José Luis Zampa
¿Finalizó la pandemia? No, pero tenemos la sensación de que sí. La vida cotidiana se normalizó y en la corriente de cotidianidades recuperadas el automóvil (así como la motocicleta) volvió a ser de uso constante ya sea para cumplir con actividades laborales como para viajar en busca de solaz. Y al mismo tiempo que nuestros queridos vehículos nos permiten disfrutarlos, aparecen los problemas mecánicos fruto de un largo período sin marchar y sin moverse.
Ese es el punto de este informe: después de dos años las máquinas paralizadas por medidas cuarentenarias padecen problemas que se exteriorizan en el momento menos pensado; la mayoría de ellos como consecuencia del parate coactivo impuesto por la autoridad sanitaria.
Relata una dama, docente universitaria y profesional de la economía: “Nuestro auto estaba andando muy bien hasta que tuvimos que dejarlo en la cochera durante dos años prácticamente, para cumplir con el aislamiento obligatorio. Pero ahora que comenzamos a viajar las fallas surgieron todas juntas”.
El caso testigo que citamos sirve para comprender la irrupción sorpresiva y múltiple de inconvenientes mecánicos y eléctricos que son, lisa y llanamente, el producto de la falta de uso regular.
Partiendo de la consigna primigenia de que todo aquello que no se utiliza, se deteriora, con los autos, camionetas y motos que permanecieron en estado de “hibernación” durante 2020 y 2021, ocurre exactamente eso: durante dos años los fluidos no circularon, los cilindros no se movieron, los pistones de freno no se desplazaron, los neumáticos no giraron, los rodamientos tampoco, y así…
Los principales efectos de una pausa prolongada en la puesta en marcha y el rodaje de un vehículo automotor se producen en los circuitos tanto de refrigeración como de frenos, aunque también podríamos agregar las galerías de lubricación y los más delicados conductos del climatizador (o aire acondicionado, según el caso).
En todos los casos pasa más o menos lo mismo que con cualquier cañería, que tiende a obstruirse (o por lo menos obturarse) al transcurrir cierto lapso con sus contenidos estancados. Pensemos que todo conducto está diseñado para que sus fluidos circulen con regularidad, en un ciclo que permite la autodepuración de todo el recorrido. ¿Qué podemos imaginar que ocurre si ese proceso natural se detiene de repente, pasan dos años, y volvemos a arrancar el motor?
La sedimentación de partículas que no representaban un problema mientras estuvieron sueltas y flotando libremente en los torrentes que le daban “vida” al motor, ahora han generado una suerte de malformación interna (algo que podemos comparar con el depósito de placas grasas en la enfermedad conocida como aterioesclerosis) que restringirá o impedirá funciones esenciales para la salud mecánica.
Recalentamientos imprevistos, pérdida de potencia en el frenado, caída de la presión de aceite y hasta fallos en los dispositivos eléctricos indispensables como las bobinas de ignición se podrían superponer en un vehículo que ha estado unos 20 meses guardado en el garaje para luego salir a la ruta para desplegar su potencial en plenitud.
Se explican así las situaciones en que autos relativamente nuevos y cuidados vuelven en planchas de auxilio de las vacaciones que se frustraron por el efecto pandemia, que también afectó a los autos en razón de que sus dueños no pudieron utilizarlos con la asiduidad adecuada.
Los remedios para estas situaciones indeseadas son dos: si el vehículo estuvo parado por completo durante los 18 o 20 meses más dolorosos del asedio viral, lo mejor será no volver a las calles sin una revisión profunda y un reemplazo de todos los líquidos. Desde el refrigerante, pasando por el aceite del motor, hasta el fluido hidráulico de los frenos. No así el aceite de la caja de cambios, cuya vida útil se prolonga en forma exponencial gracias a que funciona en un ámbito de estanqueidad prácticamente total, protegido de impurezas.
Las revisiones y services profundos tienen un costo relativo alto, ya que unifican en un solo acto distintos procedimientos previstos para el mantenimiento del vehículo en un ciclo de intervalos que aplanan la curva de gastos.
Cubiertas a salvo
No cualquiera tiene caballetes de apoyo en su casa, pero ante una pausa prolongada en el uso de un automóvil la mejor manera de conservar la salud de los neumáticos es elevando el vehículo para que no permanezca “dormido” sobre sus cuatro cauchos.
Estos caballetes en forma de trípodes son parte de las herramientas clásicas de un taller mecánico, por lo que un usuario particular difícilmente pueda contarlos como elementos auxiliares de su propio garaje. La solución es, como quedó claro en el texto principal de esta página, hacer rodar el automóvil (o motocicleta en forma periódica, semanalmente si es posible) para que las ruedas nunca queden ubicadas en una sola posición.
De esta forma se evita la deformación del neumático y se previenen gastos imprevistos, cada vez más onerosos.