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Canciones con marca de origen

Por El Litoral

Domingo, 07 de noviembre de 2021 a las 01:01

Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral

En septiembre se editó “Reflejos”, un  libro de poemas musicalizados de Rubén Sebastián Melero que reúne la obra poética del goyano. El mismo se publicará el año que viene en formato objeto-libro.
En 1984 Aldy Balestra y Rubén Sebastián Melero estudiaban medicina en Corrientes, sin embargo no se conocieron en la facultad sino en las peñas universitarias. Estos espacios se convirtieron en el lugar común de los estudiantes de aquellos años de la primavera democrática de Alfonsín. La libertad y la convivencia se expresaban también en canciones en estos territorios culturales.
Aldy cantaba sus composiciones como solista porque aún no integraba el grupo Laurel. Una noche de guitarra y peña, Rubén se acercó y le contó que era poeta, que le gustaba la música que hacía. Enseguida pactaron un encuentro.
La reunión se produjo en la hamburguesería San Remo, en la esquina de Córdoba y Rivadavia, donde Rubén le mostró “Escuelita de campo”, “La doña” y “Macho Ayala”. Aldy llevó los poemas y se tomó unos días para musicalizarlos. El siguiente encuentro fue cuando el curuzucuateño ya integraba Laurel (con Alejandro Sanz y Carlos Escobar) y comenzaba a dejar atrás el repertorio de canciones del noroeste para incorporar temas de poetas correntinos como Romy Espinoza, Yayo Cáceres y Mateo Villalba.
La idea de Laurel era continuar el camino que abrió “Canción Nueva”', sin duda la principal cantera de temas que ahora ya son clásicos. Las reuniones de trabajo entre el poeta y el músico se sucedieron en el departamento de la calle Córdoba, entre Moreno y Rivadavia, que Aldy compartía con “los Laureles”. Los escenarios de las peñas eran los de la Sociedad Israelita Scholem Aleijem, la Sociedad Libanesa, el Club San Martín y el comedor universitario. 
Después de la consolidación del grupo Laurel con un repertorio propio, Aldy y Rubén dejaron de verse durante mucho tiempo. “Para mí fue muy importante el encuentro con Rubén, porque era la primera vez que trabajé con un poeta textos originales. Musicalizarlo fue una gran oportunidad para mí. Casi no tuvimos que corregir nada, salvo algunas palabras por sus acentos. Hay un antes y un después de trabajar la poesía de Rubén. Se me abrió un mundo desconocido. Trabajé antes con Romy Espinoza y Yayo Cáceres, pero fue diferente porque ellos son, además, músicos y la forma de componer es desde esos dos lugares. Sin embargo con Rubén fue trabajar cada uno desde su lugar, él como poeta y yo desde la música”, me dice Aldy desde Buenos Aires con emoción.
Recién en 2021 se volvieron a ver en Mar del Plata, la ciudad que Rubén eligió para vivir hace muchos años. Lo invitó a comer y conversaron largamente sobre sus vidas, sus carreras, sus pesares y sus sueños. “Es un ser maravilloso, querible, un ser que exhala bondad desde su mirada. Nos encontramos un mes antes en un homenaje a Marta de París donde bailé con ella”, recuerda Aldy, que musicalizó un poema que Rubén le escribió a su madre fallecida hace un tiempo.
“Reflejos” habla del universo de su autor hecho de infancia en el campo, del río y de personas y situaciones que marcaron su vida. No se trata, sin embargo, de un espejo de una realidad pasada, no escribe literalmente lo que ve. Melero no es un fotógrafo que atrapa un instante, sino un poeta que resignifica la experiencia vivida y la traduce en palabras con tono correntino. Los personajes de sus poesías no desaparecieron para él, por eso escribe a contra-muerte, atrapando lo que permanece, lo pasado que aún palpita en él.
