Por M. Javier Arecco
Profesor universitario, autor de varios libros y artículos sobre recursos humanos, liderazgo y cambio organizacional. Licenciado en Recursos Humanos, magister en Psicología Organizacional, coach internacional. Especial para El Litoral
Para superar estos viejos modelos cognitivos de posicionamiento frente al mundo y su multiplicidad de posibilidades; es necesario, antes que nada, problematizar qué entendemos por realidad. Es común escuchar en un sinfín de ocasiones que las cosas no son de otra manera porque “la realidad no lo permite”, como si existieran realidades materiales objetivables que determinaran definitivamente el curso de acción de las personas. Si bien es cierto que existen condiciones materiales que hacen más o menos difícil el acceso y la concreción de un objetivo, también es cierto que la realidad en tanto exterior objetivable no existe.
Con esto, lo que intento decir es que cada uno de nosotros crea su propia realidad y verdad, la construye día a día a través de sus modos de observar. El clásico ejemplo del vaso medio lleno o medio vacío para identificar a las personas optimistas o pesimistas es perfectamente aplicable para ilustrar esta idea: sobre una realidad libre de significados específicos, está en nosotros dotarla de lo que queremos que signifique; de aquellos sentidos que serán útiles y provechosos para nuestro desarrollo personal y para abrirnos paso en nuestro camino hacia el progreso. Es por esto que propongo generar conciencia sobre nuestra naturaleza de observadores del mundo, e invita a desnaturalizar cuáles son nuestras observaciones sobre él –es decir, qué clase de significados estamos edificando sobre el ambiente circundante–, para poder evaluar nuestros juicios y, de esta forma, superar aquellos que nos limitan o entristecen.
Si cambiamos nuestra percepción de la realidad, seremos capaces de superar nuestros miedos –que, naturalmente, sólo existen en nuestra percepción, el problema de luchar contra el miedo es, que el miedo no existe en la realidad de contexto sino en nuestra interpretación de los hechos, son solo opiniones o juicios que hacemos de lo que nos rodea. Ahora bien, la revisión de estos juicios derivará en un ejercicio creativo: la creación de nuevas lentes de observador; se necesita ser muy creativo para crear un mundo imaginario que te de miedo, un nuevo foco que nos permita revestir a la realidad de simbolizaciones distintas, pero también podemos crear significados en donde nos sintamos más plenos y felices, e investidos de propósito.
Para que este observador renovado sea posible y se alce como nuevo modelo de percepción de la realidad, se requiere el desarrollo de tres poderes específicos que los humanos encontramos en nuestra inteligencia espiritual. Estos poderes son los siguientes:
1.- Conexión con los dones y talentos naturales, revelados luego de ejercicios de introspección que nos permitan indagar con sinceridad y sin prejuicios en las profundidades de nuestra conciencia. ¿De qué somos capaces? ¿Qué nos emociona y nos inspira?
2.- Focalización de la energía vital, una energía que fluye luego de la identificación de nuestro propósito. Esta energía emana de nuestro sentido y, como una fuente, se vuelca sobre nuestros actos empapándolos de determinación.
Esta energía vital no es religiosa ni mágica; es simplemente el petróleo que encontraremos al excavar en nuestras conciencias y llegar a los huesos del propósito. Transformar este propósito, muchas veces enterrado o dormido, en nuestra fuente de energía nos permitirá estar más a gusto con nosotros mismos.
3.- La energía provendrá de nuestra elección de propósito. La conciencia necesaria para cambiar al observador débil y sobre adaptado por uno consciente de sus capacidades y talentos; dispuesto a salir de su espacio de confort para arriesgarse por la liberación de su potencial y elevarse por sobre la mediocridad.
El camino del crecimiento del espacio interior eleva a la conciencia por encima de las fantasías culturales que sistemáticamente nos atraviesan con la negatividad de sus limitaciones. Las palabras pensamiento y sentimiento terminan en “miento”. Podríamos valernos de esta coincidencia para desprender de la terminación un sentido que nos resulte funcional: entender a lo que pensamos y sentimos como una “mentira”, ya que es el personaje que creamos para nosotros mismos quien piensa y siente y no nuestra conciencia.
Destacar: Cada una de nuestras creaciones está siempre investida de un sentido específico que las hace únicas en el mundo. No sólo creamos objetos tangibles, sino también intangibles: sueños, deseos, expectativas
Cada vez que nos empeñamos en crear algo, lo hacemos destilando nuestra “esencia”, aunque seamos incapaces de verlo. Cada creación que emprendemos empieza con una visualización y un sentido, y estos elementos, que constituirán el molde sobre el que nuestra creación cobrará su forma, están definidos por nuestra esencia: aquello que nos distingue del resto, una intención particular que nos caracteriza y nos diferencia.
Se trata de integrar, precisamente, nuestra energía vital, fuente de nuestra inteligencia de sentido con los procesos creativos; para que cada una de nuestras creaciones sea realmente producto de nuestro ser y no una reproducción serializada de los cánones hegemónicos de la cultura y la ideología que habitamos.
Confiar en nuestra sabiduría interior nos permitirá superar las nociones de la realidad como algo duro, competitivo y feroz, y construir un diseño mediado por el ejercicio de esta energía vital, en donde planificar y habitar la vida sea enriquecedor y placentero. Comencemos, entonces, a explorar los alcances de nuestra interioridad –el funcionamiento cooperativo de nuestra capacidad de imaginar y accionar– para emprender este proceso de búsqueda. El trayecto es largo y nunca se acaba, pero la abundancia nos estará esperando en cada curva del camino.
Lo primero a tener en cuenta es la conciencia. Y por conciencia me refiero al conocimiento del que disponemos sobre quiénes queremos ser; es decir, qué clase de proyección de nosotros mismos tenemos para el futuro específico, del propósito. Al contrastar esta conciencia futura con el tiempo que habitamos; es probable que esta proyección vea coartado su potencial en el presente por la fuerza de paradigmas predominantes específicos, empecinados en repetirnos que el propósito que perseguimos es algo “imposible” de lograr.
Pese a estas trabas a la expansión y transformación de la identidad, tener una imagen clara de quién queremos ser, será lo que nos permita comenzar a introducir de manera sistemática pequeñas modificaciones en el presente –es decir, nuestro contexto interpretativo–. A la larga, serán estas modificaciones las que permitan la superación progresiva de las condiciones que están retardando o impidiendo la existencia de nuestras proyecciones futuras en el aquí y ahora.
Tener conciencia de lo que queremos ser y, sin embargo, no estamos siendo, nos permitirá alistar el ambiente para la concreción y actualización de la identidad a la que aspiramos. Contar con esta conciencia de las proyecciones futuras hacia el presente nos ayudará a superar los miedos que aparezcan y a conectar con la abundancia potencial del contexto que nos rodea, una abundancia que lograremos alcanzar en el futuro diseñado.
Para profundizar este efecto; resulta útil construir mentalmente no sólo la proyección de nuestra imagen futura, sino también la del contexto futuro. De esta forma, estos pensamientos nos permitirán tejer la trama necesaria para que un nuevo paisaje –en principio, imaginario– se actualice mediante la acción en nuestra realidad.