¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

Los detestados de Midas

Por El Litoral

Jueves, 29 de abril de 2021 a las 01:06

Por Francisco Tomás González Cabañas
Especial

Las democracias liberales, occidentales o como las queramos llamar, no interpelan a sus ciudadanos a que elijan a sus representantes o a quienes las administran. La democracia pasó a ser un rito plebiscitario, una jornada electoral en donde por una mayoría matemática se determina si el grupo que se hizo en el poder continuará o no continuará, y qué facciones en pugna tendrán determinados apoyos para luego formar gobierno.
La democracia, como no podía ser de otra manera y mal que les pese a los intelectuales, sobre todo a los orgánicos, a los que se acendra en las usinas académicas de formación de seres enlatados prestos a comprar, para reproducir, fotocopias de artículos que son, en el mejor de los casos, alguna buena lectura de Marx o de cualquier otro autor neomarxista o que haya leído a Marx, ha pasado a ser otra cosa de lo que era apenas unos años atrás. La otrora antipolítica (tomada la misma como lo basal de lo democrático) de izquierdas, se reconvirtió en antipolítica de derechas. El péndulo oscila y la importancia dejó de ser el objeto para pasar a ser su inercial oscilación. 
Es decir, no elegimos más (en verdad nunca elegimos, pero no la vamos a liar parda, que allí está el negocio de ciertos intelectuales, hacer incomprensible lo obvio) no optamos por quién gobierna, ratificamos o rectificamos a los que gobiernan. O mejor dicho, para expresar de qué va esto, o los corremos, es decir los sacamos a los gobernantes para poner al subsiguientemente otro, dado que no nos da, el corrernos de la democracia, por más que esta, ya en el sentido sexual, se nos corra a nosotros.
Como esto no está aún expresado en tales términos, usamos al grupo (llamarlos partidos sería un insulto a quienes han formado o creyeron en partidos políticos) que pretende disputarle el poder para, en verdad, sacarnos, correrlos a los que nos están gobernando. Claro que la tendencia natural a permanecer en lo mismo, como las ventajas competitivas que tienen material (sobre todo mediática como económicamente) como hasta espiritualmente (en cuanto a expectativa, el voto útil o voto condicionado que generan por sobre quienes les pagan el sueldo manejando las cuentas públicas e imponen las reglas de juego) hacen que sea casi imposible que un gobierno deje de ser tal, de acuerdo a como está planteada la democracia actual en relación a las formas de establecer las decisiones más centrales e importantes. 
Para que suceda un cambio, es decir, para que la ciudadanía salga de todo aquello, no solo tiene que estar mal en todo sentido, sino estar cansada, fatigada, harta de esta situación y expresarlo mediante el artilugio del voto, que es ni más menos que la sentencia del correrlos, con la vaina, pero correrlos al fin, para que vengan esos otros que le siguen.
La democracia nos salva de aquello, precisamente de allí que la conservemos, pero eso no significa que no represente esto que decimos, que devino, que se convirtió en una ratificatoria de la continuidad o no de un gobierno. Lo mejor que podemos hacer es, desde el lugar en el que uno vive, poder hacer uso de esos derechos que garantiza la democracia. 
La democracia, para que no se nos corra (en el sentido sexual) perversamente sobre nosotros, debe ser corrida en sus vertientes de oficialismo y oposición, de lo contrario seguirá siendo lo que es; un mero juego para ver si cada tanto corremos o no a los que nos gobiernan, no importa quiénes vengan después, dado que nos reservamos el derecho de más luego también volver a correrlos. Corremos tras el fenómeno democrático o de la democracia, por eso, por más que la anhelemos, la deseamos o digamos que vamos por ella, jamás la tendremos ni estará entre nosotros. Una cosa es el juego de partidos o de candidatos y candidatas, y otras las necesidades como aspiraciones ciudadanas. 
Esto debiera estar en juego, pero en cada elección, en muchas aldeas occidentales, los que forman parte de hordas no integradas a las ciudadanías, más los que no participan de la convocatoria electoral, constituyen una innegable primera minoría que aún no encuentra forma de ser representada democráticamente. 
A estos les debieran hablar los miembros de la claque que se disputa el poder, además de disputarse supuestamente ideas, agresiones, amenazas o lo que fuere. 
La falsa cuestión dilemática de la política o la antipolítica es otra de las tantas cortinas de humo en las que se pretende ocultar la razón de ser de lo democrático en los últimos tiempos. 
Veremos qué sucede en Madrid con “los detestados de Midas” que, intuitivamente, cada vez parece que son más. 

Últimas noticias

PUBLICIDAD