En su poesía hay una identidad correntina de origen que se muestra sutil pero no menos intensa, esta vez en canciones. “Reflejos”' es un regreso a Corrientes, a sus raíces, a sus querencias, a su semilla. No para quedarse, sino para volar a las estrellas.

—¿Cómo nace “Reflejos”?
—Hace muchísimo tiempo que tenía varios poemas que habían sido musicalizados, algunos por Aldy Balestra, otro por Isael Barreto, un compañero en la facultad. Fue un proceso largo de componer esas canciones, hasta que llegó el momento en que fui a presentar el  libro “Árbol de palabras” a Goya.  En ese momento un primo que canta llamado Alejandro Fernández que además trabajaba en la Casa de la Cultura me ayudó a organizar la presentación. Entonces pensamos en la posibilidad de hacer una parte musical. Hablamos con Rudy Domínguez, que es el esposo de Selva Vera, que participó cantando algunos temas de Aldy:  “Macho Ayala”, “La doña”. Después de mucho tiempo escuchando mis temas cantados, nace el deseo de recopilar toda esa obra que andaba suelta. Rudy entendió lo que quería y como él tiene en su casa un estudio de grabación comenzamos a proyectar esto. Llevó su tiempo reunir todos los temas y hacerlos con cierta coherencia musical digamos.
—¿Por qué se llama “Reflejos”?
—Fue algo que se decidió sobre el final, cuando empecé a pensar en la edición de esos temas que se fueron grabando y, sinceramente, el nombre surgió. Le había pedido a los chicos que si a ellos se le ocurría algún nombre me lo dijeran, porque en realidad me costaba encontrar una palabra, un nombre y fue Rudy el que me sugirió “Reflejos”. Dijo que a él le gustaban los discos o las obras que tenían un nombre corto y a mi me gustó, porque en definitiva tiene mucho que ver con lo mío, una obra que comienza prácticamente en mi adolescencia ya que alguno de los temas tienen letras que fueron publicados en mi primer folleto de poesía llamado “Poemario adolescente” y también tienen letras de mi libro “Sobre la piel del río”, otros inéditos y algunos poemas que son parte de algunas producciones más recientes. Te adelanto que es probable que surja “Reflejos dos”.
Aldy me hizo algunos temas nuevos, uno de ellos después de la muerte de mi madre que se llama “Mi madre anda”. Toda esta producción poético-musical tiene mucho que ver con mi vida afectiva, mi vida poética; va transcurriendo desde mi adolescencia hasta ahora, y creo que de algún modo refleja lo que soy como persona, lo que que soy cuando escribo, cuando soy feliz, cuando sufro.
—En el prólogo tan hermoso que tiene el libro está presente tu familia siempre en relación a tu poesía: tu abuelo, tu tía Estela, tu hermana Liliana. ¿Querés contarnos tu infancia, rodeado de estas personas?
—Antes de comenzar la escuela primaria, tenía una tía que vivía en mi casa, una hermana de mamá, mi tía Estela. En un momento determinado mi abuelo Rubén, el papá de mi madre y de mi tía Estela, en un cumpleaños mío llega a casa con un cuadernito pequeño de pocas hojas y un lápiz. Con ese lápiz comencé, con la ayuda de mi tía Estela, a escribir las primeras palabras. Mi tía me dibujaba —por ejemplo— una casita al margen de los renglones y después me escribía la palabra casa.  Así, una palabra y después llenaba todo un espacio repitiendo la palabra casa y después árbol, después, niño. Recuerdo que cuando comencé la escuela primaria ya sabía escribir y sabía leer todo lo que la maestra ponía en el pizarrón. Esa fue una experiencia fundamental en el trabajo del poeta, porque después comencé a producir una revista que la hacía como si fuera un cuaderno infantil. Reunía varias hojas, las abrochaba y usaba algunas de las cosas que tenía sobre su escritorio. Esa revista tenía algunas letras de canciones, yo mismo dibujaba unos cómics, unas historietas, hacía algunos crucigramas, unos juegos de palabras. Mi hermana era la lectora de esa revista, la única lectora entonces. 
