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Mirada entornada: jote cabeza negra

Por Paulo Ferreyra

Abel Fleita

Especial para El Litoral

Los vuelos circulares del cielo parecen tener dueños a veces. Entre ellos figura la singularidad del jote cabeza negra (Coragyps atratus). También conocido como “iribú” en algunas regiones del nordeste o “cuervo” en general, esta ave de color negro en todo su cuerpo, pertenece a la familia Cathartidae, que está formada además por los cóndores. 

Su tamaño es de 53 centímetros y la extensión de sus alas en vuelo es de 1,40 metro. Para avanzar en su breve descripción, traeremos a otros dos jotes a estas líneas, con el objetivo de identificarlos y diferenciarlos de forma simple. Con el solo hecho de nombrar al jote cabeza amarilla y al jote cabeza colorada, ya tendremos cierta idea de observar con mayor detenimiento las cabezas descubiertas de plumas de estas especies. 

Cuando se trata del jote cabeza negra resultará un poco sencillo. Estas se exponen con mayor frecuencia a la presencia de los observadores, en especial a la hora de la alimentación. En el caso de los otros dos jotes, que también poseen casi el mismo tamaño, a excepción de las alas, la mirada debe ser un poco más rigurosa, con mayor interés. El jote cabeza roja posee la cabeza enteramente de ese color, de acuerdo al horario en ocasiones parece de un tono lacre. 

En relación al jote cabeza amarilla, sus colores combinan detalles de rosado, amarillo, celeste y rojo. Observados a la distancia, nos puede llevar a identificarlos de forma apresurada como rojo. Aunque resulte un poco compleja la medida de las alas, el jote cabeza roja tiene un total de 1,75 metro, el de cabeza amarilla 1,60 y el ave que hoy nos ocupa, 1,40. 

Por esto último es que, durante el vuelo y planeo, el jote de cabeza negra realice cada cierto tiempo su característico aleteo horizontal en el aire. La especie descripta hoy habita en casi todo el país, sólo que con menor frecuencia hacia el límite sur. Es la especie carroñera por excelencia. Para su alimentación posee el pico recto que se torna como un pequeño gancho, sobre la punta. Cuando crían, hasta dos pichones de plumones claro amarronados, comparten la comida anunciándose a través del particular sonido del batir de las aves un tiempo para deconstruirse y barajar de nuevo. Hay que manejar nuevas etapas de la vida. 

Recuerdo 

Los registros que hoy acompañan fueron tomados en diferentes momentos. La imagen de la silueta del ave en vuelo es de principios de marzo, al atardecer. Cuando el mate empieza a llamar a través del aroma a yerba. 

La segunda imagen, en el árbol, es de una tarde gris, de esas en que falta un jote cabeza negra para el retrato. Esta fue durante la breve caminata de observación cuando se oyó un suave batir de alas desde el lado derecho y tras unos metros de vuelo, el ave se detuvo. Desde el árbol observó y luego continuó. 

Imagen henchida en paisaje 

El es técnico mecánico, empezó a trabajar como dibujante y técnico durante diez años. Desde niño le gusta la fotografía. “Me producía una felicidad diferente”, advierte sobre ese camino que se inició hace ya muchos años. “Ahora cuarenteneando”, desliza mientras iniciamos la charla telefónica hablando justamente desde el confinamiento del hogar de cada uno. Buenos Aires – Corrientes – Buenos Aires. 

Mientras trabajaba como dibujante le gustaba hacer fotos. A fines del 80 hizo un curso de foto periodismo y ahí fue el clic, encontró su camino de vida. Participó en distintos concursos, ganó premios, empezó a hacerse conocer en el rubro y a trabajar en distintos medios de prensa. Desde el año 92 trabaja y vive de la fotografía. El es Rubén Digilio. 

Comenzó con cámaras analógicas, haciendo fotos en blanco y negro, luego a color. Pasó además por esa transición de adaptarse a la fotografía digital. Explicó aquí que estuvo un año tratando de adaptarse, “no me gustaba por ejemplo sacar una foto y verla en la cámara”. Hoy sonríe ante esas anécdotas. Hay cuestiones técnicas que no se podían trasladar al nuevo sistema. “Ahora me gustaría volver a hacer fotos con películas. Esperar ese tiempo de revelar y ver cómo salen las fotos después”, agrega como un deseo que sigue ahí latente, vivo, esperando. 

Ante las nuevas posibilidades de retocar una foto, los programas hoy son infinitos y los programas clásicos vienen cada día con más opciones. Sin embargo, en este aspecto Rubén cuenta que la imagen queda como la sacó, jamás una intervención puede meterse para cambiar el sentido de una fotografía. “No me gusta sacar o poner cosas en la foto. No me permito ese tipo de intervención. Trabajo el contraste, colores, encuadre, siempre respetando lo que vi cuando tomé la fotografía”, explica. 

Con alas propias 

En su producción, en sus muestras individuales, Rubén tiene un panorama amplio que va de retratos, paisajes naturales, paisajes urbanos, oficios, moda. “Me siento cómodo pensando la foto y trabajando cómo contar una historia a través de la fotografía. La fauna es algo que me apasiona. Soy inquieto, movedizo, activo, sin embargo, la calma la concentro toda cuando tengo que esperar para sacar a un animal en su hábitat natural”, cuenta y la felicidad se cuela en su tono alegre, entusiasta, animado. Estuvo en los Esteros del Iberá unas quince veces, en ocasiones por placer y también por trabajo. El Impenetrable Chaqueño visitó cuando había comenzado la transición para que esas tierras se conviertan en Parque Nacional. En el Iberá está todo más concentrado. En cambio, en El Impenetrable es todo más difícil, las extensiones de tierra, lo árido del terreno y los tipos de animales que hay son más difíciles de encontrar. 

“La fotografía a través del tiempo ganó un espacio que no tenía. Eso está a la vista y hoy podemos decir que en una foto hay arte. Me gusta ver pinturas, cuando viajo me interesa ver museos de arte, donde es posible apreciar el trabajo de los pintores”, explica. “La fotografía es arte porque estoy haciendo una foto donde pinto con una luz determinada, le pongo un encuadre especial, los colores, la composición, entre otros aspectos que hacen a un cuadro. Hay una frase de un artista francés que dice que ‘el artista es el que hace visible lo más humano de los hombres, aquel espectáculo del que forman parte sin saber’. Nosotros hacemos eso, esta frase la tengo siempre en mi cabeza. Puedo hacer arte con la fotografía”, subraya. 

Este mes estamos tomando aves en vuelo. Característica que a Rubén Digilio le atrae sobremanera de las aves. Justamente sobre su vuelo advierte que aún el vuelo máximo no ha llegado. Sí he vivido vuelos altos y muy intensos, pero todavía no llegó el gran momento. Hace 30 años vengo deseando hacer fotos de las orcas cuando se van a alimentar de las crías de los lobos marinos, para mí iba a ser un gran momento, pero por esta cuestión del coronavirus no pude ir en esta época del año”, cuenta. Cuando eso suceda vendrán otros desafíos, anhelos, búsquedas. 

En lo cotidiano cuenta que el momento máximo se vive cuando saca una foto. “En Malvinas fue un momento grande. Otro lugar que recuerdo vivamente es el Bañado la Estrella en Formosa. Siempre hay momentos cúlmines. Me faltan varios momentos. Uno sigue aprendiendo y competir con tanto material también es un estímulo permanente”, advierte mientras su voz se apaga un instante en el grabador para volver a nacer aquí en palabras que vamos tejiendo entre vuelo y vuelo. 

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