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San Martín y Rivadavia

Por Juan Carlos Raffo

Especial para El Litoral

El enfrentamiento político no lo enceguecía tanto a San Martín como a Rivadavia. Tal es así que en una carta que le escribe a su amigo Tomás Guido le dice: “Usted sabe que Rivadavia no es un amigo mío, a pesar de esto, solo pícaros consumados no serán capaces de estar satisfechos de su administración. La mejor que se ha conocido en América. José de San Martín”.

Rivadavia en Brasil.- Después de fracasar en el intento de interesar al gobierno de Chile que apoye a los unitarios en su guerra contra Rosas, el general Tomás Iriarte se dirigió a Río de Janeiro, allí se encontró, cuenta en sus memorias, frente a frente con Bernardino Rivadavia, que también sufría la persecución del tirano Juan Manuel de Rosas. “El señor Rivadavia —escribe Iriarte— está sumamente quebrantado después de un ataque apoplético (de la apoplejía o relacionado con este síndrome neurológico) que sufrió hace unos meses: delgado, sin barriga, enteramente calvo y la voz balbuciente. Su presencia me causó gran sorpresa. Es otro hombre y hasta su cabeza se conoce ha sufrido algún tanto. Nos dimos un abrazo afectuoso. Su esposa lo acompañaba, y su hijo Martín, de diecinueve años”. Rivadavia tenía consigo dos regalos que el general San Martín le había hecho en 1823, a su regreso de Lima: una campanilla de plata, de la inquisición, y un retrato de Pizarro. Cuando Iriarte se despidió de Rivadavia le expresó sus deseos de verlo pronto en Buenos Aires. Rivadavia contestó: “¡A Buenos Aires ni mis cenizas volverán!”.  

Rivadavia intentaba sacar al país del odio en que lo empantanaban las discordias y que convertían a estas en un factor estéril de toda esperanza de organización constitucional. (De allí que no tienen asidero las mal intencionadas novelas que pseudos historiadores han hecho correr declarando a Rivadavia como el enemigo público principal de San Martín). Para lograr tan trascendente propósito Rivadavia  hizo de la entrada de San Martín en Lima, un patriótico motivo de conciliación nacional: “Si desde 1810 la Argentina se jactaba en resolver el doble problema de la independencia y de la organización ¿Cómo no relacionar ambos y, en la hora jubilosa en que el plan continental de San Martín cumplía decisiva etapa, no mirar con indulgencia los extravíos que la pasión partidista desencadenara entre argentinos”.  

Amnistía.- En un mensaje a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, en su carácter de Ministro de Gobierno, propone la Ley de Olvido, por la cual permitía el regreso al país de muchos de los hombres públicos, entre otros Carlos María de Alvear y Manuel Dorrego, desterrados por las contingencias de la lucha. Finaliza su mensaje diciendo Rivadavia: “Los pueblos del continente son independientes: que sean libres y felices, son ahora los deseos de esta provincia”. El ministro Rivadavia había enviado este proyecto en septiembre de 1821, cuando recién asumía  el cargo ofrecido por el gobernador Martín Rodríguez; pero tuvo que reiterarlo en mayo de 1822, oportunidad en que logró reunir 22 votos de los 32 diputados presentes en la sesión. 

Las visitas periódicas del ministro Rivadavia a la Legislatura bonaerense, en las que informaba en sus sesiones todas las iniciativas del Poder Ejecutivo, y comunicaba como se cumplían las leyes que el parlamento promovía “Es el primer ensayo de un gobierno representativo en la América del Sur”. Es así que a este gobierno de Martín Rodríguez le corresponde haber presentado a la Legislatura, el primer presupuesto que se conoce en nuestra historia.

Un juicio más sereno de la historia puso las cosas en su lugar respecto de Rivadavia. No fue este el presidente “unitario” según las etiquetas tan falsas con las cuales cierta “historia” falaz y nada objetiva ha pretendido calificarlo. Si unitario quiere decir defender la hegemonía de Buenos Aires respecto del resto del país, Rivadavia no lo fue nunca. Por el contrario: nadie como él intentó equilibrar el país, organizándolo en “unidad de régimen” para lo cual era preciso modificar la distorsión que desde mucho antes de la Revolución de Mayo venía caracterizando el absorbente predominio porteño con relación al interior. 

Ya con anterioridad a la elección de Rivadavia como presidente, este decidió medidas de neto corte federal: Se creaba el Banco Nacional que eliminaba el Banco Provincial y reservaba para la  nueva situación  el derecho exclusivo de acuñar moneda del país y preveía que “con sus sucursales a instalarse en todas las provincias obraría como el factor unificador central de la economía nacional”. Se nacionalizaban los servicios de postas y correos; las aduanas exteriores; se extendía a todo el país el sistema de la enfiteusis, hasta entonces limitada a la provincia de Buenos Aires. Y estas acciones y convicciones de Bernardino Rivadavia eran en definitiva sacar a la provincia de Buenos Aires de su situación de privilegio y obligaba a asumir responsabilidades nacionales, lo prueban, sin duda, los proyectos que implementó en su breve presidencia: la ley que dividía a la provincia de Buenos Aires en dos que se denominarían una provincia del Paraná, con Capital en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, y la otra provincia del Salado, con capital en Chascomús, iniciativa contra la cual se pronunciaron los estancieros saladeriles encabezados por Juan Manuel de Rosas y sus primos los Anchorena. Y es más, Rivadavia proyectó una constitución que elevó al Congreso el 12 de septiembre de 1826, la que acordaba a la ciudad y a la provincia de Buenos Aires sumadas, una representación de nueve diputados sobre un total de cuarenta y nueve legisladores, es decir menos de la quinta parte de la Cámara. De aprobarse esa constitución, hubiera bastado que los diputados adjudicados a Córdoba se unieran a los de Santiago del Estero, para que dos provincias del interior superaran a la representación porteña. 

Se aliaron para oponerse a estos planes de cohesión y unidad nacional y rechazaron el proyecto de nueva constitución la mayoría de los caudillos del interior, que declamaban el federalismo entendiendo por tal eternizar su predominio feudal en las provincias y contaron con el acompañamiento de los estancieros porteños. 

De ahí que Corrientes quedó en soledad en su lucha, porque fue, hasta 1852, la única provincia que respetó los términos republicanos de su Constitución provincial. Un solo ejemplo basta: Estanislao López fue 20 años ininterrumpidos gobernador de Santa Fe, en cambio Pedro Ferré, fue tres veces gobernador, pero en períodos alternados que no superaron los 10 años y varias de ellos aceptados contra su voluntad. 

La equivocación arranca cuando aviesamente los revisionistas y los honestos historiadores aunque ingenuos en muchos casos y sorprendidos en su buena fe en otros, nunca se enteraron que la palabra “unitario” no definía precisamente una política centralista, portuaria, hegemónica y dominante desde buenos Aires, sino que a decir de nuestro notable Hernán Félix Gómez, los “unitarios” eran los que buscaban la unidad del país. Esa unidad de país, la que de Pedro Ferré en adelante desde 1825, se sumaron luego muchos argentinos que querían consagrar la Constitución Nacional, que Juan Manuel de Rosas nunca la quiso sancionar. De ahí que no le debe sorprender a nadie que Bernardino Rivadavia haya sido más federal en sus políticas, que muchos disfrazados de tales, que en la práctica eran todo lo contrario.

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