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Subjetividad y encuentros con las infancias en tiempos de pandemia

Por Natalia Blengino y Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

 

Juan Vasen es psicoanalista y médico especializado en psiquiatría infanto-juvenil. Ex docente de Farmacología (UBA). Ex jefe de residentes de Psicopatología en el Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez”. Desde 1985 ha ejercido diversas responsabilidades en el Hospital Infanto-Juvenil “Carolina Tobar García”: jefe del sector Niñas del Servicio de internación, jefe del servicio de Psiquiatría Social, jefe del sector Niños del Servicio de Hospital de Día, miembro fundador del programa de reinserción social “Cuidar-cuidando” y supervisor del Centes N° 1, 2 y 3.

Actualmente es secretario del Forum infancias. Ha publicado numerosos libros, entre ellos, “Niños o cerebros: cuando las neurociencias descarrilan”, “La atención que no se presta: el mal llamado ADD”, “Autismos: ¿espectro o diversidad?”.

En esta nota compartimos su mirada sobre las infancias en el contexto de cuarentena. Una mirada que no sólo ayuda a reflexionar a quienes trabajamos en salud mental, sino que convoca e interpela a la población en general.

La entrevista tuvo lugar en el programa Todos los vientos y como todos los jueves dedicados a la infancia, nos dejamos llevar por este vendaval que nos trajo Juan Vasen, habilitándonos a seguir pensando en que no existen respuestas cerradas, ni certezas inmutables.

—¿Cómo crees que están viviendo las infancias esta situación de contexto? Esta situación de cuarentena, de encierro. ¿Cómo ves a las infancias? 

—En primer lugar, creo que hay que acentuar que la cuarentena es un efecto indeseado de una pandemia que irrumpió de una manera bastante traumática en lo que en principio podrían ser nuestras certidumbres, convirtiéndolas justamente en incertidumbres. Incertidumbres en relación al propio cuerpo, los sentidos, la temperatura, los síntomas en relación a los posibles lazos sociales. La virtualidad campea en este momento, pero es un recurso, que viene a tratar de paliar la falta de relación directa con los otros, de contacto con los demás, de los abrazos, de las relaciones de persona a persona y de cuerpo a cuerpo. Todo esto, indudablemente es un incordio, se podría decir, en el cual claramente que en principio pesan más las cosas negativas que las positivas, lo cual no quiere decir que no se pueden rescatar algunas otras.

—¿Creés que este efecto puede traer consigo traumas o consideras que más allá de lo negativo aún existe un atisbo de esperanza? 

—Siempre me he tomado de esa frase de William Blake que dice que “quien desea pero no obra, engendra peste”, dentro de la peste también hay que obrar para no engendrar más pestes. Y el obrar tiene que ver con, justamente, tratar de encontrar alternativas a estas incertidumbres, a estas limitaciones que –digamos– abarca muchos aspectos.

Tal vez en subrayar la relación con el cuerpo y con los otros está la relación con el hábitat cuando se planteaba que había que quedarse en casa, eso está muy bien, pero primero hay que tener una casa, ¿no? Y una casa confortable para poder pasar allí un poquito, en una especie de confinamiento voluntario esta cuarentena. Así que, claramente, podemos tomar lo que podrían ser las cosas positivas a rescatar o a desarrollar más bien, pero en principio no hay que olvidar que esta pandemia ha generado una cuarentena que irrumpe en nuestra vida, generando un montón de inconvenientes y trastoques que van a dar lugar a una normalidad distinta, nueva, diferente y que ha generado en su transcurso una cantidad de nuevos hábitos, de nuevas costumbres y de búsqueda de nuevas certidumbres 

—Autores como Winnicott relatan que cada niño vive lo “traumático”  a su modo, según las historias previas, su momento evolutivo, su contexto. ¿Creés que esta pandemia se transita  de igual modo entre los niños en condición de discapacidad o los niños que no se encuentran en esa situación? 

