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Rosas comienza como contrabandista

Por El Litoral

Domingo, 16 de octubre de 2022 a las 01:00

Juan N. Terrero y Luis Dorrego —hermano del coronel— en 1815, cuando Juan Manuel de Rosas contaba con 22 años, se hacen socios para la explotación en grande de los productos rurales: granos, ganados, carnes. Adquiridos, con ese objeto, los campos de la Guardia del Monte, con Los Cerrillos por punto central, la sociedad funda, el 25 de noviembre del mismo año 1815, el saladero de Las Higueritas, sobre la costa de Quilmes, pues necesitaba puerto libre para burlar el impuesto de la exportación ganadera. 
En esto y en la amplitud e intensidad de sus actividades consistió la novedad de la empresa, pues ya vimos que don León Ortiz de Rosas, el papá de Rosas, también cosechaba granos y tenía un saladero. La nueva empresa de Rosas y Terrero, se movía en grande, criando ganados, vendiendo cueros, abasteciendo de carne viva a los mercados internos, salando carnes y pescados para la exportación, cosechando cada día mayores cantidades de grano, acopiando toda clase de frutos del país, todo esto en tal medida y con el tesón y una brutal explotación de la mano de obra y no menos hábil burla de los derechos aduaneros, que, a no mucho andar, la sociedad Rosas y Terrero pudo contar con marina propia, es decir, se volvió tentacularmente poderosa. 
El contrabandista.- “Todo lo que se movía al oeste de Quilmes y la Ensenada, hasta el río Salado, cayó bajo la influencia inmediata del activo empresario. Los actuales partidos de Quilmes, San Vicente, Cañuelas, Brandsen, Ranchos, Monte y Lobos. Los hacendados de la vecindad se vieron ante el dilema de trabajar con Rosas o luchar contra él. ¿Luchar? Desde que Rosas instala sus establecimientos, se inició en la campaña del sur una verdadera inmigración de peonadas que acudían a la nueva querencia del gaucho Juan Manuel; los hacendados rivales tenían que abonar jornales doble, además de comerciar por el puerto de Buenos Aires, donde se pagaba Aduana. 
Por el puerto privado de Quilmes, Rosas de contrabando competía deslealmente. Los más poderosos e inteligentes, comprendieron que era atinado marchar de acuerdo con el absorbente vecino; poco a poco, su familia, sus parientes, muchos amigos, entraron en la fabulosa combinación, que al fin de cuentas resultaba ventajosa para todos. De esta manera se formó un trust de hacendados y saladeristas, dirigido por Rosas, que logró monopolizar el abasto de la ciudad, hizo promulgar leyes en su favor, obtuvo privilegios fiscales y pesó decididamente en la política de la provincia”. 
Bartolomé Mitre Mitre coincide en absoluto con el notable ítalo argentino José Ingenieros en lo esencial, esto es, en ver a Rosas, antes y mucho más que un demagogo gauchesco, el eficacísimo testaferro y procurador de su clase, la de los estancieros. “Rosas, dice, está destinado a ser con el tiempo, el representante de los intereses de los grandes hacendados”.
En el crucial año 1820 el estanciero Rosas dominaba “las dos terceras partes del territorio poblado de la provincia y las nueve décimas de la costa marítima.” El solo desaforado feudo de López Osorio —familia de su madre— se extendía desde el Salado hasta Mar Chiquita, más de 50 leguas sobre la costa del mar. Eran sus socios, de buen agrado o a regañadientes, los hacendados más ricos del sur de Buenos Aires, tanto los que, como los Miguens, los Suárez, los Ezeiza, los Lastra, dirigían personalmente sus estancias, como los que las manejaban con mayordomos, viviendo ellos en la ciudad, para ampliar el horizonte de sus negocios, como los Terreros, los Anchorena, o el afamado capitalista Braulio Costa. (Luis Franco - 1942).    
El “Trust saladeril”.- Comenta Luis Franco: “La poderosa federación de hacendados y saladeristas capitaneada por Rosas y Terrero había dominado completamente el mercado de exportación de carnes; el productor ganadero vendía su mercadería a los saladeros rosistas o no encontraba comprador. 
El dominio del mercado interno, que faltaba, fue empresa casi fácil: los saladeros no compraban reses al que vendiera a otros abastecedores que no fueran los de la pandilla monopolista; o, dicho según sus resultados, los abastecedores independientes no hallaban quién les vendiera ganado, por lo menos en cantidad indispensable. Ni decir que las consecuencias fueron las que produce siempre todo monopolio: el encarecimiento del artículo monopolizado”.
Gracias al manejo de los especuladores timoneados por Rosas, Buenos Aires vio elevarse la carne a precios poco menos que imposibles para las clases trabajadoras. El odio popular a los saladeros cundió y llegó a tal punto que, vencido por él, el gobierno suspendió provisionalmente la industria saladeril. Pero hay un detalle encantador: la prohibición se refería a los establecimientos de la capital y sus jurisdicciones, es decir el Amba de hoy: de modo que los saladeros de la campaña, donde tenía su fuerte Rosas, quedaron a salvo. Por lo demás, pese al decreto, los saladeros metropolitanos tampoco se clausuraron. 
