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Yves Klein, un artista que solo pintaba cuadros de color azul

Por El Litoral

Domingo, 05 de septiembre de 2021 a las 01:04
Antropometría de Yves Klein, 1960.

Por Julio Sánchez Baroni (*)
Nació en Villa Ángela, Chaco, es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, ha sido docente de la Universidad de Nueva York y actualmente de la Universidad Nacional del Nordeste. Escribe crítica de arte en diferentes medios (La Maga, La Nación, Clarín) y es director de la revista digital NAÉ, Nuestro Arte de Enfrente, edita-
da por la Fadycc (Unne).
Especial para El Litoral

No pocas veces los artistas europeos de posguerra han sido marginados por el esplendor mediático de sus pares norteamericanos. Yves Klein (1928-1962) es uno de ellos. Este francés, muerto a los 34 años, vivió intensamente y dejó una herencia artística que germinaría en el minimalismo, el conceptualismo, las performances y las instalaciones. Fue conocido por sus cuadros monocromos azules y con este color también pintó relieves, esculturas y mujeres vivas. Además de la pintura, usó el fuego para crear sus obras y llegó a estremecer la plástica europea con obras como El vacío, que consistía en una sala totalmente despojada sin más que el aire como consuelo. 
Yves Klein era un hombre que buscó siempre más allá: solía encontrarse con sus amigos en un sótano pintado de azul para leer textos esotéricos y alquímicos, meditaba sobre el tejado de la casa y ayunaba una vez por semana, una semana al mes y un mes al año. Tocaba música de jazz y aprendió judo para llegar a la autodisciplina, a la intuición y al dominio del cuerpo; viajó al Instituto Kôdôkan en Tokio para entrenarse física y espiritualmente con este arte marcial, alcanzó el cinturón negro y el grado de cuarto dan. Su primera fuente de inspiración fue el cielo. A los diecinueve años estaba tomando sol en el Sur de Francia cuando afirmó: “Firmé con mi nombre el otro lado del cielo”. 
Sus primeras obras eran monocromos puros, a modo de campo meditativo, hasta que se decidió por un solo color, el azul, cargado de connotaciones que lo vinculan con el cielo, el infinito, la lejanía y la inmensidad. 
“Un flautista comenzó un día a tocar tan solo un único tono continuo. Al seguir así a lo largo de unos veinte años, su esposa le hizo ver que todos los demás flautistas tocaban tonos armónicos y melodías completas y quizás aquello resultara más variado. Pero el flautista monótono contestó que no era culpa suya si él ya había encontrado la nota que los otros todavía estaban buscando”. Esta antigua historia persa era la que Klein invocaba cuando le preguntaban sobre el uso de un solo color. De hecho, cuando incursionó en la música creó la Sinfonía Monótona-Silencio, que consistía en un único tono vibrante y un silencio constante.
Cuando Klein eligió el azul como color emblemático, quiso aunar el cielo y la tierra disolviendo el horizonte, llegó a patentar su pintura con el nombre de IKB, siglas de International Klein Blue, y citaba a Juri Alexéievich Gagarin, el primer hombre que en 1961 dio la vuelta a la Tierra en una cápsula espacial: “Vista desde el espacio, la Tierra es azul”. Los cuadros monocromos de Klein suelen ser de formato vertical, con las esquinas levemente redondeadas, y se cuelgan separados de la pared unos veinte centímetros; a la distancia parece que flotaran en el aire. En 1957 expuso en una galería de Milán once monocromos azules iguales en técnica y tamaño poniendo a cada cuadro un precio distinto, y, aunque parezca increíble, los vendió. 
En el mismo año, pero en París, presentó en el jardín de una galería un cuadro azul con dieciséis luces de bengala que hizo arder en un fuego de artificio espectacular y lo llamó Cuadro de un minuto. 
La asimilación del arte y la vida fue experimentada en la serie Antropometrías. 
Como maestro de judo, Klein sabía que, al caer el sol sobre el tatami, el cuerpo siempre deja huellas visibles; esta idea de impronta corporal fue la que inspiró las Antropometrías, papeles sobre los que rodaban modelos desnudas pintadas de azul, como si fueran verdaderos pinceles vivientes. La primera presentación se hizo el 9 de marzo de 1960 en la Galerie Internationale d’Art Contemporain, un ámbito distinguido de la calle Saint-Honoré al que asistió un público muy escogido de rigurosa etiqueta. La velada no estuvo abierta al público y las invitaciones fueron severamente controladas por el Cercle d’Art Contemporain fundado por Klein. El artista apareció enfundado en un esmoquin negro, hizo un gesto con su mano y una orquesta comenzó a tocar la Sinfonía Monótona, que consistió en un tono permanente e ininterrumpido de veinte minutos de duración, seguidos de otros veinte minutos de silencio. Al rato entraron tres modelos desnudas portando recipientes con pintura azul. Klein las embadurnó de pintura y ellas imprimieron sus cuerpos en las paredes de papel. El ritual fue tenso y silencioso, y había un aire de erotismo sublimado por el arte; todo esto durante cuarenta minutos. Luego siguió un debate sobre la función del mito y el ritual en el arte. 
“La forma del cuerpo humano, sus líneas, su color entre la vida y la muerte no me interesan: tan sólo me importa el clima de las sensaciones. Lo que cuenta.... ¡la carne! Cierto que todo el cuerpo está hecho de carne, pero la masa verdadera son el tronco y los muslos. Precisamente aquí se encuentra el auténtico universo, la creación oculta”, afirmaba el artista monocromo.
A estas Antropometrías siguieron los Sudarios, impronta sobre seda. La morfología de cada obra dependía de la anatomía, la expresividad y el temperamento de la modelo, si apoyaba su cuerpo sobre el soporte, la Antropometría era positiva, y negativa si se espolvoreaba pintura sobre el cuerpo pegado al papel dejando blanca la forma del cuerpo. Las impresiones podían ser de frente, de lado, con el cuerpo flexionado o sentado, se podían combinar versiones positivas y negativas, una o varias modelos que dejaban un registro de figuras elevándose y flotando en el aire. Todas estas obras tienen el carácter de huella dejada por un organismo vivo, la mano del artista desaparece, solo perdura su idea y las impresiones que llevaba a cabo en un ritual público. 
En mayo de 1962, Klein sufrió dos infartos con cuatro días de diferencia. Falleció a causa de un tercero el 6 de junio siguiente; algunos meses después nacía su hijo Yves en Niza. 
Poco antes de morir escribió en su diario: “Ahora quiero ir más allá del arte, más allá de la sensibilidad, más allá de la vida. Quiero ir al vacío. Mi vida será como mi sinfonía de 1949, un tono constante libre de principio y fin, limitada y eterna al mismo tiempo, porque no tiene principio ni fin... Quiero morir y entonces dirán de mí: ha vivido y, por tanto, sigue vivo”. 

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