Por Luis Polo / Miembro del Grupo de Cine de Corrientes / Especial para El Litoral
¿Qué tienen en común Gustavo Galuppo Alives, Pablo Almirón y Hayrabet Alacaham? La respuesta es el cine y Corrientes.
Después de Godard, Galuppo Alives
Jean-Luc Godard revolucionó, junto a Truffaut, Varda, Rivette, Rohmer, Chabrol y Resnais y otros más, el arte del cine. Con ellos y desde los Cahiers du cinéma surgió la “nouvelle vague” —o nueva ola—, un movimiento estético y explícitamente político que ubicaba en el centro de la realización de una película a su director, lo que se llamó a partir de entonces el cine de autor.
Este movimiento vanguardista, que rompió con el clasicismo de la narración cinematográfica y que pretendió recomponer la cadena de producción tradicional del cine, especialmente la de los grandes estudios norteamericanos, no logró todos sus objetivos, pero sí tuvo una gran repercusión en el cine occidental y caló muy hondo entre los realizadores argentinos de los 60.
De todos esos directores franceses, el más radical, no solo cinematográficamente hablando, fue, inclusive hasta en sus últimos filmes, Godard. Más allá de sus polémicas sobre su personalidad, lo importante es recuperar su cinematografía. Esa es la tarea emprendida por Gustavo Galuppo Alives, un videasta, ensayista y docente de Rosario, que fuera invitado a dar un seminario al que llamó “Después de Godard. La legitimidad de lo incierto”, y que fuera recientemente entrevistado por Carlos Lezcano para El Litoral.
Galuppo Alives dio, frente a un nutrido semillero de futuros creativos, una verdadera cátedra sobre la evolución del cine de Godard, ubicándolo, con análisis sociológicos y filosóficos, en lo que llama lo indecidible de la imagen, ese lugar intermedio entre presencia y ausencia o pasado y presente. Así pensada la imagen se transforma en un lugar en curso, en un lugar en trance, en una contradicción irresoluble, incluso. Según Galuppo Alives, Godard logró ubicar a su cine en esa dirección para desde allí acompañar a los cambios culturales que se sucedieron en occidente a partir de los 60. Este seminario formó parte de la 11ª edición del Festival Play Videoarte, el cual contó con la curaduría de Maia Navas y equipo, y que se desarrolló en el Centro Cultural Universitario, entre los 7 y 11 de noviembre con una gran variedad de propuestas, entre la cuales cabe destacar el libro “Ensayar lo imposible”, compilación de los once años del festival y que fuera publicado por de Eudene-Unne.
Debo confesar que, pese a haberlo intentado varias veces, siempre terminé por desistir de terminar de ver los últimos filmes de Godard, no pude meterme en sus historias, me perdía, no los entendía, ahora tengo una deuda que saldar con Godard y con Galuppo Alives.
Un gran disparo, Pablo Almirón
“La Ballester Molina”, el reciente filme de Pablo Almirón, tuvo su pre-estreno el viernes 11 en el Teatro Juan de Vera, evento que contó con una gran concurrencia de público.
La película, un policial negro y psicológico, trata sobre la historia de un amor pero no es un amor cualquiera, es uno que se maneja en, y se nutre de los que viven en los márgenes de la sociedad. La cámara de Almirón se desplaza al lento compás de esa historia, lo hace con planos que muestran, y también se nutren, de esos diurnos ambientes de colores intensos y siniestros, también de sombrías noches que no dejan dudas de que son su continuidad, que lo vinculan al cine de Pablo Trapero, Alberto Lecchi y Arturo Epstein, y a las novelas policiales de Carlos Busqued y James Cain.
La historia gira alrededor de Dionisio y Eva, magistralmente interpretados por Horacio Fernández y Maty Obregón respectivamente, más un cortejo de pintorescos personajes que la película va pariendo, como Mía, la hija de ambos —de gran interpretación por parte de Andrea Vergara— y otros que forman el enjambre de la historia que se cuenta.
Allí están los hombres, unos marginados del mundo, aquietados, apretujados unos con otros alrededor de cuchillos que ellos mismos fabrican en un pueblo perdido de Corrientes.
