Jueves 25de Abril de 2024CORRIENTES21°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$852,5

Dolar Venta:$892,5

Jueves 25de Abril de 2024CORRIENTES21°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$852,5

Dolar Venta:$892,5

/Ellitoral.com.ar/ Especiales

La fiesta inolvidable

Si hay película donde el sentido no tiene rumbo, esa es “La fiesta inolvidable”. Lo imposible hace real lo que no tiene razón de ser. La risa viene porque el desorden es el todo, y nadie espera por más desatinos, surgen de la torpeza y del ritmo incesante que no para ante el caos.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Sí existe película desopilante. Un sin sentido. El abordaje de la idiotez colectiva. Algo más que una celebración, la explosión de todas las contradicciones, con la vieja fórmula de provocar risa cueste lo que cueste, aunque haciendo el ridículo. Esa, sin duda es la película: “The Party”, tomando su título original, o mejor dicho para los hispanohablantes como “La fiesta inolvidable”, distribuida por United Artists. Una producción realizada en los Estados Unidos en el año 1968, con la Dirección, Producción y Guión, de un consumado profesional: Blake Edwards, y la música por entonces de moda de Henry Mancini. Encabezando el reparto, un inglés como Edwards: Peter Sellers, haciendo del silencio, palabras abreviadas, más bien con expresión gestual, su gran fuente profesional. En la ficción un extra de Hollywood-muy torpe- en busca de un papel protagónico, recibe por error una invitación para una fiesta organizada por el productor de la película en que le tocó hacer una breve accidentada aparición. A partir de a allí, todo lo que acontece no tiene lógica, es la contradicción pura, un descontrol donde la liberación es irrestricta, todo en pos de satisfacer hasta lo inaudito, en una fiesta donde el final no tiene lugar porque siempre está empezando.

Sin temor a reírnos porque su situación pareciera copiada a todo lo argentino, más bien a llorar porque “La fiesta inolvidable” no puede ser una eternidad, alguna vez tendremos que ponernos serios y parar esta rueda loca. Nada indica que así suceda, la celebración continúa y lleva años de imposturas. Lo serio es aburrido, no gana rating, no tiene la respuesta que debiera, la mirada bajó de nivel hasta índices que alarman, que son históricos para la mediocridad general.

Un país sin orden, es un país desordenado. Esta fiesta de nunca acabar, madurar y ser seria por una vez, sería el inicio que la “tilinguería” estaría gestando su retiro en un gesto de buena voluntad y ejemplar para todos. Si uno se remite a las palabras que son expresiones de pensamientos diversos que abundan en los medios medianamente serios, probaríamos el verdadero estado febril que padecemos los argentinos. Ante la avivada, ahora de los intendentes bonaerenses, respecto a la “reelección indefinida”, o sea al regalo de por vida de fueros, poder y platita asegurados, Esteban Bullrich, exclamó por texto dado su estado de salud: “Amigos, no son imprescindibles”. Viene bien recordar porque no son genios ni dioses de vidas eternas. Por si hubieran dudas, la Corte Internacional de Derechos Humanos, ratificó: “La reelección indefinida no es un derecho humano", es una “gilada” que la política se toma descaradamente.

