Por Alberto Medina Méndez
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@amedinamendez
El cuestionamiento a la política no detiene su vigorosa embestida. Ya no solo se critica a las facciones y a sus referentes, sino que además se empieza a aborrecer de la democracia al que ya no se reconoce como un mecanismo eficaz para contribuir con un futuro mejor.
En ese contexto cuando se analiza lo que ha sucedido en los comicios de muchos países es imposible no inquietarse. Ejemplos cercanos como las presidenciales de Perú, Chile o Colombia corroboran esta dinámica. Los obvios fueron relegados mientras brotaron los menos pensados.
Existen antecedentes en diversas naciones, pero ahora eso se reproduce a gran velocidad y eso debería ser un llamado de atención suficiente para despertarse de este letargo en el que muchos dirigentes han caído.
Los partidos más antiguos, esos que en otras décadas cautivaban a sus seguidores hasta enfervorizarlos, hoy se quedaron sin ideas y rifaron la poca credibilidad con la que contaban.
Han confiado en ellos muchas veces y ahora se sienten defraudados ante tanto elocuente tropiezo. Se pueden seguir recitando discursos grandilocuentes, pero los hechos hablan por sí mismos y dejan margen nulo para la retórica vacía. La contundencia de la realidad no les da tregua.
Esos sectores de la política siguen apelando a viejas prácticas, que ya no tienen efectividad ni gozan de algo de respetabilidad y esa forma de concebir esta actividad los dejará fuera de juego.
Sus espantosos resultados combinados con su estilo obsoleto, sus discursos patéticos y una inexistente nómina de propuestas viables a los problemas reales los condenan a la desaparición.
Muchos de esos espacios confían en la inercial nostalgia del pasado y en que nada mutará ya que todo permanecerá inerte. Afirman que aún sobreviven esos típicos partidos y que una reinvención ayudará a conseguir victorias.
Cada comunidad funciona de un modo singular. Las legislaciones electorales condicionan inexorablemente. No sería razonable creer que lo que se verificó en un país se dará en otros, pero tampoco es saludable suponer que jamás pasará aquí. Desafiar a la suerte es temerario y desconocer que el comportamiento de los habitantes, sus frustraciones y angustias no desembocará en un esquema similar es algo arriesgado.
Muchos dicen que las expresiones más marginales se están abriendo paso y consiguiendo seducir a los votantes. Se preocupan ante esos resultados, que emergen como sorpresivos.
Asusta la idea de que figuras sin estructura ni antecedentes, logren adhesiones y compitan de igual a igual, ganando elecciones a pesar de su completa inexperiencia. Personajes exóticos, con conductas extravagantes, políticamente incorrectos en sus enunciados, con planteos controversiales se tornan atractivos para muchos observadores y hasta logran la meta de triunfar. Eso no implica que luego gobiernen adecuadamente. Algunos probablemente demuestran que surgir fuera de la matriz se constituye en una ventaja relevante para edificar transformaciones significativas y reformas estructurales.
Otros, son simples improvisados, oportunistas que descubrieron la baja legitimidad de los actores aún vigentes y aprovechan ese resquicio que otros fueron generando involuntariamente.
La cuestión de fondo es la misma. Con políticos tradicionales o con outsiders la mayoría tiene demandas insatisfechas y aún siguen apostando por la democracia como el medio que les permitirá alcanzar un porvenir para su familia.
Como eso no ocurre, reniega de lo disponible y busca alternativas disruptivas. No sabe si ellos tendrán el talento para gestionar bien, pero tiene la certeza de que los que estuvieron antes no supieron, no pudieron o no quisieron hacer lo imprescindible. El esquema imperante permite y hasta invita a “descartar” a lo que ya demostró su impericia. Lo que hacen los ciudadanos es “botar”, despidiendo a los que no tienen atenuantes ante su inocultable incapacidad para plasmar sus fabulosas promesas de campaña en cuestiones tangibles.
Se asoma una era compleja. Los candidatos novedosos pululan y casi cualquiera se anima al desafío de retar a los eternos enquistados. Los dirigentes con más trayectoria insisten con sus oxidados formatos y deciden ignorar deliberadamente lo que está pasando.
Tal vez sea tiempo de que los líderes aterricen allí donde les están dando coordenadas claras. Si escucharan un poco más, si estuvieran en el territorio conversando con esos hombres y mujeres de a pie, podrían quizás comprender qué es lo que sienten e intentar representarlos cabalmente.
La enorme lejanía respecto de la gente y la escasa empatía con las vivencias cotidianas han nublado la visión de quienes deberían ocuparse de renovar sus métodos y especialmente a esos que tienen que interpretar las sensaciones cívicas, plasmando proyectos que incentiven al progreso. No es hora de quejarse de la actitud ciudadana. Lo que están haciendo todos es buscar variantes para salir de este pantano. Si los de siempre no tienen nada bueno para ofrecer, pues la gente buscará esas posibilidades en otros que se presentan como diferentes, aunque tal vez tampoco lo sean. En vez de enfadarse, los líderes actuales deben reaccionar, hacer su autocrítica y asumir que han fracasado estrepitosamente. Sus engaños ya no funcionan y si no modifican su accionar, pronto serán expulsados de sus cargos y privilegios. “Cuando la paciencia se agota, hace tronar el escarmiento”.