Allí están las mujeres, las que resisten la injusticia, las que sufren apasionadamente, las que se desplazan como el agua y que por eso emprenden el camino hacia Corrientes en un hermoso Torino rojo…
Con “La Ballester Molina” realizada en San Cosme, San Luis del Palmar, Buenos Aires y Caba con escasez de recursos fílmicos y económicos —solo contó con aportes del Instituto de Cultura de Corrientes y del Banco de Corrientes—, Pablo Almirón, director y guionista de la misma, que ya ha realizado otras películas, pega un certero y emotivo disparo estético y narrativo y perfora el telón que oculta un mundo que está ahí nomás, en nuestras narices y que no lo queremos ver ni oler.
El archivista, Hayrabet Alacaham
Cuando se lo escucha hablar a Hayrabet Alacaham, un armenio que se radicó en Argentina de niño, con una suave y pausada voz, es inevitable que surja la pregunta de dónde ha sacado las fuerzas para llevar adelante el extraordinario trabajo de recopilación que plasmó en Filmografías, un diccionario de cineastas de todas las épocas y de todos los países, cuyo corte histórico lo situó en 2015.
Hay números que reflejan su ciclópea tarea: son cerca de 9500 directores, recopilados en dos tomos, de más de 1000 páginas cada uno, trabajo que le llevó 20 años y que surgió de un archivo personal con datos de más de 100.000 películas, 14.000 biografías de directores y actores, más una cinemateca con 2000 películas en fílmico, 14.000 en formato digital y una biblioteca de cine con 5000 títulos, 500.000 hojas de reportajes, 6.000 afiches y 6000 diapositivas.
¿Cómo empezó su pasión de archivista? Siempre le había gustado el cine pero un día, en 1979, lo invitaron a asociarse al Cine Club Buenos Ayres, el cual fuera el cineclub más grande del mundo, y ese fue su punto de Arquímides del cual no volvió para atrás: en 1984 creó el Cine Club Vida, paso previo para la Fundación Cineteca Vida.
Su pasión lo convirtió en un archivista o sea en alguien que tiene el deseo de compartir lo que atesora, algo que Alacaham se empeña en diferenciar del coleccionista, al que define como un mero comprador que guarda sus películas sin interés alguno por compartirlas.
Día a día dedica varias horas a su tarea, además de darse tiempo para evacuar consultas y también para otras afines, como programar festivales de cine —hace 20 años que está encargado del programa del Festival Latinoamericano de Toulouse, Francia— y para ver películas, que nunca son menos de 100 al mes, con la ética de nunca dejar una película sin verla en su totalidad, y si no la comprende, la vuelve a ver, las veces que sean necesarias, hasta dilucidarlas. Su pasión es tal que lo llevó a convivir —no es una frase hecha, es literal— con su material, el que cubre todas las paredes, y más, de su departamento.
Pero el dato más significativo de su archivo es que está orientado especialmente hacia los nombres del cine que han sido olvidados, hacia los desconocidos de siempre y que como un Mandrake —genial definición de sí mismo— lo lleva a sacar de su galera a datos de los más recónditos lugares del mundo.
El sábado 12, en Capítulo Uno —librería que es un faro de la cultura correntina— tuve el honor de acompañar, junto a Pablo Almirón, su conferencia “Memorias de la luz”, en la que relató su trayectoria de archivista, sino que además abordó sus criterios para seleccionar películas para los festivales y dejó, al menos para mí, el gran desafío de volver a ver dos películas que en su parecer marcan un antes y un después en la cinematografía argentina. Ellas son “Invasión”, filme de Hugo Santiago de 1969 —con guión de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares— y “Zama”, película de Lucrecia Martel de 2017 —basada en la genial novela homónima de Antonio Di Benedetto — y que tuviera como una de sus locaciones a las barrancas de Empedrado de nuestra provincia.
Como cinéfilo que soy, pasión que comparto con un numeroso grupo de amigos correntinos, quedé, como ya dije anteriormente, en deuda, pero al mismo tiempo estoy agradecido por lo aprendido y experimentado estos inolvidables tres días de noviembre de 2022 de cine en Corrientes.