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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La esperanza cortoplacista

Algo empezó a cambiar en las últimas semanas, no precisamente por mérito del Gobierno. Inversores del exterior que hasta hace no mucho habían eliminado a la Argentina de sus agendas están volviendo a desempolvar algunos viejos contactos. Aunque todavía golpeados por los últimos cimbronazos de la economía local, la súper liquidez que hay en el mundo invita a asumir riesgos. A mayor riesgo, mayor también será la recompensa, razonan.

Un informe reservado de AR Partners, la compañía de servicios financieros comandada por Eduardo Tapia, uno de los hombres de más experiencia reconoce que ser inversor de largo plazo en la Argentina no fue buen negocio, al menos en el último medio siglo. El que invirtió USD 100 en la Bolsa argentina hace 55 años tendría hoy el equivalente a USD 75, mientras que hubiera obtenido USD 3200 si hubiese colocado el mismo dinero en la bolsa norteamericana (S&P500); USD 2600 en la de Londres (Ftse); USD 2000 en la de Japón (Topix) o USD 1400 en la de Alemania (DAX). No obstante ello, la altísima volatilidad del mercado argentino ofrece retornos altos en el cortísimo plazo. Es cuestión de tener el timing adecuado. Y, en ese sentido, asevera que la historia demuestra que siempre que se invirtió en momentos como el actual, con las acciones valiendo 80% menos que en su pico del 2018, hay altas chances de duplicar y hasta triplicar el dinero en un período de cinco años. Para quien tiene dinero para arriesgar, y algo de agallas, es una promesa atractiva.

El rally que vivieron en las últimas semanas las acciones y algunos bonos argentinos es una pequeña muestra de este incipiente fenómeno. “Los fondos de riesgo están volviendo a llamar”, coinciden en algunos de los bancos y mesas de dinero más grandes de la City porteña. En momentos en los que el dinero en el mundo sobra, también los inversores tienen un plafond para construir relatos que justifiquen su nueva incursión por territorio financiero argentino. En Wall Street hay expertos narradores. Entre otras historias, se puede escuchar a quienes ya anticipan que en 2023 habrá un cambio de signo político o quienes creen que podría haber una continuidad del Frente de Todos, pero ya de la mano de Sergio Massa, una figura más amigable a la vista de los mercados. Todo vale en tanto y en cuanto todavía es demasiado pronto para que las teorías realmente se materialicen.

En cualquier caso, nadie desconoce los desequilibrios macroeconómicos que hay en la Argentina, pero la sensación generalizada ahora es que, pese a la no gestión de Alberto Fernández, una vez más el peronismo logrará este año sostener un “estable desequilibrio”. Las condiciones externas son demasiado buenas como para que la economía argentina implosione antes de las elecciones. No solo las bajas tasas de interés en el mundo aseguran un flujo de capitales financiero que, aunque por goteo, también derrama en la Argentina, sino que garantiza que este nuevo ciclo de commodities fuertes podría mantenerse al menos hasta el año que viene. El gobierno de Joe Biden puede no estar siendo demasiado condescendiente con la Argentina en el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero de forma indirecta se está transformando en uno de sus principales sostenes. Janet Yellen, la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, instó la semana pasada a los ministros de Economía del G7 a mantener los planes de estímulo, pese a la aceleración que en algunos casos está mostrando la inflación (la variación interanual del IPC en los EE. UU. fue en mayo del 3,8%, el valor más alto desde 1992). “Siga siga”, interpretan los traductores locales que usa el Gobierno.

El dato no pasa inadvertido para el ministro Martín Guzmán. En mayo pasado el agro liquidó un récord de USD 3500 millones, el valor más alto de los últimos 18 años. Gracias a los mayores ingresos por derechos de exportación, en el Gobierno creen que podrán sostener hasta las elecciones los subsidios a la energía sin alejarse demasiado del plan fiscal original. En Hacienda estiman que recién este mes las cuentas públicas empezarán a mostrar un rojo más notable. Los cálculos preliminares de Guzmán prevén para este mes un déficit primario de poco más de $250.000 millones, una cifra en términos nominales similar a la registrada en igual período de 2020, pero mucho más baja en términos reales. El rojo no solo estará explicado por los aguinaldos del sector público, sino que se espera que, estacionalmente, los subsidios energéticos también piquen en punta. En definitiva, dependerá de que el gobierno de Alberto Fernández empiece a dar señales claras de hacia dónde va a la economía después de las elecciones para que muchas de estas pequeñas apuestas se transformen en inversiones de largo plazo. De otra forma, con todo el contexto a favor, será otra oportunidad perdida más.

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