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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El laberinto de la energía eléctrica

El primer corte masivo  del suministro eléctrico del año en Buenos Aires afectó a más de 700.000 usuarios por varias horas. Varios le siguieron, intermitentes o prolongados, al compás de una demanda récord, y hasta la propia página web del Ente Regulador de Electricidad (Enre) dejó de funcionar.

Buenos Aires es una privilegiada metrópoli con servicios subsidiados, donde nadie quiere pagar por la luz lo que la luz vale, pero todos se sienten con derecho a reclamarla. Los especialistas confirman que hacia el final de la era Macri, luego de aquel resistido ajuste tarifario, los porteños pagaban alrededor del 80 % del valor real del servicio. Dados el tiempo transcurrido y la inflación, actualmente se estima que lo abonado por el servicio apenas cubriría el 20 % de su costo.

No está de más recordar que lo que el habitante de la ciudad de Buenos Aires ahorra a la hora de pagar la factura de luz es aquello que no se destinará a las necesarias inversiones y al mantenimiento de una red con muchos metros de cable de más de 85 años de antigüedad. Tampoco debe olvidar que lo que pagan sus conciudadanos de cualquier otro punto del interior del país supera, en mucho, las irrisorias tarifas del Amba. Los ajustes tarifarios se pagan en pesos y en costos políticos. Mientras, las proveedoras de energía optan por costear las multas por ser menos oneroso que realizar las inversiones.

“Ya no sé qué más nos va a pasar en la Argentina”, fue el “sesudo” comentario del presidente en referencia a la ola de calor propia de la temporada estival.

Aplicando la misma lógica que conduce a aumentar los impuestos para cubrir los gastos, en lugar de bajar estos últimos, el Gobierno pide la colaboración de la población para reducir el consumo energético.

En ese contexto, explicó que el reclamo de moderar el consumo que realizó a las industrias, lo cual obliga a “parar un poquito la producción”, persigue “que los hogares no sufran cortes”.

No conformes con la medida para pretender adaptar una sábana —a todas luces— corta, el Gobierno mandó a su casa a todos los agentes de la administración pública nacional en estos días de temperaturas pico para que los organismos que los albergan en sus jornadas laborales puedan reducir el consumo. Otro desafío a la sensatez de quienes entendemos que diez personas en un recinto consumirán menos luz y menos aire acondicionado que esas mismas diez personas teletrabajando cada una en su hogar. No es esta la primera vez que se autoriza un asueto de estas características para ahorrar luz: en 1989 se apelaba al mismo recurso, con cortes programados de cuatro horas diarias. Cualquier excusa es válida para relajar las exigencias sobre quienes tienen garantizados sus sueldos gracias al esfuerzo ciudadano. El gobernador bonaerense adhirió a la medida, en tanto se opuso la ciudad de Buenos Aires, que mantuvo la presencialidad en sus dependencias.

Hace más de medio siglo que la situación energética del país tiene de rehenes a los usuarios, con rédito para los políticos. Le echarán la culpa al progreso que demanda alimentación para más dispositivos; destacarán que son los ricos quienes tienen más acondicionadores de aire, mientras muchos se dan maña para colgarse de algún cable, en una vivienda humilde o en una mansión del conurbano. Los neandertales no lidiaban con estas cuestiones.

Afortunadamente, puede también reconocer el presidente que los problemas con el suministro energético no están resueltos. Sin embargo, desde estas columnas estamos en condiciones de anticipar que la ola de calor pasará, que el verano quedará atrás, una vez más, y que los cortes masivos, si Dios quiere, serán un mal recuerdo desactivado solo hasta la próxima temporada estival. Alternaremos con los problemas y costos del suministro de gas en invierno.

Así vivimos, atacando los problemas con parches en la emergencia y dejándolos recurrentemente engordar en tiempos de calma. Mientras tanto, prendamos velas y recemos.     

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