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Agua, dame agua

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Mujer activa y generosa como Damiana no he conocido. Siempre con una palabra de aliento y esperanza. Puedes lograrlo, afirmaba, estudiá, trabajá, sé respetuoso y honesto. Eran sus consejos, no era una mujer rica ni por aproximación, estaba entre los denominados pobres, aquellos que vivían al día para comer, vestirse y subsistir, pero no obstaba a que el plato de comida de la casa pudiera ser compartido con el vecino enfermo al que llevaban sus hijos menores, jamás negaba un vaso de agua a nadie.

Damiana amaba la naturaleza, sus plantas eran uno de sus amores preferidos las que regaba con respeto y orgullo, contaba que los dos parrales con que contaba su humilde vivienda, aproximada a un rancho, fueron plantados por las dos abuelas del Gringo que nació bajo un calor sofocante. Un sarmiento, lo puso Eva, morocha fuerte de mirada grave y profunda, madre de Damiana, el otro lo plantó, para no ser menos, la castellana Antonia, ambos crecieron como lo hizo el Gringo y dieron muchos años sus frutos, uva moscatel verde y grande, de una planta y la uva chinche pequeña y negra de un dulzor especial la otra.

 El Negro, su esposo, plantó cuatro varillas de sauce a lo largo del terreno en el centro, los que durante muchos años brindaron la sombra necesaria que los exigentes calores de Corrientes imponen a sus habitantes.

Todo aquél que tenía un problema o quedaba desprotegido se refugiaba en la casa de Damiana, que abría sus puertas a cuanto sollozo y tristeza viniera. 

Así pasaron por la humilde vivienda doña Milí, Queca y tantos otros. Un caso especial fue Nini, criada en un colegio de monjas, vecina del barrio quedó embarazada de un rufián, señorito del centro que la abandonó al saber la carga que tenía, se aprovechó de la circunstancia en que Nini perdiera en poco tiempo a sus dos abuelos, Francisco e Isabel, en ese período de luto, el maldito prácticamente la violó. ¿A quién acudir ante una sociedad tan cerrada como su propia formación?, a Damiana porque tenía la mente abierta y sabía escuchar, la consoló y ayudó a seguir con su vida, con tal fortuna que consiguió un excelente hombre como esposo, al que no le importó el embarazo, se casó con ella y vivieron felices muchos años.

Damiana era así, cantaba mientras lavaba las ropas de sus hombres, su esposo y sus tres hijos, les leía los libros, revistas, diarios y cuanto impreso cayera en sus manos, tomados de los que tiran como desecho o los que alcanzaba a comprar o conseguía prestados o regalados, esa afición contagió a los tres retoños suyos, tres maestros normales nacionales. No le escapaba al trabajo jamás, predicaba la igualdad y el respeto, defendía a sus hijos como una tigresa a sus cachorros e imponía disciplina y autoridad con amor. Les enseñó a nadar y a jugar al básquet en el patio de tierra de la humilde casa, luego los introdujo en el ajedrez que se expandió por el barrio, en las veredas, la gente ajena al lugar veía niños y niñas descalzos jugando al ajedrez lo que llamaba la atención, frente a la zanja de aguas servidas niños y adolescentes jugando el deporte de los reyes era una rareza. 

Tenía tanto amor acumulado que podía repartirlo sin ningún tipo de egoísmo, no envidiaba a nadie, sólo inculcaba que se podían lograr los objetivos si uno se esforzaba, luchaba contra las discriminaciones, era hija natural y sabía lo que esta sociedad putrefacta de dogmas hacía a la gente. Decía que iba a llegar el cambio, tiene que cambiar y hoy vivimos sus frutos a pesar de los resabios reaccionarios. 

Dentro de ese exceso de amor uno se destacaba, era el agua, ingería agua en cantidades extraordinarias y cuando podía chupaba un pedazo de hielo, no había mayor placer para ella que el agua y el hielo, explicaba que con ella nació la vida y se prolonga en la tierra gracias a ella, el agua aleja los males y mantiene alejado a los espíritus malignos, porque los hay, aseveraba con solemnidad.

La pobreza no permitía una heladera por lo que cuando la economía lo consentía, se compraba un pedazo de hielo al hielero que vendía a los gritos por las calles en un carro forrado tipo jardinera, en chapas con aserrín y sal, el cuarto de hielo de la barra era el festejo mayor, gozar del pedazo de hielo.

Pasó el tiempo y los hijos crecieron. El Gringo le compró su primera heladera a Damiana a la que no le interesaba tanto conservar los alimentos, porque se consumía lo diario, sino tener hielo a su disposición, siempre con un vaso de agua y hielo recorría la casa regando las plantas, así de feliz era Damiana. 

Como todo en la vida Damiana envejeció y se enfermó. Estando en el Hospital Vidal en terapia intensiva recibía la visita de su hijo el Gringo, sus últimas horas se desmoronaban rápido y antes de morir le dijo a su hijo: “Vos sos el heredero del secreto” que viene de tiempos remotos, ayuda al prójimo y utiliza el don para hacer el bien nunca el mal. Continúo con las últimas fuerzas, -“tengo sed dame agua” y partió al destino insondable del más allá, el mundo de los espíritus. 

El Gringo nunca se perdonó no haberle dado ese último trago de agua que su madre le pidiera, porque un médico que se encontraba de guardia no lo permitió, vaya si se arrepintió, que un tonto le impidiera, a él que era todo tormenta y lucha.  Ese estigma lo siguió permanentemente. En su estudio el Gringo tiene la foto de sus padres, el Negro y Damiana. A ellos, en nombre del santo de la buena muerte les honra cuando llega a trabajar con una luminaria, para que no pierdan el camino y hace sonar una campana para que su tañir los guiara hacia el espíritu que está de este lado y se encuentren con su amor y veneración. 

En la ceremonia de homenaje de recordar a sus padres, el gringo, además de la vela y la campana coloca un vaso de agua, para que el espíritu de Damiana pueda beber, a lo que se suma el prodigioso secreto del agua que absorbe, lo que se llaman las malas ondas o males que algunos desean, burbujeando, por eso hay que tirarla por el desagüe y hacer correr el líquido hasta que salga de la casa con sus burbujas malignas.

El Gringo viajó unos días y tardó más de la cuenta, el vaso con los rigores del calor se secó, el espíritu de Damiana tenía que hacerle saber a su hijo que había tenido sed, y lo mostró colocando sus libros acomodados sobre el piso, ordenándolos de tal manera que se interpretara su presencia. 

La socia del hijo no entendía nada y arreglaba los libros, al día siguiente aparecían en la misma forma y disposición. Sostiene que una tarde no muy entrada la oscuridad, pues siempre se va con la caída del sol, vio dos figuras extrañas y transparentes de color azulado bajando los libros y colocándolos en el piso, Antoñito, el espíritu niño que habita hace años la vieja casona, con el espíritu de Damiana se prestan ayuda entre ellos. Esto ocurrió hace muy poco año 2019 en la calle Salta cerca del río, que tanto amaba Damiana. 

Al regresar el Gringo lo primero que hizo fue llenar varias veces el vaso de agua, para que Damiana bebiera a su antojo, su retrato a la noche esbozó un sonrisa amable como era en vida. No te asustes lector que para un maestro el mensaje es claro, dad de beber al sediento. 

En varias noches algunos vecinos dicen escuchar el tañir de las campanas cuando nadie está en la casa, en otras ocasiones para mostrar su presencia, deja rastros de gotas del agua que surgen del vaso como si fuera magia, haciendo saber a quién llega al lugar su presencia.

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