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¿Sos tu compromiso puesto en el mundo?

Shearson Lehman nos dice: “Compromiso es lo que transforma una promesa en realidad”. Es la palabra que habla con coraje de nuestras intenciones. Y las acciones que hablan más alto que las palabras. Es hacerse del tiempo cuando no lo hay. Salir airoso una y otra vez año tras año. 

Por El Litoral

Jueves, 22 de julio de 2021 a las 01:02

Por M. Javier Arecco 
Profesor universitario, autor de varios libros y artículos sobre recursos humanos, liderazgo y cambio organizacional. Licenciado en Recursos Humanos, Magister en Psicología Organizacional, Coach internacional. Especial para El Litoral.

El compromiso es lo que hace al carácter, el poder de cambiar las cosas. Es el triunfo diario de la integridad y sobre el escepticismo. 
¿Qué implica posicionarse como sujeto en el mundo, enunciar la propia identidad, exclamar, como nuestra subjetividad demanda, “soy yo”? ¿Es posible ser un yo? Como habrán notado, el inicio a este párrafo está escrito con minúsculas: tanto “soy” como “yo” son palabras que, en la concepción de la identidad que a continuación hablaré, van siempre juntas y, como anticipé, se escriben con minúsculas. ¿Cuál es la razón de esta decisión? Me interesa hacer dos distinciones: en primer lugar, la que existe entre “soy” y “Soy”; en segundo lugar, la que presentan “yo” y “Yo”. Por un lado, propongo entender al “Soy” con mayúscula como la dimensión identitaria que persigue la búsqueda de la verdad, podríamos decir, en otras palabras, el famoso “sentido de la vida”. Entiendo al “Soy” como la dimensión metafísica de la persona, aquella en la que místicos y religiosos pretenden profundizar.
Sin embargo, no tengo la intención de ahondar en esas aguas. A lo largo de este recorrido, nuestra preocupación no será encontrar esa verdad de hecho, desde mi punto de vista, ni siquiera es posible confirmar si esa verdad efectivamente existe, por el contrario, apostaremos a explorar la otra dimensión identitaria de la palabra, aquella escrita con minúscula, el “soy”. El “soy” no remite a un estado de existencia eterno e inmutable, como el “Soy”, sino, más bien, a un estar siendo, a un estado particular y –probablemente– provisorio, en donde nuestra identidad se articula en función de nuestros objetivos terrenales del momento. 
El “soy” no remite al tránsito y la experimentación de la vida religiosa y/o de un recorrido filosófico; sino a los rasgos identitarios que asumimos en función del cumplimiento del propósito y proyecto que diseñamos. Por otro lado, detengámonos ahora en las diferencias que presentan “yo” y “Yo”. Por “Yo”, me refiero a la dimensión cerrada de nuestra identidad: aquella que delimita nuestros contornos subjetivos y nos define por oposición a los demás. Sin embargo, así como el “Soy”, no es el “Yo” una dimensión que indagaremos ahora. Por el contrario, el enunciado “soy yo” busca apostar a volvernos conscientes de la dimensión minúscula del “yo”: las ventanas de nuestra identidad, la parte abierta mediante la cual fluctuamos y nos transformamos en nuestra interacción con los demás; en otras palabras, este “yo” es un nosotros, un pronombre comunitario que plantea a la identidad como parte integral de un cuerpo social común.
Como podemos notar, el enunciado “soy yo” busca entender a la identidad como un proceso dinámico y mutable; abierto al devenir que implican tanto los cambios en nuestros propósitos como las interacciones con los demás en donde necesitamos del compromiso. Al tener esto en consideración, procederé a exponer qué entiendo por propósito.
El compromiso que adoptemos con el futuro proyectado debe ser recíproco: por un lado, es nuestra tarea comprometernos con el futuro; pero, también, es importante comprometer a este futuro con nosotros mismos. ¿Qué implica comprometer al futuro? Así como nuestra conciencia del futuro deseado nos compromete a realizar las intervenciones necesarias sobre nuestra realidad para alcanzarlo; no hay que perder de vista que el contexto transformado de este futuro no sólo impactará sobre nosotros, sino también sobre quienes nos rodean. 
Recordemos, como establecimos anteriormente, que el “yo” de la enunciación “soy yo” remite, en última instancia, a un nosotros. El cambio del futuro proyectado no afecta sólo a nuestra subjetividad: también compete a los acuerdos que establecemos con los demás, a las instancias de reflexión compartida que nos permiten modificar el contexto e inaugurar nuevos paradigmas. 
Para dimensionar los alcances del impacto del futuro proyectado sobre los otros; es necesario comprometerse con los líderes que seremos, no con los que estamos siendo. 
Nuestro liderazgo presente está siempre estructurado de una manera específica; edificado sobre la base de nuestras historias, creencias y experiencias vitales. Si, a lo largo de la vida, tuvimos la costumbre de acomodarnos al presente sin disponer de un plan de propósito; es posible que nuestras facultades para liderar repliquen el modelo de liderazgo del presente que habitamos, su mismo paradigma y formas de pensar y actuar. Ahora bien; si desnaturalizamos lo aprendido y somos capaces de diseñar un propósito futuro; las posibilidades de recrear, reconstruir y mejorar nuestra realidad aumentarán exponencialmente. 
En palabras de James C. Selman. La mayoría de nosotros vive y trabaja en un mundo que considera que debería cambiar de una manera u otra. Si escuchamos atentamente nuestras propias conversaciones y las de los demás, notaremos que gran parte del tiempo hablamos acerca de nuestras propias circunstancias como si nos estuviéramos refiriendo a una película o un partido de fútbol. Nuestras conversaciones son las que tienen los espectadores que brindan un informe o cuentan cómo se sienten acerca de la “realidad”. 
Con frecuencia oímos a las personas hablar acerca de “como somos los argentinos” referido a los problemas de la economía o la sociedad o una empresa en particular, y por qué es difícil efectuar cambios significativos. Lo que no vemos es que estas conversaciones raramente tienen como resultado nuevos compromisos para la acción. En otras palabras, nuestras conversaciones acerca de lo que hace falta hacer o lo que necesita ser cambiado, ¡no cambian nada. De hecho, refuerzan el statu quo y se transforman en autocumplidas. Vivimos en una especie de deriva cultural en la cual debemos aprender a hacer frente a las circunstancias históricamente determinadas con muy poco poder para efectuar cambios o crear un futuro que sea discontinuo respecto del pasado.
Aventurarse en este proceso de transformación paradigmática requerirá, como decíamos, renovar el compromiso con nuestros propósitos; mirando nuestros contextos desde las lentes del observador futuro al que aspiramos a convertirnos. La clave de nuestros logros está en la capacidad para comprometernos a crear algo que no existía previamente. 
Está en nuestras imágenes, en los paisajes interiores que lleguemos a proyectar: si el paisaje es desolador o brumoso, nuestro futuro será así; si, en cambio, el paisaje proyectado es luminoso y enriquecedor, la abundancia y la felicidad estarán esperándonos junto a la concreción de nuestros propósitos. Comprometernos con los cambios paradigmáticos implica limpiar la niebla que empaña la lente de nuestro observador dormido para dotarlo de mayor agudeza en su visión y en sus acciones. 
La función de la inteligencia de sentido será, entonces, crear a este observador diferente con un paisaje interno maravilloso. Y ser tu compromiso en tu vida.

Autor: M. Javier Arecco 
[email protected]

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