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La casa embrujada

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Muchos niegan la existencia de las brujas, las que fueron perseguidas cruelmente en períodos históricos de intolerancia religiosa. Brujas eran las que no compartían las creencias de la mayoría por ejemplo, o quizá porque tenían un gato negro, entre tantas tonterías que se decían.

Corrientes a través de los años tuvo y tendrá muchas pitonisas, cuyos servicios fueron brindados más o menos públicamente. La cura del empacho, gualicho para el amor, pretendidos efluvios negativos hacia algún contrario, ver el futuro mediante pases mágicos de cartas, borra de café, té, enterrar un sapo con la foto del malquerido, entre tantas cualidades que nuestro antiguo pueblo tuvo como costumbre vigente. No olvidar jamás que cada político correntino siempre tuvo un adivino (nigromante) para dirigir sus acciones y obtener resultados. Al mismo tiempo, compartían sus creencias con alguno que otro cura para asegurar la presencia de Dios en el mismo sentido. 

De la misa a la hechicera, sorprendente, ¿no? Pero es la realidad. No puedo ni debo dar nombres porque resulta de mal gusto. Las largas colas frente a las casas de estas personas, hombre o mujer, o lo que resulte, dan fe de mis dichos, algunos con el fin de que sus amores sean correspondidos, otros con malas intenciones.

Una de las adivinas vivía cerca de lo que hoy es el parque Cambá Cuá (cueva de negros o algo así), donde el arroyo Salamanca entubado cruza raudo en busca de su amigo el Paraná. Muy cerca se encuentra la casona de los Ferro, último vestigio en la ciudad de la arquitectura federal, en la cual, según la historia, los propietarios además de dedicarse al comercio (como casi todos) eran “calafates”, constructores de embarcaciones de pequeño y mediano porte. Canoas, buques a vela, entre tantas cosas heredadas del arte del exgobernador Pedro Ferré, llamado “calafate” tan honorable que dictó un decreto en su momento por el cual ordenó salir de la ciudad a toda persona que viviera en concubinato, entre otras cosas, mandándolas a vivir fuera de sus ejidos, en un ataque de misticismo y dignidad inventada. Al día siguiente, pasquines, de los que existen hasta ahora en la ciudad, notificaban: “el señor gobernador va a vivir fuera de la ciudad” haciéndose eco de sus romances espurios con una conocida dama. No termina allí la actividad del santón, para desgracia tuvo intervención en la Constitución Nacional de 1853 y dicen que fue él quien agregó: “La moral, las buenas costumbres y el orden público” a las acciones privadas de los hombres, justamente él que violaba hasta su propia norma.

En ese barrio Cambá Cuá vivía una mujer sobre calle Julio entre Misiones y Entre Ríos, la casa no me acuerdo. Era comadrona, adivina y otras artes, según cuentan tenía mucho poder, para lo bueno y para lo malo. Vivió muchos años y como dispone la naturaleza un buen día se marchó, murió. Algunos se alegraron, otros la sintieron como ocurre siempre.

La casa en que vivió se puso en venta, tardó más de veinte años en lograr venderse, ¿cuál era el motivo? Cuentan los vecinos que por las noches la veían pasear con un lamento indefinido, quejido que metía miedo, pero miedo de verdad. Los que visitaban el lugar pretendiendo comprarlo, se encontraban con ruidos raros, cosas que se movían, puertas que se cerraban de golpe sin viento alguno, lo peor cuentan, y yo que repito, que en alguna oportunidad vieron pasar a la exdueña perseguida por sombras oscuras que gruñían.

Un buen día apareció un profesional, antes de entrar ingresó un cura con elementos de exorcismo, quien al poco tiempo salió disparando como si lo llevara el viento. No se amilanó el hombre haciendo ingresar a la finca a una conocida sacerdotisa de la ciudad quien, sin muchos alardes, lenta y parsimoniosamente, llamó a la puerta, bastante deteriorada por el transcurso de los años, la que para sorpresa de muchos crujiendo se abrió perezosamente, pidió permiso solemnemente, llamó por su nombre a la fallecida dueña y según relatan fue caminando hablando con nada más que las sombras, la pitonisa se sentó en el fondo junto a un árbol, un laurel negro, le habló al mismo, no sabemos el contenido de la conversación. Regó con agua el lugar y salió. Los vecinos y curiosos estaban atentos mirando la casa de donde provenían ruidos y apariciones. La señora con todo respeto dijo: “La ayudé a cruzar, tiene deudas pendientes, pero está dispuesta a hacerlo”. El hombre que la escuchaba prestó atención a las indicaciones estrictas de su interlocutora: “Debe cortar el laurel, debajo de él encontrará un secreto, dele usted sepultura siguiendo el rito católico, es muy viejo”. Afirman algunos, no están seguros, que en el cementerio San Juan Bautista existe una tumba sin nombre con un dibujo de un árbol y una cruz.

La casa fue remodelada y nunca más se escucharon ni ruidos ni quejidos, es normal según lo que de normal definamos.

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