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Enredados

La congestión es como el abuso, de tanto transgredir se impide el tránsito, se corta el diálogo, se impide avanzar. Las redes permiten circular a marcha normal para que los mensajes tengan seguro destino.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Uno, ante tantas vías de comunicación, jamás soñadas pero sí anheladas, se encuentra de pronto con un menú donde todas las actitudes tienen lugar. Claro, como todo exceso, también tienen su lado opuesto. Porque el ser humano, casi como una actitud egoísta, con mucho de egolatría le imprime algo y mucho de lo suyo que no siempre caen bien. El hombre desde que el mundo es mundo, ha hecho de las tropelías límites transgredidos, fronteras arrasadas. Es el enredo que la exageración desmedida provoca tarde o temprano en las redes; el emboyeré de lengua guaraní que tan bien ilustra esas congestiones que jamás entendemos sintetiza que todo orden cuando se desborda, se pierde la cuenta. En cantidad y en calidad de mensaje, porque allí también lo social y político tiene su correlato de todos contra todos, a veces desmedidos y sin sentido. En este país que siempre resulta un tubo de ensayos, experimentando cosas, más aún cuando el interés desmedido que soportan los poderes omnímodos de la gastada política se tratan, incorporamos nuevas técnicas comunicacionales en desmedro siempre del otro, “embarrando” la amplísima cancha que la tecnología pone al servicio de la palabra, para jugarse entero, hacerse entender, discutir, proponer, consensuar.  

Alberto Borrini ha sido un especialista de la publicidad argentina, más que nada un periodista dedicado a la docencia, a la historia y a la crítica, un manual de permanente consulta que descolló en el diario La Nación, la revista Mercado, en El Cronista comercial, pero más que nada en libros que aclaran y desvelan la imagen que promueve la opinión y la adhesión, o no, del mensaje. Sobre la opinión pública y la comunicación dice: “La primera es usada para apreciar cómo ve las cosas la gente, qué reflejos le llegan de ellas; la segunda, para corregir o afianzar las impresiones que se buscan”. Como vemos en la Argentina y en esta época, poco interesan a quienes gobiernan, es lo mismo derrota que triunfo. Eso me hace acordar del concepto inflexible de Enrique Santos Discépolo, parangonando como un “Cambalache” a todo lo que es al revés, devaluado y contradictorio, carente de toda lógica, eso que no tiene más cura porque ha perdido lo esencial, las formas: “Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, / ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador…/ ¡Todo es igual, nada es mejor; / lo mismo un burro que un  gran profesor!”. Sucede que el aluvión tecnológico permitió aliarse con nuevas técnicas de comunicación, a veces mal utilizadas para “ganancia de pescador”, destinadas a desteñir y entorpecer cualquier versión oponente. Por ejemplo el tan de moda “Laufer”, o sea el uso político del sistema judicial para salvar a dirigentes funcionales al poder real, aunque hayan cometido delitos. Las famosas fake news, que son noticias a través de medios destinadas a desinformar con datos que discrepan de la versión supuestamente original, creando un caos y por ende fortaleciendo la falta de credibilidad que perjudique al otro, confundiendo. Como el programa de humor “La noticia rebelde”, que su slogan rezaba: “Un aporte más a la confusión general”. 

La “prensa amarilla” se origina en 1895, durante los cruces difamatorios entre los dos grandes medios norteamericanos en pugna por ganar lectores, el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearts, lo cual hacía que hubieran dos versiones sobre un mismo hecho. Le caracteriza a este tipo de prensa: truculencia informativa, con títulos catástrofe, contenidos exagerados y escandalosos. A estos tipos de comunicación al servicio de poderes no de la verdad, también se los generaliza como “bulos”, es decir una puesta de farsa para perjudicar a alguien. Durante los días del pasado mes de octubre, la exgerente de Productos de Facebook, Frances Haugen,  denunció a su exempresa ante el Congreso de los Estados Unidos, advirtiendo el peligro que involucra la red para mal o bien, que por falta de regulaciones más específicas no protegen como debieran, lo que habría que analizarse con detenimiento. Todo comenzó con una investigación nada halagüeña encarada por el diario The Wall Street Journal, y dada a conocer en el programa informativo televisivo de mayor rating del país del norte, “60 minutos” de la CBS Columbia. Para evaluar la capacidad de captación que tienen las redes, basta con solo agregar que Twitter, por ejemplo, cuenta con 300 millones de abonados. Esta vía fue creada por Jack Dorsey, permitiendo enviar mensajes con un máximo de 280 caracteres, si bien un dato estadístico recuerda que Twitter posee un 40 % de contenido “cháchara”, como lo califican, en un margen en crecimiento  que todas las vías poseen en menor o mayor grado, es decir el sin sentido que la mediocridad vulnera y descalifica. 

Todos caen finalmente con un porcentaje variable de este segmento, teniendo en cuenta que las personas lo hacen por necesidad, para divertirse, para conectarse, pero también es cierto que la importancia de figuración, estar no importa cómo sea, por egolatría, intereses políticos, por qué no, etc. Recordemos que recorren el mundo una suma de posibilidades comunicacionales, atosigadas por el uso y abuso como: Facebook, Twitter, Instagran, LinkedIn, WhatsApp, Messenger, YouTube, Snapchat y hasta la vista de mayores hallazgos con qué “jugar” o delinquir, amén de prestarles el auxilio específico para conectarnos. Lo que no logran entender los políticos ante tantas “ventanas” abiertas y dispuestas donde quedan público sus actos, al descubierto de sus procederes, que son ellos y no otros los que protagonizan todos los acontecimientos que luego los medios se hacen eco, y la gente comenta haciéndose notorio, muchas veces trascendiendo lo intrascendente. El periodismo actúa de “fotógrafo”, busca el encuadre justo, calcula la luz, obtura el disparador, pero finalmente quienes posan, quienes “actúan”, son ellos los protagonistas de siempre, de todos los acontecimientos. Asombra cuando alguien con mettier político se permite decir expresiones que más bien son bromas de mal gusto. Como lo hizo el gobernador de la Provincia del Chaco, Milton Capitanich, evocando lo anterior cuando lo hizo con el diario Clarín ante las cámaras y a puro golpe de efecto, destrozó un ejemplar del diario. Ahora fue mucho más contundente por los alcances, pero mucho más por desconcertante, cuando expresó que era necesario regular los medios, rematando que “la gente piensa lo que los periodistas proponen”. 

En el razonamiento popular ello significa que quienes se pelean por gobernarnos carecen de la suficiente elocuencia para ser saludablemente explícitos. Por eso recuerdo a un maestro del periodismo, Dante Panzeri, que siempre es bueno tenerlo en cuenta: “El título tiene que buscar el impacto. Pero el impacto no justifica la idiotez, ni lo vacío, ni mucho menos la mentira. Hay una sola cosa absoluta, inflexible en periodismo: nunca mentir. En ese punto no hay cosas particulares que marquen la excepción a la norma. Por mentira interpretaremos siempre lo que nuestra conciencia no dé por cierto, puesto que es sabido que no hay ninguna verdad definitiva”. La congestión no es motivo de perder la noción de orden ni respeto para que nos enredemos en un “emboyeré” tan complicado. 

El asunto es cómo actuamos teniendo muy cerca la “cámara” del periodismo que siempre observa, porque esa es su misión, pues no olvidemos que frente a ella somos los  intérpretes de nuestros dichos. Es el precio a pagar por tener el rol protagónico.

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