Por Daniel Collinet
Cómo estás? Imagino que bien. Bah, no imagino..., te imagino, que no es lo mismo. Y te siento cerquita. Muy cerquita, a decir verdad. Debe ser por eso que no ando pensando que estás en un lugar lejano..., sino que andás por todos los sitios. Y es lindo encontrarte. Cruzarte. Aunque daría cualquier cosa por un beso en tu frente y una caricia de esas que hubieran hecho un poquito más de falta. Ando tratando de hacer más de lo que hicimos entre nosotros, con tus nietos. Me veo por ahí saludando a los varones que se prenden de mis gambas y yo estoy allá arriba, como estabas vos allá arriba, a esa altura de mi vida. Y entonces bajo, porque abajo se siente lindo también.
Ah... dije los varones porque tu nieta lejos está de tener que subir a darme un beso: ya tiene mi altura y va camino a la tuya.
La viste ¿no? Siento que sí. Y eso me llena el alma.
No voy a negar que se me suelen venir ganas de lagrimear como pavote. Como esa vez que escuché por radio una música de Titanes y automáticamente te me viniste a la cabeza.
Pero son más los días de alegría y de presencia, consejos, charlas mentales de esas que me seguís dando.
A la que a veces la noto media caiducha es a la vieja. Pero por estas horas, eh. Porque le pone una fuerza bárbara y sé que andás ahí contándole de tu estar permanente a través de esas flores de un patio que florece como nunca antes.
De patios y vidas hogareñas andamos ahora más que antes, obligados por la circunstancia.
Ya que estamos... le podés preguntar al de arriba, que debe andar por donde vos andás, ¿cuándo para esta historia que tiene a todos con la cara cubierta?
Ah... eso. Me pregunto también qué hubieras hecho vos con esta historia de los barbijos..., no te hubieras bancado. ¿O sí?
Cada vez que paso por Yrigoyen miro el Jockey y me tienta preguntar en el puesto de revistas si ya buscaste la tuya.
Por cierto, esos muchachos -tus amigos que siempre fueron una fija- deben estar loquísimos porque recién ahora comienza todo a largar y cruzar discos.
En medio de esta vida rara, más de una vez crucé lindas charlas con esa linda gente que laburó con vos en tu última etapa. Y suelo revisar también en mi cabeza esas ideas que se volvían avisos.
Hablando de avisar: te aviso que las vueltas de la vida me están poniendo cada vez más parecido a vos en eso de pensar tanto en el hacer cosas.
Y una cosita: hace unos días, un oyente llamó a la radio y me contó que era remisero, y que una vez te llevó a tu casa mientras escuchaban mi programa. Y que le dijiste un par de cosas de esas que no sé por qué puta nos costaba por ahí decirnos. Gracias a Dios, este buen hombre abrió la boca para decir por vos, justito cuando yo más lo necesitaba.
Tus dos hijos de los extremos, mis hermanos más grande y más chico, ahí andan. Bien. Con las mismas ganas que yo tengo de verte, de encontrarte. ¡Pero ya se va a dar! Estamos los tres muy seguros. Salvo que nos manden allá abajo a los tres. En cuyo caso, seguiremos así de tranquilos porque sabemos que nuestro papi va a venir a rescatarnos.
Mandale un beso enorme a la abuela, a la tía, al tío, a Carlos y a todos los que andan subidos por alguna nube.
No te vayas a poner mal si hoy nos ves moquear un ratito.
Pensá nomás que es por todito lo que te queremos.
Y claro que daríamos cualquier cosa por un cachito de tu voz y de tus manos.
Pero así nomá’ é.
Nosotros acá y vos... y vos también. Porque los que son recordados, viven siempre. Y vos estuviste. Estás. Y estarás. Gracias por todo, Pa. Pasó un año, y para mí es como que acá no ha pasado nada.