—Me parece que no, que no es posible pensar en que las consecuencias de la pandemia y la cuarentena sean iguales. Podría decirse, hasta parafraseando a Silvio Rodríguez, “tal vez pueda ser igual, pero no es lo mismo”. Creo que la situación es “sobre llovido mojado”; como la pandemia y la cuarentena operan con una lupa que me parece que hace resaltar muchas veces las diferencias que a veces son desigualdades. Pensemos en esta situación, acabo de recibir una invitación donde se plantea que en Estados Unidos, el hecho de que la escolaridad se haya virtualizado (por este contexto durante este tiempo) ha generado una mayor desigualdad de acceso y aprendizaje en chicos de Nueva York, por ejemplo. Cabe pensar que estamos hablando de un lugar que tiene, en relación a nuestro país, algunas situaciones más ventajosas o privilegiadas seguramente. La cuestión de la accesibilidad no es un tema menor. 

En lo que respecta a las infancias, o específicamente a niños con dificultades es la socialización, por ejemplo, la posibilidad de  entablar relaciones presenciales gravitaría de dos maneras. Por un lado, potenciando lo que podrían ser las ansiedades más persecutorias: los miedos, laS angustias ante el otro. El otro ya no “es” solamente el otro, ahora no está cargado solamente con lo habitual, sino que ahora, además, puede portar un virus, puede contagiar.

Esta lectura de situación ante el contacto social en una nueva normalidad ha traído consigo actitudes particulares incluso en sujetos que no portaban ninguna problemática en relación a lo social. De hecho, se han registrado reacciones absolutamente descabelladas de vecinos en relación a los profesionales de la salud que vivían en ciertos edificios. O sea que toda esta tensión paranoide persecutoria se potencia mucho y en chicos, que tienen previamente fragilidades, que los hacen sentir más frágiles, más angustiados, más temerosos, más asustados y más perseguidos, esto se potencia todavía más. Este es uno de los elementos que me parece que tendríamos que tener en cuenta.

También se deben considerar las cuestiones en relación al establecimiento de vínculos de relación o conexión con el lenguaje, como vía de comunicación. Muchos niños que ya venían arrastrando dificultades en el establecimiento de vínculos espontáneos hoy están en una situación más dificultosa, si bien es cierto que esto también tiene algún tipo de excepción; en principio, el contexto de cuarentena funciona como limitante… para ejemplificar relato que  justo recibí  la grabación de una mamá que me contaba que su hijo había empezado un nuevo grado, primer grado con nuevos compañeritos, que después una o dos semanas de clase, se había interrumpido la escolaridad presencial, pero que él había logrado establecer algunas comunicaciones virtuales con sus compañeritos. Sin embargo, muchos de sus compañeros no querían tener conexión por videollamada, por ejemplo. Consideramos no sólo a él, que ya tenía sus dificultades, sino también sus compañeros y su actitud ante lo novedoso, porque todo esto genera también una dificultad en la fluidez de los vínculos, más aún en quienes ya los tenían un poquito dificultados.

Me parece que este es el punto en el que estamos. Cabría un margen de excepción; quizá hay chicos o jóvenes para los cuales la virtualidad podría ser una vía de expresión más fácil ante el encuentro persona a persona, chicos tímidos que, a lo mejor, se animan a escribir algo tal vez les costaría mucho decir en otro contexto. Pero no creo que esto sea lo que predomina, más bien, me parece, que lo que predomina son las otras dos situaciones.

—Esta situación nos cambió bastante y los chicos van demostrando plasticidad para el cambio, aun así todo lo referente a  entornos virtuales les cuesta. Extrañan lo presencial, el contacto. Antes se luchaba para que los niños no estuvieran frente a las pantallas, hoy se lucha para que se queden y permanezcan frente a ellas, porque ahí está “la escuela”.

