Fue un lunes oscuro que se estaba yendo cuando nos enteramos de que también te fuiste. Fue un lunes de hace un año y un día que tuvimos que dar la noticia de tu muerte: “A la edad de 75 años falleció en la ciudad de Corrientes el gerente del diario El Litoral, Hugo Carlos Collinet”.
“Nacido el 5 de octubre de 1943, Hugo Collinet se desempeñó como gerente comercial y representante institucional de El Litoral tras una extensa carrera como agente bancario y referente del rubro publicitario en la provincia de Corrientes. Estaba casado con Susana Requena, junto a quien tuvieron tres hijos: Carlos, Daniel y Juan. Luego de un repentino desmejoramiento de su salud, Hugo atravesó los últimos meses en recuperación bajo los cuidados del Instituto de Cardiología de Corrientes. Su deceso causa hondo pesar en El Litoral y en las familias de quienes compartieron su amistad y el trabajo diario”.
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Parece mentira: recién hace un año de tu partida, pero tu ausencia se nos hace inmemorial. No hay día en que no hagas falta por acá. No hay día en que no te recordemos, sobre todo cuando los caminos vienen bifurcados, pues en esas circunstancias estabas para ayudarnos, a dar el paso o, como muchas otras veces, para evitar que lo demos.
Vemos en tus hijos la continuidad de tu legado. Vemos también la amplitud del vacío. Muchas veces, directivos e integrantes de la Redacción, analizamos el contrafáctico, como hacíamos con vos: ¿qué hubiese pasado si...? Porque algo te decía tu miedo al quirófano.
No sabemos. Y acá estamos, tratando de aceptar tu partida y recordando tu amistad con alegría.
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Hugo para nosotros era el Grandote. De hecho, lo era.
Collinet (también así se lo llamaba) fue por largos años el alter ego del director propietario del diario El Litoral, Carlos Romero Feris: fue su gerente, pero también su secretario. Su confidente. Fue su amigo y asesor. Fue su maestro. Muchas veces su médico -vaya ironía-, otras tantas su farmacéutico. Todo eso era Hugo para Carlos. Todo eso y un poco más.
También lo fue para nosotros: ese colectivo grande, variable y que se regeneró con el tiempo. Es el nosotros de los periodistas y administrativos que trabajamos con él en el diario que fundó Juan Romero.
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Discutía mucho Hugo. En su lengua. Dentro del diario El Litoral estaba oficializado que Hugo Collinet hablaba en charadas; en charadas o en “adivín adivinanza”, esa suerte de pasatiempo que consiste en adivinar una palabra mediante una indicación que hay sobre su significado.
Hugo balbuceaba algunas palabras y había que interpretar lo que quería decir. A veces era la fija de alguna yegua (porque amaba los caballos de carrera); a veces una línea editorial o la confidencia que alguien le acercó relacionada con los asuntos de la alta política. Todo podía caber en sus medias palabras. Todo: desde el devenir de la economía planetaria hasta el precio de las plumas o los canutillos.
Hugo era publicista, además de otras tantas cosas. Además de empleado bancario o maestro de escuela, por ejemplo. Pero fue en su profesión de publicista que indagó hasta el final de sus días. De allí tenía la manía de simplificar todo hasta límites impensados.
Hablaba con títulos, o como si fuera un zócalo de televisión. Y del fútbol -su otra pasión-, heredó toneladas de metáforas. Sabía de fútbol, aunque también perdía el juicio por River.
Igual con el carnaval. Se negaba a aceptar (por razones que él mismo apilaba a granel) que esa fiesta nunca sería tan importante como la del chamamé. Se negaba. Peleaba, azuzado por nuestra malicia infundada. Perdía los estribos recordando viejas épocas gloriosas. Por caso, nunca olvidó el viaje de aquellos comparseros a Niza, en el 89.
Si seguía el incordio, de golpe paraba la discusión y se iba. O hablaba por teléfono, otra de sus especialidades. O invitaba un café: señal inequívoca del cambio de tema o del tenor de la conversación.
La política le gustaba. La intriga palaciega era uno de sus mayores placeres. El periodismo también. Le gustaba tanto como los dogmas que sostenía, y allí de nuevo asentaba un tema de conversación. Y discusión.
Pero nadie como él para conjugar los valores culturales con los de la industria. Hugo creció y se desarrolló profesionalmente en un tiempo en el que mediaba entre alguien que tenía algo para decir, alguien que quería escucharlo y algún financista que lo hacía posible. Su lógica comercial y su sentido de la oportunidad fueron, hasta el final de sus días, dos de sus laderos más fieles.
Aun cuando luchaba contra la muerte se hacía informar. Y seguía trabajando, a su modo y en su mundo. Sus últimos días estuvieron sembrados de altibajos. Pero ahí estaba Hugo, de pie, hasta que se fue. Fue un lunes oscuro de septiembre. Fue hace un año y un día, que parecen una eternidad.