Ella me pedía que continuará con las historietas y yo seguía haciéndolo a pedido de ella. Esa revista se llamaba “Melería”. Hasta ahora en algunas experiencias, cuando escribo cosas, siento que soy ese niño trabajando con su revista.
—Después de eso aparece “Poemario adolescente”, en el 78. Contame algo de eso.
—“Poemario adolescente” fue un folleto de poesías que había empezado a trabajar como parte de un grupo juvenil de escritores. En un momento recibimos la invitación de viajar a Paso de los Libres, donde se hacía un encuentro de escritores correntinos y me entusiasmé muchísimo. La verdad es que tenía ganas de ir; porque contaba con una carpeta llena de poemas y tuve ganas de publicar algo. Le pregunto a mi padre, que me dice que vaya. Fui hasta una imprenta que había a la vuelta de mi casa donde hacían folletos, propagandas, cosas así pero nunca habían editado una obra literaria.
Me apoyaron muchísimo también en mi familia y también otra familia que vivía a la vuelta de mi casa. Se entusiasmaron con la idea y la verdad que iba todos los días a ver cómo avanzaba mi pequeño libro de poemas hasta que salió y lo llevé a Paso de los Libres. Lo presenté allá y un día en Yapeyú donde se hizo un almuerzo como parte de ese encuentro, leíamos a los escritores jóvenes y presenté mi poemario. Para mí fue muy importante en ese momento porque después que leí, me llamó a su mesa Fermín Estrella Gutiérrez, un escritor, sonetista muy conocido que había viajado con el presidente de Sade en ese momento, Aristóbulos Echegaray. Gutiérrez me felicitó después de mi lectura.
—La otra gran protagonista de esos momentos en tu vida es Marta de París.
—Es muy emocionante recordar esto porque hace poco fue el cumpleaños de 100 años de Marta de París. Marta fue muy importante en ese momento, sí. Cuando hago mi especialidad médica en Mar del Plata, durante un tiempo me aboqué a mi formación como psiquiatra y si bien seguí escribiendo, no publiqué cosas y en un reencuentro en una feria del libro en Mar del Plata con Marta, después de algunos años que no nos veíamos, me conectó con todos sus amigos. Yo no tenía amigos escritores en Mar del Plata; o sea que heredé todos los amigos que tenía Marta.
—Por lo tanto, medicina y literatura conviven en ese momento...
—En ese momento me conecto con la literatura, empiezo a participar nuevamente de eventos, de encuentros; y sobre todo empiezo a publicar nuevos libros. También gano un concurso literario importante en Mar del Plata, el Premio Osvaldo Soriano y publico el primer libro después de mucho tiempo de no hacerlo. A partir de ahí seguí porque ellos me invitaron a Buenos Aires a las actividades que hacía el grupo Marta de París.  Empecé a conocer otros sectores,  a participar en otros espacios.  Marta siempre fue muy importante, en el momento que empieza con algunas dificultades, empieza a usar un bastón que le regala María del Mar Estrella, que es la hija de Fermín Estrella Gutiérrez, que también es una buena poeta. En un momento determinado —no recuerdo cómo fue la cosa— se habla de la posibilidad de que yo reciba ese bastón. Ahora cuando fui al cumpleaños de Marta, me regaló el bastón de Fermín Estrella Gutiérrez. O sea, lo tengo ahora conmigo y la verdad que fue una experiencia… Fue el mejor premio.
—Hay una mención muy especial para una persona, que los que hacemos periodismo cultural respetamos y queremos en el diario El Litoral. Hay una mención a Sara Velar de Gauna. ¿Querés contarnos por qué aparece en tu prólogo?
