Por José Luis Zampa
El mundo se viene abajo cuando uno menos lo espera. De un momento a otro la realidad golpea con estrépito devastador, injusto, insoportable. Así recibo la muerte de Eduardo Sbdar, padre del corazón, amigo indispensable, compañero eterno, vencedor de mil batallas y genio de la lámpara capaz de sacar rentabilidad de las piedras.
Eduardo no se consideraba periodista. Pero actuaba como si lo fuera, aunque no escribiera sus crónicas. Como esa vez que logró la primicia de un pronto regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina. Fue en la quinta del expresidente en Madrid, Puerta de Hierro, hasta donde llegó para entrevistar al General en un momento bisagra de la historia nacional.
Imprescindible en cualquier proyecto gráfico, se había hecho experto en el arte de sostener financieramente aquellos mastodónticos diarios de papel que daban las noticias a través del proceso de impresión en caliente, a mediados del siglo pasado.
El Territorio, mítico órgano periodístico de la vecina provincia del Chaco, sobrevivió por décadas gracias a las buenas artes de Eduardo Sbdar, mucho más que gerente en el organigrama de una empresa estatal que sin él hubiera cantado las hurras varios años antes.
Ese era “Don Sbdar”, el gentilhombre solidario y generoso capaz de poner su propio cuero para alivianarles el peso a los vulnerables que hallaba a su paso. Yo fui uno de ellos hace 30 años, cuando perdí a mi viejo en condiciones inverosímiles y él me abrazó para siempre, hasta lograr que dejara de sentirme huérfano.
En esos años Eduardo y yo éramos compañeros en el periódico El Diario, de Resistencia, donde lo conocí en su salsa: el río de tinta, el papel recién impreso, el sempiterno cartel de “Prensa” en el parabrisas de su Renault 12. Listo para salir a donde fuera con tal de cazar no precisamente noticias, sino los acuerdos publicitarios más provechosos para la estabilidad económica de la compañía.
Por esas habilidades el proyecto de refundación de El Litoral lo incluyó desde el primer momento. Fue a fines de 1995, cuando nuestro director, Carlos Romero Feris, decidió relanzar al decano de la prensa correntina y convocó a un equipo de periodistas encabezado por Jorge Farizano.
Fue mi puerta de entrada a este diario tan querido, y también la del alfil comercial de aquella epopeya que produjo la primera edición de este rotativo en full color: nada menos que Eduardo Sbdar.
Eduardo, a quien los amigos más íntimos apodamos Chin, dejó este mundo el sábado por la noche con los mejores recuerdos de aquellos tiempos de oro. No porque haya amasado riquezas materiales, sino porque cultivó el afecto de todos en un entorno que naturalmente tiende a ser frío e impersonal como es el negocio de la comunicación. Él era todo lo contrario. Sanguíneo y buena gente, alegre y chispeante, andariego y saltarín, su ritmo de trabajo inspiraba a las nuevas generaciones por la pasión que volcaba en cada instancia del proceso que desembocaba en la hechura de un diario recién salido del horno con la calidad compacta que él pretendía, y que evaluaba bien temprano, café mediante, con su rigurosa chomba de mangas cortas así arreciara el invierno con temperaturas de un dígito. Es que Chin nunca tenía frío. Era un tipo de sangre caliente, sagaz, auténtico, tan sensible como inteligente.
Excelente padre, eterno enamorado de Sofía, sembró a lo largo de sus 86 años de vida los mejores ejemplos. En especial, su don sobrenatural para alcanzar objetivos allí donde otros tiraban la toalla. Así aprendí a seguir sus pasos y hoy, jaqueado por la misma orfandad que me desmoronó hace 30 años, no puedo más que continuar hasta el final aunque (como reza la poesía del Indio Solari) mi querido Chin ya no pueda cumplir las hazañas prometidas. Para eso quedamos sus laderos, para persistir en la trinchera donde supo ser el mejor, la de este diario y su gente.