Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Qué bochazo. Qué desengaño. No poder haber sido el país que soñamos.
Qué cosa, ¿no? Cuántos ilustres argentinos, decentes aún, lo soñaron y sentaron las bases para que así sea. Todo era cuestión de nosotros; tierra generosa, todo por hacer, gente capaz. Sin embargo, el populismo creció encabritado y arremetedor, porque se comprobó cuánta generosidad del Estado habita en sus alforjas, que trabajando, o no, se puede pasar lo mismo y mucho mejor. Dicen que, justamente, nace y crece cuando los de enfrente incumplen. Es decir, caen en lo mismo, prometer, y salen de los reproches y críticas justas con un novelón de pretexto de esos que desmesuradamente alimentan los más inverosímiles relatos.
Dice al respecto el historiador australiano, catedrático de Cambridge, Christopher Clark: “El populismo reemplaza viejos futuros con nuevos pasados”. Es decir, hablando del futuro repite los errores del pasado. Exactamente como la película de Robert Zemekis con Michael Fox: “Volver al futuro”, siempre se está arribando para atrás. O sea, el futuro como pasaje al pasado. Nunca avanzando, sino anclados en breves momentos, como chispazos, tomando aquellos momentos en que, por un instante, condujeron precisos el timón sin salirse de ruta. No dejándose tentar por el canto de las sirenas, que no pudieron con Ulises, rey de Ítaca, camino de regreso a casa después de la batalla de Troya.
El autor amplía la idea: “El futuro, como el pasado, como la historia, solo son ciertos en la medida en que nos los creemos. Y si no nos lo creemos, pasa como con las hadas de Peter Pan, que se mueren”. Lo define más explícitamente: “En general, los populistas tienden a idealizar y reinventarse el pasado. En cambio, el pasado para las democracias liberales suele ser de desigualdad, tiranía y opresión”.
Qué cosa, ¿no? Ese permanente juego de tira y afloje, ceden límites, que últimamente se han ido naturalizando, donde cada vez la desmesura como resultado final supera su propia increíble realidad. Donde la sorpresa ha dejado de conmovernos, y, por ende, el orden es un desorden de dichos y contradicciones que aleja, alía con otros, pero en vez de integrarnos cada vez nos separa más en distancias, tiempos y relatos inverosímiles.
Dicen que la moderación es procedente, porque sabe escuchar y actuar de modo objetivo, que el clima propone y dispone. Lo remarcan a propósito, que la cortesía consiste en conducirnos de tal modo que los demás experimenten la satisfacción de sentirse bien, ellos y nosotros. Esa predisposición la proclama el francés Jean de la Bruyere, que alguna vez el analista internacional Claudio Fantini lo recordara en su artículo: “El desafío de la moderación”. ¿Por qué esta referencia? Porque la fuerza descontrolada marca como símbolo, las adopciones, el humor y el criterio barrabrava, que marca su ADN, como símbolo de fuerza y más que nada falta de educación, que se cree, convencido, que a empellones todo es posible llevar por delante.
Ese “atropello” que esgrimimos en nuestros procederes, más que nada en lo político, tiene mucho que ver con nuestro frustrado destino de nunca poder ser, lo que a diario lamentamos, pero somos nosotros que precisamente no es el otro, “culpable de turno”. Coincido, la soberbia es el clima, el autoritarismo el estado de imposición, no precisamente de sentido común. Y como en la ruleta ante los bolsillos vacíos, redoblamos apostando todo en forma inconsciente, aunque lo perdamos todo. Es tal el orgullo y el desconocimiento que es una avalancha ladera abajo, ganando terreno cada vez más, con mayor volumen e imprevisibilidad.
Cuando en 1977, Franco dejaba el poder de España, después de 38 prolongados inconstitucionales años, la península era una fiesta. Nunca me voy a olvidar el parlamento del actor José “Pepe” Sacristán, en sus palabras finales del filme de José Luis Garci, “Solos en la madrugada”, porque oxigenaba tantos desaciertos y también una grieta cada vez más profunda, que son los sueños desesperanzados. “Se van acabar para siempre la nostalgia, el recuerdo de un pasado sórdido, la lástima por nosotros mismos. Se acabó la temporada que ha durado 38 hermosos años, estamos en 1977, somos adultos, a lo mejor un poquito contrahechos, pero adultos. Ya no tenemos papá. Qué cosa, ¿eh? Somos huérfanos gracias a Dios y estamos maravillosamente desamparados ante el mundo. No soy político, ni sociólogo, pero creo que lo que deberíamos hacer es darnos la libertad los unos a los otros, aunque sea una libertad condicional. Pues vamos, yo creo que sí podemos hacerlo, creo que sí. No debe preocuparnos si cuesta al principio, porque lo importante es que al final habremos recuperado la convivencia, el amor, la ilusión. Pues no cabe duda: al vegetar estamos acabando. Vamos a vivir por algo nuevo. Vamos, vamos a cambiar la vida por nosotros. ¡Vamos!”.
Realmente, cuando la vi, y siempre recuerdo su texto final, no deja de llenarme de esperanza; todo lo negativo vuela, se disipa. Me pregunto por qué estamos como estamos, si tenemos una tierra bendita, gente capaz que no quiere relatos sino trabajo, estudio, tenacidad, decencia. Porque el mejor ejemplo de haber perdido el rumbo de no ser el país que siempre quisimos ser, a pesar de la frustración de cada día. Del cansancio y de los sueños hechos añicos, siempre hay una llamita al final del camino, y que por ello nos pueden decir soñadores, líricos, idealistas.
Diría gente normal, común, la de todos los días, esa que espera cambiar, que trata de no escuchar miles de historias que nos han postergado, que nos enfrentaron y dividieron. Gobernar no tiene que ser la suma de consignas escapándole a la certeza, el pillaje de la mentira, sino la inteligencia hecha capacidad al servicio del país. Solvencia de gestión pensando que es el mandato de todo un país haber sido elegidos, que a cada rato nos recuerde que el dinero no es exclusivamente nuestro, sino de todos, por lo tanto debemos cuidarlo, honrándolo con confianza plena.
Me gusta recordar frases motivacionales, que nos muevan y que con ellas logremos reencontrarnos con esa Argentina tantas veces soñada. No nos podemos dar el lujo de perderla otra vez.
Steve Jobs dijo en la Universidad de Stamford: “No te dejes atrapar por dogmas, no vivas con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitas que el ruido de las opiniones ajenas silencie tu voz interior. Y más importante todavía, tener el valor de seguir tu corazón e intuición, porque de alguna manera ya sabes por qué realmente querés llegar a ser. Todo lo demás es secundario”.
Qué cosa. Está en nosotros saber qué país queremos y depende de nosotros que así se cumpla. Qué cosa, permitirnos semejantes remedos de un pasado con parches que hace rato busca un cambio de ruedas, más que nada de pensamiento, donde la honestidad se abrace con la decencia. Qué cosa, ¿no?