—Nosotros, desde el Forum Infancias, hicimos un curso el año pasado que se llamaba “Jugar sin pantallas”, apuntando justamente a tratar de rescatar a los chicos de la captura hipnótica de las pantallas, y en este transcurso de la pandemia y la cuarentena, las pantallas han empezado a funcionar en un lugar totalmente diferente, destacado. Lo que también deja en claro que no hay que satanizar a la tecnología, sino pensar cómo uno la utiliza; uno no tiene porqué quedar capturado, tiene que también poder explorar, con el uso de la tecnología, distintas posibilidades. 

—En tu libro “Las certezas perdidas” planteás el rol del docente ante los nuevos escenarios y los nuevos contextos. ¿Cuál sería hoy el lugar del docente o el de la escuela en estos momentos de pandemia, donde lo presencial se ha vuelto virtual?

—Lo que decís de mi libro “Las certezas perdidas” -que está agotado-, lo que he podido es retomar bastante de los temas y ampliar un poco más en el último libro que se llama “¿Niños o cerebros?”, donde dedico dos capítulos al tema de la escuela, los maestros. 

En relación a ellos, yo creo que hay un punto que a mí me gusta, cuando me dicen “bueno, pero qué hay que hacer con los chicos, qué tips o qué sugerencias proponés…”, y yo ahí vuelvo a una frase de María Elena Walsh que decía que “contarle un cuento a un niño es tiempo donado”. A mí me parece que tanto en la relación padres-niños, como en la relación docente-alumno, maestro-alumno, la clave de la cuestión pasa por ese tiempo donado. 

Ese tiempo donado supone ponerse en contacto con una sensibilidad y una disponibilidad para con el otro, para con el hijo, para con el niño, o para con el alumno, para poder crear, juntos, los modos de encuentro.

Vuelvo siempre a una frase que grafitó un paciente internado en el hospital  de salud mental “aquí, todo encuentro casual es una entrevista”. Se trata, entonces, de dejar de lado el sentido de la tecnocracia que nos asiste para protocolizar el trato con otro y fomentar un encuentro más llano “sin guantes”. La disponibilidad de tiempo y la sensibilidad puesta al servicio del otro van a hacer que ese encuentro sea distinto y desde allí se podrá establecer un punto de partida, una creación de curiosidad, de interés, el despertar de una búsqueda compartida. 

Me parece que una de las más importantes funciones de la escuela es despertar curiosidad, anhelo de saber, anhelo de aprender. Entonces, es por ahí por donde me parece que hay que encaminar las cosas.

No se trata tanto de la capacitación de los docentes, sino de que esa capacitación no embote la sensibilización necesaria para encontrarnos con chicos que a veces nos plantean un perfil, una situación, algo diferente.

—En Corrientes uno de los fenómenos que se dio fue que las escuelas especiales se organizaron rápidamente para garantizar la llegada a los alumnos. Desde mensajes, llamadas a videollamadas. Los docentes se convirtieron rápidamente en expertos en TIC con tal de sostener el lazo social entre la escuela y el estudiante.

—Este ejemplo da cuenta de cómo se ha pasado de la flexibilidad, que es adecuarse con la mayor predisposición posible a nuevas circunstancias, a una plasticidad, que implica agregar a esa flexibilidad cierta creatividad. Es como transformar esto que nos determina, que nos condiciona, en algo que pueda ser distinto, generar otras condiciones dentro de las condiciones que nos condicionan, eso es la plasticidad. 

En el ejemplo que vos traés de las escuelas especiales de tu provincia, veo que se ha logrado y eso es realmente algo para elogiar y aplaudir.

—Viendo que en cada uno de tus libros aparece siempre alguna frase del rock nacional infiero que la música te gusta. Además, la lógica del programa invita a definirnos por medio de la música. Si tuvieras que elegir alguna canción ahora, ¿cuál sería y por qué?

—Aunque no sea del rock nacional, pero es casi como si lo fuera, yo creo que me quedaría con una de Joaquín Sabina “Más de 100 palabras, más de 100 motivos”. Es  una hermosura que apunta a todo lo que tenemos, a lo que extrañamos, a lo que queremos y perdemos. Me parece que es una reflexión hermosa que vale la pena escuchar varias veces.

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