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Antivotos

Nuestro aprendiz de ciudadano siempre resulta “un tiro por la culata”, porque vota con la mente en blanco, desconocimiento, ignorancia y desidia con total irresponsabilidad.

Domingo, 29 de agosto de 2021 a las 01:00

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Argentina tiene toda una tradición de sorprendente vocación ciudadana: no todos somos antivotos. Ni mucho menos antivacunas. Sin embargo, uno se pregunta, no seguimos tan entusiasmados como éramos, hay un desaliento que crece ante tantos yerros políticos. No obstante, son ellos, justamente los políticos y sus obsecuentes seguidores, quienes se encargan de recordarnos de mil maneras, que por favor las urnas no luzcan vacías, que los problemas ya se solucionarán, en un desesperado esfuerzo por no perder “el conchabo”, ni la calma. Que por favor las llenemos como sea. La caída libre tiene que ver con la ineficacia de gestión demostrada, por la pobre ejecutividad, por la maquillada ética, que hablan de por sí de tantas amarguras, con una falta total de fe, ya que las muestras han dejado de ser hace muchísimos años ejemplares. Siempre han sido esos fanáticos con un extremo sentido de cuerpo y viejas costumbres perimidas de partidos patoteros, que a pesar de las claras muestras de fallas garrafales, por el sinnúmero de desaciertos, aunque lo saben y reconocen en su fuero íntimo, votan por lo mismo como si nada, no para mejorar sino para perpetuarse. Es decir la coculpabilidad de socios en el ardid que “juntos somos muchos más”. Es un premio sumiso, sin ningún reproche de lealtad. Son como robots, que no piensan ni razonan, cumpliendo a rajatabla lo que ordenan los “fieles” punteros: repitiendo la orden inapelable que siempre viene de arriba. He allí donde está el daño y la premeditación, porque posibilitan descaradamente con su voto inmerecido, un período más de protección desesperada. Es un acto que se repite hasta el cansancio, donde la opinión del ciudadano poco y nada vale, porque en definitiva siempre el fanatismo cumple con la orden delegada de triunfar sea como sea.
La Argentina es un país imprevisible por el previsible actuar de aspirante a ciudadanos que, sin saber ni conocer, un subsidio los obliga mirar para otro lado, y así llenar la urna de votos, injustos pero efectivos, en peligroso juego de “ruleta rusa”. El orden rige todo movimiento; los planetas, las estaciones, los países; de allí la disciplina que avala ese orden también en justicia y derechos. Nuestro país no sabe ni quiere saber que el orden facilita que todo ande en armonía; la vida, las ocupaciones, el trabajo generador de bienestar, el estudio y el respeto de conocer límites y excesos, que siempre separa lo bueno de lo malo. Para nosotros, “todo es igual, nada es mejor”. Suena a tango que Enríque Santos Discépolo, se inspiró para destacar cómo lo malo supera, porque ha sido adoptado como gimnasia del vivo. Somos reflejo de quienes comandan por mano contraria; aprendemos que la seriedad no importa, hacer la propia nos caracteriza, siempre transgrediendo la lógica de lo correcto y justo. Un país desmadrado es el desorden como forma de vida. Por lo tanto si se elige, para esta filosofía de votar al inmerecido, sigamos pues vivando a quienes no nos exigen absolutamente nada, solamente piden fidelidad para que sus haberes no se alteren, que es justamente el todo, y es mucho peor porque la moral no se vende ni se compra, se la gana únicamente con las virtudes que “se tiran a la marchanta”. Un cambio que siempre arroja diferencias y es asignatura pendiente de revertir con vasta historia de intentos, es justamente la tranquilidad desmedida, la despreocupación, el ocio de patota futbolera, el no compromiso, la no obligación, la falta de respeto como forma de vida, la indisciplina como rasgo característico que pinta de cuerpo entero al popular: “yo, argentino”, gozando pleno de irrestricta libertad incondicional.
Decía, no somos antivotos, muy por el contrario, somos predispuestos a ellos, lo que no sabemos es votar porque tampoco podemos tener el anticipo de la bola de cristal, para conocer el pensamiento de los postulantes, cuando no se tiene jamás criterio ni sentido común. El problema es la frágil memoria por mantener vivo como principio que nadie se confunda, pero mucho peor es votar a quienes sabemos incapaces de hacer la suma, y que sin embargo, lo erigen triunfadores por conveniencia y no por probada capacidad ni moral. Es un juego de nunca acabar entre dos factores inmorales similares. Es igual al dicho popular: “A río revuelto, ganancia de pescador”, siempre ventajas no obligaciones. Cerrando un discurso, el escritor argentino Julio Cortázar en la ciudad de Madrid, España, en 1981, titulado “Las palabras se gastan”, nos trae a colación que la historia se hace a imagen y semejanza del hombre, el asunto es que este como la historia van escribiendo no siempre como ejemplos dignos, sino criticables y muy difícil de enmendar no obstante ese principio de buenos propósitos. “La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia, con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Solo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra”. El drama nuestro, es que la palabra en boca del hombre y mucho más del político ha perdido capacidad de elocuencia, los discursos solo son expresiones de deseos, no hechos. Es decir que con capacidad volátil se esfumaron, cambiando de dirección, llevándonos hacia extremos no imaginados, con la felicidad que solamente ellos celebran por sus largas permanencias en el poder, pero con la tristeza nuestra de ver cómo derivan las cosas, los pesares, con la única comprensión de los fieles obsecuentes que siempre festejan lo inaudito.
El rol del ciudadano, fagocitado por la demagogia compradora de voluntades, se ha debilitado; sus críticas muy tenues llegan dispersas, salvo después de la “foto”. Muchas de las culpas son nuestras por no exigir sostenidamente, por abandonar los pedidos lícitos que nos caben como comunidad. Reclamar es recordar exigiendo hechos, los discursos de tribuna no aportan nada, sino gestionando para que potencie la acción transformadora de realidades concretas y efectivas. 
Felizmente somos adictos de votos y vacunas. Votos por ser cuerpo de la democracia. Vacunas, por ser generadoras de vida. Los dos requieren miradas maduras, capaces que la protección llegue a todos. El voto acentúa la responsabilidad ciudadana, porque la capacidad y el talento como la ética, portan la decencia que consagrará una lista. Las vacunas fortalecen la vida, que es sagrada. También la democracia es sagrada, por eso la dignidad debe acompañar esas dos acciones que tienen que ver con la salud física y moral. Es hora de iniciar otra historia, que en principio nos redima, que ubique las cosas en su lugar, que la impotencia que hoy nos revuelve se vuelva reencuentro con obligaciones y derechos. Formidable tarea ciudadana para diferenciar lo bueno de lo malo. Virtud inapelable de saber elegir por capacidad, y no por facha ruin y vacía, ni por expresiones de deseos, sino por hechos que solamente confiere el compromiso ciudadano de transformar palabras en obras concretas. Finalmente, apelamos a lo que alguna vez, Roque Saénz Peña se hizo eco: “Sepa el pueblo, votar.” 

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