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Afiche, anticipo de estreno

Era un rito sagrado. El cine convocaba. Pero la curiosidad no aguantaba una espera tan agotadora, entre anuncio y estreno. Sin duda, el afiche, generoso, nos daba la yapa de soñar despiertos.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Era una aventura maravillosa. Blanco y negro, sepia, ferrania o color por tecnicolor. De cualquier manera, el espectáculo estaba anunciado. Pronto se apagarían las luces, con el corazón en la boca, el bullicio de la sala callaría, y la proyección de ese milagro divino llamado cine colmaría todas las sombras, butaca por butaca, hasta que su luz brillante y total, descompuesta por el proyector, nos devolvería un drama, una comedia, la vida misma compaginada en mil argumentos. Pero la historia verdadera de una barra de amigos, era que con lo justo, aunque pequeños moríamos por el cine, camino de una imaginación a toda prueba. En ello había una pasión por el séptimo arte, pero más que nada una lección solidaria: la revista que alguien pudo comprar pasaría de mano en mano para que todos, tengan la posibilidad de leerla. Y, al que le sobrara moneditas para ir al cine, tenía la obligación moral de contarles luego, al resto, escena por escena, por aquello de: “Todos para uno, y uno para todos”. Esta procesión, comenzaba mucho antes del estreno. Recorríamos varios cines pero no para ingresar, sino para deleitarnos por horas, viendo la cartelera de próximos estrenos, conforme el título y los actores, soñábamos despiertos de antemano, imaginando una por una cada situación. Recorrer el hall de los cine, era como una visita al museo donde cada afiche se analizaba profundamente, trazo por trazo, letra por letra. Claro, este metejón por el séptimo arte comenzó mucho antes cuando las pruebas preliminares, le dieron la posibilidad a los hermanos Lumiere, Marie Nicolás y Louis Jean, franceses, el 13 de febrero de 1895, poder decir que inventaron el cine, certificado con dos memorables documentales de corto metraje producidos por ellos mismos: “Salida de los obreros de la Fábrica Lumiere en Lyon Momplaisir (Francia)”, y “Llegada de un tren a la estación de la Ciotat”. Posteriormente, haciendo uso del advenimiento del cine, sumando nuevas técnicas de filmación, otro percusor, Marie Georges Jean Melies, lanzó su película también de corto metraje: “Viaje a la luna” en 1902. Claro, si memoramos el afiche de la cartelera cinematográfica, concluimos que es el tema la expectativa que nos convoca, consistente en anunciar gráficamente la película, como así la publicidad en general. Existe otro memorable difusor de una técnica nueva de comunicación que ganó el mundo: Henry de Tolouse Lautrec, francés, que le imprimió una nueva impronta al dibujo y al medio, y por supuesto al afiche, desde su oficina improvisada en una mesa del famoso Moulin Rouge (El Molino Rojo), catedral nocturna de bellas mujeres y su colorido Can-Can como sus personajes, que los volcó uno por uno en su grandiosa obra pictórica.  Ya mucho más acá, a partir de la década del 30´al 50´, cuando el cine argentino estuvo en su apogeo a partir de la primera película sonora, “Tango”, al igual que “The Jazz Singer” (El cantor de jazz) en los Estados Unidos, el cine fue la cita urgente donde los ilustradores argentinos supieron lucirse, con realizaciones de arte en materia de carteleras cinematográfica. 

