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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La letra chica de la infamia grande

La cara colorada de Ginés enmarcaba su ancha sonrisa. No podía contener su satisfacción al observar como se agolpaban los palets de frasquitos y jeringas en los depósitos del Ministerio.

-¡Se portó el camarada Vladimir!, exclamó exultante en un momento de éxtasis, y mirando a su sobrino le dijo:

-¿Terminá con las listas, que comenzamos, cuánto antes! ¡No te olvides de los empresarios amigos, de la familia, y menos de los políticos de influencia!

A su lado estaba Carla, con un silencio calculado. Detrás de sus vivaces ojos negros, enmarcados en gruesos anteojos, estaba una mujer capaz y astuta.  Hace rato pensaba que Ginés estaba gagá, y avanzaba su resentimiento por tener que depender de alguien a quién superaba en capacidad y gestión.

                               -¡Eh, Carlita! ¿no decís nada?  Calculadora, Carla sonrió por toda respuesta, mostrándole el pulgar levantado.

Tres días antes, Ginés había recibido el llamado de su amigo Horacio, un revolucionario todo servicio devenido en periodista y de laxa moral. -¡Te aviso y te venís al Ministerio, eso sí, con la manga ya levantada, ja, ja!

Casi al unísono, su secretaria le anunció que Hugo estaba al teléfono. -¡Huguito querido! ¿Cómo andan las huestes camioneras? No te preocupes, te mando directamente al sanatorio Antártida, así también se vacunan el pibe y tu jermu. ¡Pero actúa con cautela, para que no se sepa!

                               -¡Ja, ja, ja!, se escuchó al otro lado de la línea. Lo dije mil veces y te lo repito, dijo Hugo: “Los peronistas somos así, un día decimos una cosa y después otra, y lo mejor es que nos siguen votando”, así que manda las vacunas y listo el pollo.

En su propio celular, Ginés marcó el número de Estelita: -¡Hola reina! Tengo la primera vacuna para vos, no tenés necesidad de venir, aunque, no sé si tu posición de guardiana moral te permitirá hacerle una gambeta a los principios. -Escuchame gordito simpático- dijo Estela- yo defiendo a los nietos no a los abuelos, así que mandá ya mismo al vacunador. Y de última, tengo 90 años.

Así, pacientemente, Ginés fue construyendo su listado de vacunados V.I.P. Con las vacunas a su disposición, se sentía poderoso, ahora no permitiría ser ninguneado, y todos le deberían un favor.

 No imaginaba que Carla tenía otros planes y que se la estaba sirviendo en bandeja.

                               -¡Hola Alberto, habla Carla! -¡Carlita querida, que dice tu corazón! le respondió. Con algo de aprehensión por la investidura de su interlocutor, se animó a decir: -¡El viejo éste está repartiendo vacunas como caramelos, a políticos y empresarios, sin ninguna discreción¡ ¡Más temprano que tarde esto se va a saber y tu gobierno quedará mal parado! ¡Me parece que llegó el momento de concretar lo conversado!

Con algo de bronca pero con mucho de cálculo, Alberto tranquilizó a Carla: -¡Dejalo que se ensarte, vamos a meter también en el mismo paquete nuestro propios listado de amigos, y cuando salte el asunto, le echamos la culpa, hacemos volar a Ginés y asumís vos! ¡Ah, no te olvides de asignarle un cupo a la jefa!

 Alberto hizo tres llamados: -¡Cabezón, tengo la vacuna para vos y la Chiche! ¡Danielito querido, con tu tostado carioca veníte que te vacunamos, je, je! El tercer llamado fue a un alto prelado.

Lo que sigue es conocido. Estalló el escándalo, Horacio se tiró sobre la granada para controlar la explosión, Ginés le echó la culpa a su Secretaria privada, Alberto echó a Ginés, designó a Carla y se fue a México.

Total, la gente se olvida rápido, igual nos seguirá votando.

No es para tanto, sólo algunos abuelos muertos más, pero la tropa intacta.

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