Mientras esto sucede, en la apropiación indebida que se han apresurado aprobar, la Iglesia recuerda una y otra vez: “Escuchar el grito del pobre”, ya que la pobreza cada segundo se gana más terreno en esta disputa territorial por todo. Es que “La ignorancia se está convirtiendo en un valor social”, conforme afirma la investigadora en educación, la canadiense Catherine L’Ecuyer, y es cierto. Para hacerlo mucho más claro, las palabras de Discépolo: “Qué falta de respeto, / qué atropello a la razón: / cualquiera es un señor, / cualquiera es un ladrón…!” / La fiesta es justamente inolvidable, porque nunca ha habido otra de tal magnitud que al arrastrar a otras va armando una mayúscula bola de nieve, donde ruedan  de todos los calibres y naturaleza dispares. No queremos caer en el remanido y ridículo latiguillo: “Clarín miente”, por eso citamos las frases de notorios con prosapia de sentido común y raciocinio como una forma de exponer, que sirvan  de alguna manera de ejemplo, ante tantos salvadores, vendedores de vidrios de colores que siempre prometen lo que nunca hacen, es decir pronuncian expresiones de deseos que la concreción de realidades prometidas. La película tiene dos actores que son columnas firmes de la narración del texto que es del mismo Blake Eduards, el mismo creador de “La pantera rosa”: ellos son Peter Sellers en  el protagónico de “Hrundi V. Bakshi”, y el colosal “Mayordomo Levinson”, interpretado por el actor Steve Franken. Todo es un cóctel de locuras guionadas, como lo indica abreviadamente su sinópsis: “Una invasión de espuma, un elefante bebé, un camarero borracho, un pollo volador, un grupo de músicos rusos, un loro y un sinfín de situaciones disparatadas.” Todo, en las dimensiones generosas de un ámbito donde no escasean metros y ocurren las cosas menos imaginadas. Un poco de lo que un tiempo a esta parte el país nos tiene acostumbrados, pero con  la diferencia que todos los gafes no tenían la intención de ser empecinadamente hilarantes. Se tratan de cosas serias tomadas de primera intención que, si bien son risibles aunque den bronca, por eso la sucesión de anuncios y a posteriori la negación o modificación de esos anuncios, adoptados en caliente sin ninguna pizca de sentido común. Justamente en la película de referencia, “La fiesta inolvidable”, lo que falta es esa toma de sentido que encamina y hace posible todo proyecto, y no liberado a lo que ocurra sorteando los miles de inconvenientes que por ello se van construyendo que, siempre terminan en risa, tal vez como salvaguarda del equilibrio de nuestros mortificados humores. La ironía de “La fiesta inolvidable” comparada con la suerte de celebración que la Argentina tiene para sus conciudadanos, es justamente la extensión en el tiempo del “jolgorio” adoptado. Donde el sentido no existe que, a pesar de las críticas se siguen celebrando todas las “derrotas” cotidianas, casi seguro para encaminarse más adelante a la cordura o hacia dónde las lleve el viento. Duelen los dichos que naturalmente emergen, para citar o tomar por prestarse a ello, ya que lo popular tiene fuerza de elocuencia y se graban rápidamente. Los dichos transcriptos obedecen a otras latitudes, pero son saberes universales que se adaptan aleccionadoramente: Por ejemplo el actor español, Antonio Banderas, dijo algo que hace a la cuestión: “Soy un demócrata, respeto la decisión de la mayoría. Pero estamos siendo gobernados por muchas minorías.” El juez Rosattti, integrante de la Corte Suprema, en otro escenario aludía al periodismo libre, como “eficaz antídoto contra la intolerancia autoritaria”, ya que la libertad es esencial en el fortalecimiento de la democracia de cualquier estado que se jacte como tal. Sabemos que devaluados, es un sinsabor que nos cuesta sacarnos, un estigma que nos acompaña, como lo afirmó sabiamente el letrista, crítico de arte, escritor y periodista, Alfredo Lepera en ese tango conjunto con Gardel, “Cuesta abajo”: “Si arrastré por este mundo la vergüenza, de haber sido y el dolor de ya no ser.” No ser es la nada misma, invisible y volátil. “La fiesta” también es un producto de la mediocridad que al ciudadano le cuadra como anillo al dedo, no le exige nada, nadie habla ni se compromete, hace mutis y vive feliz; por eso me parece justo esas palabras que pronunciaba el actor Mario Fortuna cuando encarnaba su querido personaje del “Ñato Desiderio”, escrito por Billy Kerosene para la Revista Rico-Tipo y radio: “Garrá lo libro que no muerden”, quien siendo un bruto eterno, daba consejos. Al respecto, en una charla campechana, Perón dijo una frase que nos retrata como ciudadanos, mudos e incapaces por incultura y mediocridad: “El bruto siempre es peor que un malo, porque el malo suele tener remedio, el bruto no”.

 

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error

Comentarios