Es así que podemos nombrar a Ricardo Barrosa, Rafael Faillace, Mario Pacciarotti, y los más famosos: Osvaldo Mario Venturi que ilustró entre tantas, películas estructurales del cine argentino, como: “La guerra gaucha” en 1942, “Pampa bárbara” en 1945, “Captura recomendada” en 1950, “El hincha” en 1951, “Las aguas bajan turbias” en 1952, “El último perro” en 1956, “Esta tierra es mía en 1961, “Hijo de hombre” en 1961, “Hombre de la esquina rosada” en 1962, entre tantas otras, teniendo en cuenta entonces que el cine argentino estaba primero en la nómina de películas hispanoparlantes. El otro exitoso realizador de afiches de películas fue Narciso Bayón, que fue escenógrafo del Teatro Colón y dibujaba en las tiras humorísticas de las revistas “Sintonía”, “Caras y Caretas”, “PBT”, y en Diario “El Mundo”. Numerosas películas llevaron su firma en los afiches de promoción, para radicarse luego en 1960, en los Estados Unidos. Esa “inspección ocular” que realizábamos con mis amigos, descubriendo los afiches que se exponían en los cines “San Martín”, “Colón”, Rex o “Corrientes”, también nos permitió conocer dibujos excepcionales realizados por ilustradores norteamericanos, anunciando películas originadas por la “Fábrica mágica” de Hollywood, de temas diversos y cambiantes escenarios para todos los gustos. Los más importantes artistas del afiche cinematográfico del país del norte, fueron Reynold Brown, quien entre sus más famosas obras figura, “Espartaco” en 1960, “Ben Hur” en 1959, “El álamo” en 1960, etc. O, el mismo Drew Struzan, con: “Stars Wars”, “Indiana Jones”, “Back to the future”, etc. 

Pero sin duda un artista que era más que nada diseñador gráfico, ofreció otra cara, dedicándole tempo y arte a la confección renovadora de títulos como de afiches, marcando un estilo diferente y atractivo en la forma de encarar su trabajo, incriminándose con el director en la forma de pensar el guion, como así en todo lo atinente a la producción general, lo que lo definía de una manera diferenciaba del resto. Por sus atributos nada comunes acompañó grandes realizaciones, inmediatamente su nombre, Saul Bass, se hizo cotidiano doblando la demanda de los estudios.  Algunas de sus intervenciones más sobresalientes fueron: “El hombre del brazo de oro”, “Vértigo”, “Psicosis”, “El cabo del miedo”, “West side story”, “Éxodo”, “Anatomía de un asesinato”, etc., colaborando en forma estrecha con directores de la talla de Martin Scorsese, Alfred Hitchcock, Billy Wilder, Robert Aldrich, Otto Preminguer, entre muchísimos otros.

El afiche cinematográfico conlleva todo un arte de formas y colores, porque sintetiza un anticipo anunciando un estreno, ya que a la vez que expone nos dice construyendo un mensaje a partir de un argumento. Por eso nuestras paradas en el hall de los cines, escrutando afiche por afiche tenían por misión poner en movimiento toda nuestra imaginación y disparar intuitivamente una historia que alimentaba nuestras mentes, por el solo hecho del impacto de la obra. Era como la magia de ver una película antes de verla, presintiendo conforme los actores, los rostros, el ámbito que el ilustrador había apelado para edificar su obra: el afiche.

Todavía me causa impresión un afiche cinematográfico cuando estoy frente a él, inmediatamente comienzo a imaginar, y “me hago la película”. Es instintivo el deseo de hurgar en cada pincelada del artista que lo concibió, en cada detalle por mínimo que fuera. O, las fotos, que generalmente son partes de fotogramas con las más importantes escenas de la película, que el artista toma para diseñar la cartelera diagramando una imagen que lo dice todo. Para nosotros era como adivinarle el pensamiento con solo mirarle a la cara; podría ser un pirata, un cowboy, un héroe, o el ámbito inolvidable del gran circo “Barnum and Bailey” para servir de escenario al “Espectáculo más grande del mundo”, o bien complacernos con “Casablanca”, la ternura y el amor de “Algo para recordar”, o tal vez el dolor desesperado de “Angustia de un querer”. Es el cine otra vez, anticipándonos en un afiche todas las vidas, una vida. Si bien, Homero Expósito, lo nombra de soslayo en forma genérica de anuncio y soledad, al afiche, al papel, a los miles de sueños anunciados, a la soledad de morir en la calle que anida a expensa del viento, el sol y la lluvia, pero claro es el amor comparado con él: “Cruel en el cartel, / la propaganda manda cruel en el cartel, / Y en el fetiche de un afiche de papel / se vende la ilusión, / se rifa el corazón…”/  En el cine, el amor también, con sus héroes y proezas nos abrazaban, sin monedas claro, pero con ilusiones, y una imaginación intacta para verlas antes que nadie, porque el afiche ya nos contó de antemano.

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