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Por qué hemos bajado los brazos

Domingo, 20 de febrero de 2022 a las 01:00

Una actitud universal que depone de pronto todos nuestros afanes, nuestras ganas. Es como el “pido” marcando una tregua jugando a las escondidas, porque el cansancio de la frustración convertida en impotencia nos llevó a ese marcado cambio de ritmo. Me sucede muy seguido, comprobar cómo la nada se ha entronizado como forma de admitirlo todo. Tal vez las urgencias de ayer nos llevaban a empeñarnos alcanzar las utopías. Era con esfuerzo, no con subsidios de toda índole que hoy se los pone en la boca, ya masticado, como hacen las aves con sus pichones, pero luego tendrán que vérselas con la vida verdadera que no siempre es un jardín de rosas. La mediocridad se ha prendido como una suerte de orgullo compulsivo, como si fuera realmente una celebración, es una calamidad, y el populismo de utilización política lo ha hecho suyo, porque no pensar es no tener problemas, tantos años en ello se ha convertido en una cultura de pueblos oprimidos. Uno escucha, ve, comprueba como todo se ha venido para abajo, y al ser una “panacea” es el ocio preferido en disputa permanente contra el saber, aprender, mejorarnos, tener capacidad de elección, producir gente talentosa, con capacidad de resolución, y no siguiendo políticas públicas, sino actuando per se, porque su ascenso al conocimiento le facilita y perfecciona esas virtudes tan lejanas de esa mediocridad que se conforma con cualquier cosa. No se lee, no se escribe, no se aprende ni perfecciona, tan lejana a esos encuentros de jóvenes preocupados que se reunían otrora en Confitería Italia, o Confitería Orly, en que cada charla eran verdaderas piezas de clases magistrales. Se hablaba de cine, de literatura, de música, y por qué no de política como interés protagónico pero enterrando el dedo indicativo, sino ya dando paso a la conciencia y al criterio abrevado por el ejercicio de luchar por los imposibles. Oscar Martínez, amén de actor, director de teatro, autor de textos, sitúa esta forma de vida pobre y desvalida culturalmente en uno de su cosecha, titulado: “Que me palpen de armas”, en uno de sus párrafos más sobresalientes y que es explícito sobre ese decaimiento cultural: “Me desazona la banalización de la vida, el pavoneo de la insensatez, el triunfo de la prepotencia y de la ostentación, la deshumanización salvaje de los poderosos, la aceptación y el elogio del ‘sálvese quien pueda’, la práctica y la prédica del desamor y de la historia. Me descorazona la idiotez colectiva, la idealización de lo banal, el asesinato de la inocencia, el descuido suicida de lo poco que merecería nuestro mayor esmero, el desconocimiento o el olvido de nuestra propia condición.” Los medios son un catálogo de sonrisas vacías porque están ausentes de inteligencia que transmitir, completan una cruzada de emisiones que tienen adeptos, porque la mediocridad se ha convertido en masiva, y por ende se les da lo que sus instintos y pocas ganas demandan, la nada que suma rating: oyentes, televidentes y lectores, por eso su prevalencia, entretenernos con el arte del no pensar.
Hubo un diario en la Argentina, que innovó la forma de informar, con un tiraje abrumador, con máquinas súper modernas para entonces (15 de setiembre de 1913, fecha de su arranque): diario Crítica, del uruguayo Natalio Botana. Si bien tenía algunos elementos que de alguna manera sustenta a la prensa sensacionalista, como titulares catástrofes, el seguimiento a todo lo atinente a la delincuencia, como a la política misma, tuvo la certeza de ir sumando suplementos que enriquecían el bagaje total con periodistas de primera línea. En sus artículos descollaron calificados profesionales que escribían piezas únicas, como Roberto Arlt, Jacobo Fijman, Arturo Logorio, Alberto Pineta, Raúl y Enrique González Tuñón, Roberto Tálice, Carlos Muñoz del Solar, más conocido por Carlos de la Púa “El malevo Muñoz”, Jorge Luis Borges, Carlos Olivari, Ulyses Petit de Murat, y muchos calificados hombres del periodismo nacional. Crítica no descuidó el aspecto cultural ni la calidad de sus notas. Es decir, que la mediocridad no estuvo en sus planes inmediatos, si bien hablaba con voz de pueblo, era barullero, el conocimiento era vital como la capacidad superlativa de su plantel de periodistas, contaba con un universo informativo excepcional, y con suplementos que lo tornaban casi como un magazine por la cantidad de temas abordados. Hoy, asustan los temas asumidos, les quedan grandes porque en vez de incidir se retrotraen casi comparativamente al libro de aprendizaje de lectura “Upa”; un regreso hacia lo elemental y básico, subsistir sin importar la calidad desplegada, ni la importancia temática. Con tantas benignas soluciones por no existir la más mínima exigencia, el desfavor es tan grande como la mediocridad que escinde su verdadero interés informativo, otrora exigente y selectivo. Me hacen acordar aquellos que un escenario para volcar el público a su favor, cuentan cuentos en vez de hacer lo que deberían hacer: cantar.
En esta oleada de “bajas defensas” nadie está exento, todos los niveles caen rendidos ante el desconcierto de la pavada, porque es mejor no pensar ya que hacerlo demanda “tiempo” y “trabajo” mental. Cuando estamos ante material que escapan por la tangente, y se puede decir que hay un equilibrio de temas o se acercan por lo menos ante la otra, la pasatista, casi sin sentido, a un supuesto ideal, como para tomarla en serio, decir que son estrictos con la calidad periodística que presupone su selección, es una mentira piadosa. No digo creíble, porque es lo básico como la ética, que no debe faltar en una producción. Algo debemos hacer, ante esta pandemia del descreimiento, en que por seria es aburrida, así ponemos más leña al fuego, es como apagar un incendio con nafta. Me preocupa no por pretender ser un intelectual, sino para advertir, que es como quien toma temperatura, que hay fiebres y fiebres; las hay tenues, pasajeras, y otras que queman. Si tenemos la capacidad maravillosa de acumular datos, pensar, imaginar, por qué embrutecernos “avivando el fuego” de tamaño incendio, ya que en la espesura de la mente no hay avión hidrante que valga, y la mediocridad siempre tiende a propagarse con todos los daños personales que involucran. Un texto final, a que nos lleva la filosofía que tan bien lo plantea el español, Ignacio Ramonet, ex director en París de Le Monde Diplomatic que nos dice en su libro “La tiranía de la comunicación”; ello tal vez nos pueda servir de algo, para interesarnos de los temas que verdaderamente importan y “podamos levantar nuevamente los brazos”, en actitud potente y presta al desafío: “Cuanto más comunicación haya, se nos dice, más armoniosa será nuestra sociedad y más felices seremos. Podemos preguntarnos si la comunicación no estará sobrepasando su estado óptimo, su punto culminante, para entrar en una fase en la que todas sus cualidades se transforman en defectos y todas sus virtudes en vicios.”
La gravedad del país nos insta a romper la modorra de la ingratitud de las aspiraciones, volver a ser parte de lo que fuimos, mucho menos mediocres, por lo tanto no nos conformábamos con estupideces, sino que la curiosidad y el interés por mejorarnos elevó nuestro nivel intelectual y nuestra búsqueda, donde “el medio pelo” no tenía lugar, ni razón de ser. Más que inteligentes, éramos perseverantes. Más que selectivos, lógicos. Puro, sentido común. La madre de todas las cosas.

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