La desventaja son sus condiciones estructurales y sociales. El gobierno de Alberto Fernández parece haberse acomodado mejor de lo que podía esperarse. Sobre todo, porque sus primeros meses estuvieron signados de bastante confusión. Atrapado en la crisis económica. Habrá que ver, de todos modos, cómo se escribe la historia a medida que la pandemia penetre con vigor el territorio..