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Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro Aparecidos, tesoros y leyendas

Cuando los paraguayos invaden Corrientes en abril de 1865, muchas familias huyen de la ciudad, van hacia el sur, siguiendo al gobernador que había dejado a su familia, otros se dirigen al Chaco donde buscan la protección de los indios con los cuales negociaban, otros quedan encerrados y prisioneros del invasor. 
Los que huyeron, ante la falta de bancos, escondían sus riquezas, oro, joyas, entre otros elementos de valor, enterrándolas, con el objeto de que a su retorno buscarían sus tesoros, muchos no volvieron y el tesoro yuyguy (oro bajo tierra o enterrado) quedó esperando a sus dueños muertos en el exilio que volvieron hechos fantasmas. 
Entre tantos tesoros encontrados por los buscadores profesionales y otros accidentales, se encuentra el que se dice fue hallado en la calle Quintana entre Córdoba y Mendoza frente al estacionamiento donde hoy funciona una escribanía. 
Otros con menos suerte encontraron entierros de armas viejas y otros valores de la época, pero no tan apreciables por los buscadores. Uno de ellos en Quintana entre Catamarca y Córdoba, solo descubrió escopetas de la época de la Guerra Guazú o Guerra de la Triple Alianza, todas corroídas. 
En una casa cerca de la Escuela Normal de Maestras, cuya dirección no recuerdo, vivía una mujer que ayudaba a muchas embarazadas a desprenderse de hijos no queridos, acudían a ella mujeres que fueron violadas, o aquellas que tenían hijos demasiado pequeños para traer otro al mundo por la escasa diferencia de edad y poca renta para subsistir, habiendo tenido pocos medios de control o cuidado.
El famoso condón era un símbolo demoníaco y estigmatizado por la sociedad, comprar uno en una farmacia era toda una aventura y de allí venían los embarazos no queridos, que convertían a una mujer soltera en mujerzuela y a la que realizaba un aborto en delincuente, queda claro que hasta ahora sigue siendo un delito en ciertas circunstancias. 
En esa casa que menciono, me cuentan que encontraron un tesoro de gran porte. Antes de ello, los fantasmas o cuidadores del tesoro molestaban a los moradores de la vivienda. Estos tenían cocina a leña, techo a dos aguas, tipo casa chorizo, es decir, una larga galería con habitaciones continuas y un baño al final de uso común. 
Las empleadas, que poco duraban, veían cómo los sillones se hamacaban solos, otras veces observaban a un niño que ocupaba la mecedora. Lo interesante eran los gatos de doña Honoria, que saltaban a la mesa erizados porque veían o percibían la presencia extraña de fantasmas. 
El lugar más hostil de la casa era el altillo, cuando alguno se animaba a subir las escaleras, sentían un aire helado que los envolvía como invitándolos a retirarse rápidamente del lugar. 
Como corresponde a los buenos creyentes católicos, comenzaron quemando inciensos, continuaron las bendiciones de los curas que venían de la Merced, hasta tuvieron que llamar a un exorcista que vino de Buenos Aires en el vapor de la carrera ciudad de Corrientes, recorrió la casa con su vestimenta especial y los elementos que todo exorcista debe llevar, regaba conagua bendita los lugares que recorría pero cuando llegó a la escalera del altillo, un frío intenso lo frenó en seco, tuvo que realizar un esfuerzo extraordinario para continuar, logró su objetivo y los que estaban abajo escucharon una extraña conversación, la voz del cura tranquila y pausada, la otra como si viniera de las entrañas de la tierra, decía: -Soy el guardián y de la nada apareció escrito en la pared con sangre: -Soy el guardián y tengo la maldición. 
Qué ocurrió luego, no se supo. La casa fue vendida, el nuevo propietario mandó demolerla, debajo del altillo, en una especie de cueva hecha de material de grandes ladrillos y argamasa (cal y arena), con troncos de quebracho que le servían de techo, piso y cerramiento, hallaron una olla negra con libras esterlinas de oro, al costado del escondite enterrados bajo el piso un esqueleto antiguo como la construcción misma. 
Piensan los constructores que al terminar el trabajo, el obrero, esclavo o lo que fuere, fue asesinado para que no delatara el entierro. 
Después de este episodio, desconociendo quién llevó el oro hallado bajo tierra, la casa no dio molestias a sus nuevos ocupantes, el constructor, muy prominente, que algunos afirman fue el que trasladó el tesoro, vivió con penas y dolores el resto de su vida, su muerte fue lenta, antes de expirar expresaba: -Me mira, me dice, soy el guardián… 

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