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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El factor Manes

Una fotografía de 1983 comenzó a viralizarse en las redes sociales en los últimos días. La imagen muestra una escena de la campaña electoral de Raúl Alfonsín, en medio de un acto de la Unión Cívica Radical, que por ese entonces avanzaba hacia el más luminoso de los triunfos. Sepiada por la sobreexposición pero con la definición inconfundible de las viejas copias en papel, entrega el que es todo un hallazgo: un adolescente Facundo Manes con camisa desprendida y una calcomanía de “RA” pegada en el pecho.

La RA de República Argentina jugaba con las iniciales de quien sería el presidente de la nueva democracia. Y Manes, que hoy es candidato a legislador por el radicalismo bonaerense, ponía el cuero en las concentraciones masivas que, por suerte, ya se habían desmarcado de la inquisición castrense.

La palabra que define el hilo conductor de aquel joven militante y el neurocientífico de hoy es coherencia, un valor que no suele predominar en el espinel de la política. El médico que enseña sobre el desarrollo cognitivo se transformó en un factor disonante en la interna de Juntos (nueva denominación de lo que alguna vez fue Cambiemos) a partir de sus expresiones más recientes.

Sin embargo, lo que irrita de él es otra cosa. El desenfado con que habló de la utilización proselitista de los fondos públicos, la ausencia de un pasado abulonado a los cargos públicos y su aptitud para conectar con la gente sin necesidad de estratagemas duranbarbianas son parte de un potaje indigerible para los políticos de carrera, cualquiera sea el signo partidario al que reporten.

¿Cómo combatir a un referente que pasa del prestigio de la ciencia a la arena política, sin transitar por el sendero de los favores clientelares? ¿Por dónde atacar a un tipo que cura la cabeza de las personas y escribe libros para traducir su sapiencia al lenguaje de la familia?  Hay un solo camino: desde la agresión solapada del que tira la piedra y esconde la mano, con la participación de artilleros que han dilapidado su capital electoral como es el caso de Elisa Carrió.

La jefa de la Coalición Cívica y añorada profesora de la Facultad de Derecho de Corrientes lanzó un zarpazo a las canillas de Manes con un argumento tan primario como débil. Le dijo mentiroso sobre la base de una afirmación que el médico formuló hace algún tiempo, cuando reveló que en 2015 Carrió le ofreció la candidatura a vicepresidente. Ella dice que no fue así, con lo cual el entuerto se reduce a la bilateralidad de un diálogo íntimo, sin más certezas que el historial de cada uno de los protagonistas.

Apareció entonces Gerardo Morales para defender al científico. “El responsable de esta campaña contra Facundo se llama Rodríguez Larreta. Les pido que paren con esto”, espetó el gobernador jujeño, al tiempo que alertó sobre el peligro de una ruptura del frente opositor.

Era lógico que ocurriera. Pasa siempre que una figura procedente de ámbitos ajenos a la fauna partidocrática se adentra en la jungla comiteril, pues la estructura dinástica de las agrupaciones políticas rechaza al nuevo elemento como un organismo biológico repele una astilla.

El problema es que en este caso la astilla no ofrece flancos. Hasta las críticas fortalecen la posición de Manes, cuya única necesidad pasa por instalarse como postulante. Su objetivo no es otro que patentizarse en el imaginario colectivo en su nuevo rol. O deberíamos decir en su doble rol, ya que sus habilidades profesionales son la convexidad que viene a llenar la concavidad de un discurso prosélito, pronunciado desde el mismo consultorio donde recibe pacientes y con la misma chaqueta blanca que confiere a los doctores en medicina ese plus de confianza positivista que les permite diagnosticar lo tremendo desde la esperanza.

En las últimas horas, otra espadachina que funge como satélite natural de Cambiemos alzó su voz contra Manes al analizar su falta de kilometraje como un disvalor. La escritora Beatriz Sarlo (que de ella se trata) acusó al flamante candidato de carecer de historia y lo fustigó por no ser parte de la casta, al extremo de pontificar: “De política se aprende”.

El embate de la autora de “Escenas de la vida posmoderna”, sin embargo, surtió un efecto sildenafil, pues vigorizó las posibilidades del rookie radical mediante una profecía… ¿Involuntaria?

Veamos. Dijo Sarlo que no ve en Manes “nada concreto” y que su pregón se suscribe a la idea de mejorar la situación de los argentinos sobre la idea de un país ecuánime. “Es lo mismo que me puede decir mi tío cuando lo visito en el geriátrico”, se mofó, aunque tras cartón lanzó el más inquietante de los vaticinios políticos: “Me preocupa que alguien así pueda ser presidente”.

¿Cómo dijo Beatriz? ¿Presidente? Si esta es una campaña legislativa para elecciones de medio término. ¿Por qué adelantarse tanto si el aspirante de la discordia ni siquiera atisbó a tan elevada meta?

El punto es que Sarlo desnudó la fuente de todos los miedos concentrados en el seno opositor, que no es Manes sino el radicalismo convertido en su plataforma de lanzamiento, con una envergadura nacional cuyas ramificaciones territoriales alcanzan una vastedad envidiable y un caudal de votos dormido por la ausencia de líderes.

La Unión Cívica Radical tiene más de 130 años y el PRO, que ya demostró sus habilidades al frente del Poder Ejecutivo Nacional en el período 2015-2019, solo existe en el firmamento partidario desde 2005. No hacen falta más datos para comparar la musculatura de cada uno en la hipótesis de una compulsa presidencial dentro de dos años.

Morales lo dijo con autosuficiencia al remarcar que “los radicales ya hemos sido el vagón de cola y ahora hemos logrado presentar a un hombre con muchas virtudes”. La pregunta que aflora en este momento bisagra es hacia dónde podría inclinarse la masa de electores ante una oferta encabezada por una UCR reinventada desde sus fortalezas.

Sucede en estos momentos que la militancia de Alem, Yrigoyen e Illia sacó la boina blanca del ropero y empezó a tomar conciencia del mérito que tienen los bastiones gobernados por el correntino Gustavo Valdés, el jujeño Gerardo Morales y el mendocino Rodolfo Suárez. ¿Y las intendencias de cuño radical? ¿Y la nutrida representación legislativa? Toda esa reserva fría que hiberna en letargo desde el desastre delarruista sólo necesita una cabeza para encolumnarse para volver a disputar el poder.

He aquí el basilisco que aterroriza a los popes de Juntos. La razón de los dardos envenenados que lanzó la cerbatana de Lilita, con la venia de Horacio Rodríguez Larreta, quien hasta la irrupción de Manes daba por descontada su candidatura presidencial en 2023.

¿Manes, quiere ser presidente? No necesitó decirlo, pues Carrió y Sarlo ya lo lanzaron. Suficiente para que a partir de ahora sea considerado como un aspirante de cuidado, capaz no sólo de enfrentar a Diego Santilli, sino de ganarle en las Paso de septiembre.

Llegamos así a una instancia paradojal que la sociedad argentina habrá de sopesar cuando llegue el momento: un especialista que consagró su vida al cuidado de la salud mental está volviendo locos a los generales del PRO.

 

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