El conflicto que producía la miseria popular era abordado acaloradamente en la calle y en la prensa. Y así fue por largos años aun. ¿Es mucho que Rosas llegara a ser el hombre más rico de la opulenta provincia de Buenos Aires —más rico que los mismos Anchorena— y que al llegar a su segundo gobierno su fortuna particular alcanzara la suma casi astronómica entonces de más de 4.000.000 de pesos? 
Su riqueza aumentó durante sus gobiernos: no muy distinto a lo que ocurre en el presente argentino. Rosas fue el primer “populista” y gran ladrón de nuestra historia. 
En su relato, Luis Franco se retrotrae en la historia y cuenta: “Ocurrió un día, en 1826, que Bernardino Rivadavia siendo presidente de los argentinos, jaqueado por los apremios de la guerra con el Brasil y sobre todo, por el hecho relevante de que, cerrado el puerto de Buenos Aires por el bloqueo, la camarilla Rosas y Terrero contrabandeaban copiosamente por sus puertos propios, encareciendo hasta el asco los artículos de importación; Rivadavia, pues, disparó al fin, el primer tiro contra el clan saladeril, en el decreto de abril de 1826; Art. 1º) ‘Se prohíben las importaciones de mercaderías por la boca del Salado, o cualquier otro puerto que no se halle habilitado por el gobierno, bajo pena de incurrir en todo el rigor de las leyes’.
No busquemos en otra parte el motivo fundamental del odio espeluznante que Rosas y toda la oligarquía ganadera tuvo contra Rivadavia”. (Luis Franco, poeta y ensayista identificado con la ideología trotskista). 
¿Otro testaferro?.- Braulio Costa, este personaje llegó a tener una de las fortunas más grandes de esa época. Era hijo de un francés de apellido Coste, y nació en Buenos Aires en 1794 —solo un año menor que Rosas—. Sus estudios los hizo en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Su actividad central era la comercial: hizo negocios de todo tipo, especialmente de importación. Fue representante de varias casas de comercio británicas. Compró una gran estancia en la provincia de Entre Ríos, y algunas otras en San Nicolás, más como respaldo de su fortuna que como negocio principal. De a poco se fue independizando y comerciaba en su propio nombre, aunque sus principales vínculos siempre fueron con Rosas, Quiroga y Gran Bretaña. Se destacaba por su elegancia, de corte netamente inglés. 
Se le da vuelta a Rosas.- En 1838 Braulio Acosta acusó a Rosas de haber promovido el asesinato de Quiroga en la prensa de Montevideo. Durante su larga estadía en la capital uruguaya perdió gran parte de su fortuna. Sus vínculos con Gran Bretaña le valieron de poco, por lo menos hasta 1845, en que este país se unió a la alianza contra Rosas por medio del bloqueo anglo-francés. Su hijo Eduardo pudo educarse en Buenos Aires y recibirse de abogado. Pero luego pasó a Montevideo, donde declaró haber sido perseguido por el régimen de Rosas.
Braulio Acosta, el financista estrella de Quiroga y Rosas, regresó a Buenos Aires después de la batalla de Caseros y recuperó sus estancias, de las que vendió enseguida la ubicada en Entre Ríos. Se dedicó a administrar la estancia “Dos Hermanas”, ubicada entre Rosario y San Nicolás, y entregó a sus hijos la estancia en que éstos fundaron la ciudad de Campana. Falleció en Buenos Aires en 1855. 
Orden y patacones.- Frente a las profundas reformas de Rivadavia, las fuerzas conservadoras se unieron más estrechamente hasta formar el partido restaurador. Aunque para anular a los unitarios liberales se valieran de los federales jacobinos, los restauradores de Buenos Aires eran más enemigos de éstos que de aquéllos. Carecían de ideales políticos; en su carácter de hacendados, saladeriles, comerciantes, acaparadores, se limitaban a desear la vuelta al antiguo régimen colonial, considerándolo favorable a la conservación de sus privilegios y a la buena marcha de sus negocios. Tenían su lema “Orden y patacones”. (José Ingenieros, 1920). 
Las primeras travesuras de Rosas.- El 24 de noviembre de 1820 celebran el Pacto de Benegas los gobernadores de Buenos Aires Martín Rodríguez y el santafesino Estanislao López. Disponía la paz entre ambas provincias y el compromiso de Buenos Aires a concurrir al congreso federal de Córdoba. Otro de los puntos establecido en el pacto de Benegas establecía un donativo, en gran parte hecho por Rosas, de miles de cabezas de ganado para restituir la desmejorada economía santafesina. Fue una travesura del futuro dictador, que finalmente se hizo pagar por el gobierno su generoso gesto demagógico. Nacía así una nueva alianza que se apoyaba en la supuesta flamante amistad entre el gobernador Estanislao López y Juan Manuel de Rosas. 
Cualquier semejanza con “travesuras” que se produjeron en los últimos tiempos en nuestra argentina de hoy, siguen siendo el resultado muy triste que ya lo experimentó Juan Manuel de Rosas al cumplir sus 20 años de gobernador, en que se encontraba la primera provincia en un estado calamitoso: en lo económico, en lo político y, fundamentalmente, en lo moral.  

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