Especial para El Litoral
No hay mejor frase que denote la contradicción de que a lo malo siempre se le suma algo más malo. Como diciendo que por si fuera poco, a lo poco siempre se le adhiere algo gordo que aumenta su volumen. Esa frase la hizo muy popular un hombre argentino llamado Pepe Biondi, el artista de más alto rating (66,2) en la televisión nacional, de virtudes muy humanas que fue suceso en toda América, llevado de la mano por un gran propulsor: Goar Mestre, un joven empresario cubano, ingeniero recibido en los Estados Unidos, dueño de la red de radio y televisión más importante de Cuba: CMQ. Un número considerable de emisoras integraban la última cadena de radio y televisión independiente más grande existente en Cuba, ya que a continuación se vino la revolución y esta le exigía partidismo extremo, no obstante los apoyara al principio, pero ante el giro violento de Fidel y del Che, decide irse de la isla. Convengamos que Biondi fue el artista argentino más famoso por entonces de Latinoamérica, que encabezaba la grilla de uno de los más importantes holding de comunicaciones de Cuba, razón por la cual Goar Mestre al decidir cerrarla por cuestiones políticas con la revolución, se lo trae de vuelta a Buenos Aires para el nuevo elenco que el cubano estrenaría en Argentina a través de su flamante emprendimiento: Proartel (Producciones Argentinas de Televisión), y Canal 13 de Buenos Aires, a partir del 1° de octubre de 1960.
Acá me detengo y me permito utilizar la gran frase de Pepe Biondi, haciéndola más positiva con respecto a lo vivido por el mundo, para explicar cómo la incertidumbre de un acontecimiento anticipa cosas peores que tan bien lo definió el Presidente Alberto Fernández, cuando dijo que se trata de: “Una guerra contra un ejército invisible,” que a veces produce otro aspecto menos conocido, pero mucho más feliz. Es cierto, un virus impensado, que protagoniza un choque bélico no convencional de gran letalidad. Pero la desgracia si bien brutal, guarda otro aspecto que el mayor “animal” del mundo: el “hombre”, nunca echó deber para con la armonía que lo rodea, y su obligación a bregar por él porque es nuestro único hogar. Mientras este “animal” en movimiento constante no deja de ser un peligro, la cuarentena lo pone en sosiego para aislarlo ya que la peste así lo exige. Sin embargo, y aquí hacemos uso del dicho de Pepe Biondi, invirtiendo el pesimismo de que la suerte también existe, tal vez en menor medida, y en medio de la crisis: sus ansias han cesado por el encierro obligado, ya que la cuarentena ha favorecido el regreso del principio. Es decir, un mundo más previsible sin agresiones de toda índole, evitando tiempo y medios para ello, creando en comunidad con la familia, haciendo lo que hace mucho tiempo nos debemos, la comunicación directa y cosas loables que troque las malas actitudes para con los demás. La Agencia Espacial Europea asombrada pudo comprobar a través del satélite “Copernicus Sentinel-5P” una muestra de las emisiones de dióxido de nitrógeno, en el período del 1° de enero del 2020 al 11 de marzo 2020, cómo la atmósfera ha mejorado en principio en la visibilidad y en la pureza por la disminución de los gases emanados descontroladamente. Emisiones que guardan su íntima relación con el hombre: caños de escape vomitando en forma interminable, chimeneas ensuciando los cielos, la producción de electricidad a través de centrales movilizadas por carbón. Sin duda tienen que ver las suspensiones de importantes empresas, cuya polución contribuyen a todos los desórdenes climáticos. Una publicación del Diario La Vanguardia de España asume este tema mucho más optimista con el cuadro general, “Los investigadores estudian el impacto de las emisiones de efecto invernadero en la crisis climática y la salud humana, están trabajando por comprender las posibles implicaciones de la pandemia.” Uno de los mayores factores que inciden en desmedro de la pureza de la atmósfera, la salud y la visibilidad es el calentamiento global, lo constituye la emanación descontrolada del dióxido de carbono, producido por combustibles fósiles que se instrumenta en la generación de energía como la desforestación, o sea la quema de biomasa por la transformación de los sueños ante esta estampida sin previsión ni pausa. Esto último aporta un 70% de culpas de múltiples problemas como el aumento descontrolado del calentamiento global, el regreso a viejas enfermedades mutadas con otras que constituyen un armamento de ataque desconocido pero imprevisible.
El mundo tiene la desgracia de compartir desatinos y la negación inexplicable del propio Trump que, de un plumazo dejó sin efecto el Tratado de Kyoto (Japón) que era la patada inicial para luchar los pueblos del mundo contra el nocivo efecto invernadero. El confinamiento que defiende de la infección, no sólo ha promovido un cambio en la atmósfera como en la tierra, debido a que el hombre ante el peligro ha dejado de trajinar, sino también que el ser humano ha descubierto que encerrado retoma las grandes lecturas, los poetas, la música, el arte, el afecto, el entretenimiento creativo, la amistad, el amor, la amistad, la atención directa con la familia, es decir, un retorno obligado hacia las fuentes que otrora animara el quehacer de la vida y le diera un mayor sentido humano. Una mirada salvadora para adentro que nos permita comprender y comprendernos, revalorizar, entender que ya no dependemos del yo nuestro sino de todos, y que todos somos uno. “Qué suerte para la desgracia” como desgranaba humorísticamente Pepe Biondi, era la consecuencia de que la desgracia siempre estaba con él a través de sus grandes personajes: “Pepe Galleta”, “Pepe Curdeles”, o “Narciso Bello”. Para nosotros la desgracia es la peste, pero el encierro obligado ha promovido que el resto de la naturaleza viva feliz libre del “animal-hombre”y se rearme armoniosamente, como así la fauna de algunos lugares del mundo que salen de sus lugares comunes para apoderarse nuevamente del paisaje que alguna vez le fue propio, inclusive transitar tranquilamente carreteras, y que nosotros tarde, muy tarde hayamos redescubierto eso que es la intimidad del ser humano con el ser humano.
Una hermosa nota de Jorge Fontevecchia con el Rabino Ariel Stofemacher, nos deja como enseñanza conclusiones develadoras que este último propone: “No debemos ver el coronavirus como un castigo divino, es un producto de lo que han hecho los humanos con este mundo, por acción o por omisión.”
No obstante nos alarmamos cuando vemos en los diarios que la gente en el paroxismo de su cholulismo ególatra, sigue volviendo del exterior en fechas poco saludables, en pleno encierro de la cuarentena. Porque si el fulano fue a la luna, ellos para ganarle, quieren visitar Venus. No pueden ser menos. El Director General de Gradiva Rehabilitación de Adicciones, Juan Alberto Yaria, exalta las tres desgracias que acompañan al hombre: Omnipotencia, Soberbia y Ego. Si tuviera que transpolar lo dicho a la filosofía popular, a esa que nace desde el tango donde Discépolo hizo su “tesis” de filósofo del pueblo, tomaría el fragmento de una poesía que se baila: “Mala suerte si te pierdo, / Mala suerte si ando solo / El culpable soy de todo / Ya que no puedo cambiar.” / Y en otro verso trata de justificar su libertad ilimitada donde se permite todo, ese todo que hoy lo estamos pagando. “Yo soy como el jilguero, que aun estando en jaula de oro / en su canto llora siempre el antojo de volar.” Se trata del tango: “Mala suerte”. Letra: Francisco Gorrindo. Música: Francisco Lomuto. Se estrenó en 1939.