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La triste historia de la Difunta Correa

Historia. Deolinda Correa, una madre y esposa que debido a una tragedia se convirtió en fuente de esperanza para otros.

Por Francisco Villagrán

villagranmail@gmail.com

Especial para El Litoral

Leyendas y tradiciones confluyen a lo largo y ancho del país, conformando una serie de mitos y relatos donde se mezclan la realidad con la imaginación, y como resultado de esta mixtura a veces surgen mitos y leyendas que perduran por siempre en el sentimiento y el alma del pueblo.  Casos hay muchos en nuestra amplia geografía, en el litoral, centro y sur de la república, hay ejemplos abundantes de este tipo de hechos enigmáticos y misteriosos. Entre los mitos y leyendas podemos nombrar los más conocidos como El Pombero, El Lobizón, El Gauchito Gil, el Gaucho Lega, El Yasí Yateré, etc.  y entre los cultos populares más difundidos, no podemos dejar de mencionar uno que tiene su epicentro en la provincia de San Juan: el de la Difunta Correa.

De acuerdo a cálculos realizados hace poco más de 25 años, más de un millón medio de personas en todo el país son devotas de la famosa Difunta Correa, que es protagonista de una de las leyendas más increíbles de la memoria popular. Los miles de fieles y devotos la veneran a tal punto que establecieron lugares de culto en distintos lugares del país y hasta en el exterior. Su nombre era María Antonia Deolinda Correa, era muy joven, con poco más de 20 años, cuando unió su vida a quien fue su gran amor, el criollo Baudillo Bustos. Ambos se conocieron en San Juan y se instalaron, poco después de su boda, en la ciudad de Caucete, donde se establecieron y llevaron una tranquila vida de hogar que dio sus frutos, en 1835 hicieron realidad el sueño de ser padres. Sin embargo, la vida le tendió una trampa a tanta felicidad. Su esposo, Bustos, fue llevado con otros compañeros a fortalecer con nueva tropa al ejército del caudillo riojano Facundo Quiroga. Aunque estaba gravemente enfermo, el hombre fue llevado por la fuerza, pese a los ruegos y llantos de su mujer, que lejos de amilanarse por lo que ocurría, tomó a su pequeño hijo en brazos, juntó algunas pertenencias suyas y de su bebé, y se marchó tras la caravana que llevaba a los hombres a paso forzado, entre ellos su marido.

Madre ejemplar

La mujer caminó durante horas, días enteros a marcha forzada, con el niño en brazos, sin importarle el calor agobiante y el sol que impiadoso castigaba con toda fuerza, el cansancio la fue minando lentamente, pero sin embargo todos estos elementos en contra, no pudieron minar su fortaleza. Cuando ya estaba en pleno desierto, se le acabó el agua, pero extenuada y todo siguió trepando lomas y atravesando caminos, en busca de alguien que pudiera ayudarla, sobre todo por el bebé que se iba debilitando lentamente. Finalmente la sed, el hambre, la debilidad y el cansancio lograron vencerla: la mujer cayó muerta en un cerro y de esa manera terminó su corta vida y comenzó el mito. Junto a uno de sus pechos, quedó el pequeño, mamando la leche de su madre muerta, que de esa manera le salvó la vida. Hasta el final protegió a su hijo y aún después de muerta siguió protegiendo al bebé. Un ejemplo de vida, de esposa y madre, hasta la muerte y aún más allá. 

Un grupo de arrieros que circunstancialmente pasaba por allí, ya que era un lugar muy  poco transitado y desolado, los encontraron y dieron cristiana sepultura al cuerpo de la infortunada mujer, en el mismo lugar donde había fallecido. Al niño milagrosamente salvado, lo llevaron a la ciudad de San Juan y lo pusieron bajo los cuidados de una mujer que generosamente lo cuidó hasta que pudo reponerse totalmente. Todo esto motivó la veneración de los lugareños, que primero le levantaron una cruz de palo y una caja de alimentos para que pudieran aprovecharla los viajeros que pasen por allí. Luego le prendieron velas que pusieron en una humilde casucha. Después se levantó una capilla donde actualmente descansan sus restos, en el mismo lugar donde ella cayera muerta. Luego hicieron una estatua yacente en yeso esmaltado de la mujer con su hijo amamantándose y finalmente se erigió un mausoleo.

Todos estos hechos, sumados a la leyenda popular, a que la gente la consideró una figura venerable, a la que comenzaron a pedirle favores y dijeron que siempre ella cumplía con los pedidos, de a poco la fueron considerando una santa, una figura capaz de hacer milagros y ayudar a la gente que le pedía favores. 

El lugar donde ocurrieron los sucesos es uno de los más visitados de América Latina, con unos 10.000 visitantes por domingo. Por supuesto, en épocas normales, no en esta época de pandemia. Los creyentes la veneran, le piden cosas y agradecen,  le llevan y prenden velas rezando en su memoria y de su hijo. También dejan cosas que los circunstanciales viajeros que por allí pasan puedan utilizarlas. Los viernes Santos de cada año, unos 100.000 peregrinos llegan al lugar para pedir ayuda, trabajo, comida o curarse enfermedades tanto del cuerpo como del alma. Nunca falta agua ni velas encendidas en su memoria. A pesar de que la Iglesia no está de acuerdo con este tipo de culto popular, los fieles y devotos de la Difunta Correa, la continúan venerando cada vez más. Su intervención, según dicen sus miles de creyentes, es milagrosa y no tiene explicación lógica, para ellos es una santa milagrosa que después de todo lo que sufrió en este mundo, desde el más allá, continúa ayudando a sus devotos, que le piden favores especiales, y ella casi siempre los cumple.

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