—¡Uh, qué emoción! ¡Qué terrible! No pensé que iba a ser tan duro esto. Cuando estaba trabajando con el grupo de jóvenes escritores en Goya, Sara viaja a dar una conferencia y nos habla a todos los chicos que habíamos ido en ese momento. Como todos los chicos preguntábamos cosas, teníamos mucho interés de saber si podíamos o no podíamos publicar en el diario El Litoral. Sara nos dijo más o menos qué cosas le parecía importante y nos explicó que tenía una directiva del responsable del diario en ese momento era que todo lo que publicara en la página literaria de El Litoral tenía que tener un sabor auténticamente correntino.
Creo que capté el mensaje, la cuestión es que me puse a escribir con la ayuda de una tía postiza pero que fue muy importante también. Esa tía fue quien me empezó a prestar libros y empecé a conocer algunos autores correntinos como Osvaldo Sosa Cordero, Franklin Rúveda. En ese momento todavía no lo conocía personalmente a “Cachito” González Vedoya, pero ya conocía algunos temas de él, “Por Santa Rosa” y un montón de temas y así fue como empecé a escribir mis primeros poemas bajo esa consigna. De esa experiencia surgieron después algunas de las letras que musicalizó Aldy y que aparecieron en “Reflejos”. Otras las tenía guardadas para más adelante pero cuando viajo a Corrientes a estudiar medicina, pasado un tiempo Sarita me dice que su esposo estaba un poco enfermo y si yo podía ir a verlo y a tomarle la presión a Pablo. Así que yo iba todas las noches a la casa de Sara frente al barrio Ferré. Una casa muy grande, muy linda. Después que le tomaba la presión me invitaba a cenar siempre.
—Qué increíble...
—Y hablábamos y hablábamos. Tuve una hermosa amistad con Sara y después que vine a vivir a Mar del Plata nos seguimos escribiendo. Ella me mandaba algunas cartitas, yo le respondía. Así que, sí, Sara fue una figura importante en mi vida personal y como poeta, siempre me acuerdo que cuando vivía en Corrientes y le daba una serie de poemas para que ellas revisara, de golpe me sorprendía con una página de El Litoral con mis poemas, digamos, y para mí, imaginate, en ese momento era como la gloria.
—“Reflejos” está dedicado a Ompa Mohando. ¿Por qué? 
—La verdad que siempre fui muy familiero y mientras que estudié en Corrientes, la mamá de Ompa nos invitaba a su casa y nos reuníamos ahí. Recuerdo momentos muy lindos de esa experiencia. Cuando estudiaba medicina en Corrientes, participé de un concurso de la Secretaría de Cultura, la Subsecretaría de Cultura y gané el primer premio, que solo era un diploma. 
Yo gané con poesía y Nilda Rosa Nicolini, de Curuzú Cuatiá ganó el primer premio en narrativa. Mis amigos y yo sabíamos que la Universidad del Nordeste tenía una imprenta en Resistencia y empezamos a trabajar en pedir al rector la publicación de ese libro. Mientras tanto Ompa soñaba con la presentación de ese volumen que consistía en cantar algunas canciones con Isabel Barreto que musicalizó algunos poemas. La verdad es que esa presentación nunca se hizo porque se demoró un poquito la impresión. La cuestión es que de a poquito nos fuimos recibiendo y esa presentación del libro “Sobre la piel del río” nunca se hizo. Cuando presenté “Ciudad intervenida” en Corrientes, Ompa y su grupo cantaron en la presentación. Para mí fue una gran alegría reencontrarme con Ompa, pero no lo volví a ver.
—Falleció en este período.
—Sí, tenía que ser en este momento evidentemente.
—¿Hace cuántos años que vivís en Mar del Plata? 
—Casi 40 años ya, ¡qué bárbaro!
—¿Qué es Corriente para vos hoy?
—Corrientes es mi alma. Creo que una buena parte de mi alma tiene que ver con todo lo que yo viví en Corrientes, toda mi infancia, mi adolescencia, mi carrera universitaria y mis regresos cada tanto, por cosas felices y por cosas tristes que van pasando. Uno siempre vuelve y siento que, cuando vuelvo, fertilizo un poco mis raíces.

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