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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Jueces ejemplares

La ejemplaridad de los jueces siempre se vio alcanzada por su afección a la imparcialidad. Sin embargo, mucho de esa distinguida característica tiene que ver con la honestidad intelectual.

La amplia cobertura periodística que provocó la muerte de la jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, a los 87 años, sirve, también a los argentinos, para reflexionar sobre el funcionamiento de las instituciones y para comprobar que las diferencias ideológicas no impiden que una jueza merezca reconocimiento y admiración de quienes puedan estar en las antípodas de su pensamiento.

Pensamiento que la llevó, por su propia honestidad, a ocupar un sitio reservado a quienes trascienden su propia acción. El mecanismo de selección de miembros de las cortes supremas es el mismo en los Estados Unidos y la Argentina, y está igualmente dominado por ideologías y maniobras partidarias.

Pero el legado de Ginsburg muestra que incluso esta inevitable cuestión puede ser manejada de una manera o de otra, con mayor o menor responsabilidad, y que los resultados son bien distintos en uno y otro caso. Por buenas que sean las normas, ninguna institución es mejor que las personas que la hacen funcionar.

Ginsburg fue la segunda mujer nombrada en la Corte Suprema. Era lo que los norteamericanos denominan una liberal o progresista. Había sido criada en el respeto a las tradiciones judías, era feminista y partidaria de los nuevos derechos. Proponía aplicar la Constitución de manera dinámica, como algo “vivo” que debe interpretarse acompañando los cambios de la sociedad. Antes de ser nombrada en la Corte, por iniciativa de Clinton, había tenido una actuación descollante como abogada ante la propia Corte en la defensa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Del lado opuesto estaban los “originalistas”, que entienden la Constitución como algo rígido que debe leerse con el sentido que intentaron darle quienes la escribieron en el momento que la escribieron. Son dos visiones opuestas sobre cómo debe ejercerse el control de constitucionalidad.

La figura de Ginsburg se agiganta ante una circunstancia que puede parecer trivial, pero que significa mucho: mantuvo una conocida amistad con el más proverbial de los jueces originalistas de las últimas décadas, Antonin Scalia, fallecido en 2016. Ambos se disparaban munición gruesa cuando disentían respecto de los fallos de la Corte. Scalia era conservador, de origen italiano, católico, padre de nueve hijos, uno de ellos sacerdote, todo lo cual podría explicar algunas de las diferencias, pero no más que eso. Ginsburg y Scalia compartían su amor por la ópera: no era raro que se vieran los fines de semana y hasta vacacionaron juntos con sus respectivas familias. “Yo combato ideas, no combato personas. Algunas buenas personas pueden tener muy malas ideas”, afirmaba con gracia Scalia. Con un estilo más sobrio que el de su amigo, Ginsburg confirmó con su vida que compartía esa visión.

Queda mucho que aprender de estos dos destacados profesionales que priorizaron todo aquello en común y encontraron en sus diferencias un acicate para potenciarse intelectualmente, con honestidad y pasión. Congeniando. Un verbo que mucho nos cuesta conjugar a los argentinos y que nos podría llevar a construir los consensos que tanto necesitamos.

No es fácil decidir en los asuntos que llegan a una corte suprema. Llegan a esa instancia precisamente porque son muy debatibles. Pero las cosas funcionan de otra manera cuando los jueces deciden merced a razones y no a caprichos o conveniencias personales o partidarias. ¿Ginsburg y sus colegas hacían política? En el más alto sentido del término, claro que sí. Pero la hacían respetando y aplicando el derecho.

Probablemente el mejor tributo a la vida de apasionado servicio al Estado de derecho de Ginsburg haya sido el desfile de personas que llenaron de flores el frente del edificio de la Corte en Washington.

No eran políticos en funciones asistiendo a una ceremonia más, sino simples ciudadanos en el sorprendente -para nosotros- acto de homenajear a una jueza.

Si la Argentina está lejos de eso, es porque la trascendencia hasta aquí se vio en la esfera del tiempo y los libros hablan de jueces ilustres, pero en el segundo plano al que relegan muchas veces las inclinaciones ideológicas.

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