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Las fosas comunes: una cuestión federal

Domingo, 24 de julio de 2022 a las 01:00

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Mucho tiempo tuvo que esperar Corrientes la instalación de las cámaras federales en su territorio. El Chaco, provincia nueva, las tenía desde la época de los territorios nacionales, por eso el fuero federal de primera instancia en suelo correntino tenía su apelación en la otra orilla. Hasta había que matricularse ante la autoridad superior en el territorio vecino. 
Por fin se instalaron las cámaras federales en Corrientes. Toda una novedad, mayor comodidad para los litigantes de la tierra guaraní. Se instalaron en el edificio de La Rioja esquina Pellegrini, el que fuera asiento del Banco Industrial de la República Argentina, obra de los arquitectos, según dicen, Gallino y Esteves. Más tarde se convirtió en el Banco Nacional de Desarrollo hasta su desaparición. 
El orgulloso y hermoso edificio contempla la ciudad, que se fue hacia arriba sin amedrentarse; en él se encuentran las autoridades nacionales de la Justicia Federal. 
Como todo edificio, tiene sus secretos. Fantasmas del pasado se hacen oír en pasillos y oficinas, algunos extraños aparecen y desaparecen sin dejar rastro alguno. Curioso como todo correntino, empecé a indagar cuál y cuáles eran las posibles circunstancias que producían estos desmanes fantasmagóricos, que a muchos no les interesa y a otros les da pavor. 
Nadie habla. Rosa no le cuenta a María lo que vio; Jorge no dice nada, mejor calladito; Víctor, profundamente creyente, no puede admitir lo que oye y ve; y así las cosas, si decís algo todos aullarán, “¡Está loco! ¡Está mintiendo! ¡Es un fabulador!”. Esa era la situación durante bastante tiempo, me lo contó un antiguo empleado, hoy jubilado. 
Aunque la naturaleza, como buena consejera, es la inventora del tiempo, la noche y el día, las medidas las hicieron los hombres, presenta su caso de imprevisto. Hay tiempos en que las sociedades se aferran más o menos, a las creencias religiosas. Alguien propuso realizar un acto litúrgico católico en la Cámara -nunca está demás, se crea o no- con asistencia libre. Aceptado el convite, invitaron al padre Daniel, quien dispuso los elementos sagrados para los creyentes en una mesa dispuesta para ello. Era una tarde de viernes bastante fresca, comenzó el acto litúrgico. En el medio del mismo, el padre Daniel se calla, espera un minuto... Expresa: “Tenemos visitas”, y agrega: “Bienvenidos sean, con la gracia de Dios”. 
Muchas de las sillas dispuestas para el acto estaban vacías. Muy viernes, bastante frío, etc. Lo llamativo fue que algunas de las sillas parecían moverse, como si seres humanos se sentaran en ellas. El acto continuó conforme al rito, pero el cierre fue distinto: el sacerdote habló de los muertos, de la paz, dio en general la extremaunción, antes de hacerlo se colocó un nuevo elemento de color morado oscuro, utilizó una cruz de plata diferente de las conocidas y contrario a la actualidad habló en latín, arrojando al aire agua bendita, pidiendo por las almas en pena que deambulan sin destino. El público, sorprendido, no entendía nada. La liturgia duró más que de costumbre, solicitó a todos los presentes que se tomaran de las manos y orasen por sus muertos y por todos los muertos conocidos y desconocidos. Una cadena de oración se elevó por los aires y se produjo una sensación de paz. Varias sillas vacías se movieron sin que nada las impulsara. El padre Daniel dio la paz y agradeció profundamente a sus feligreses por haber ayudado al prójimo, luego pálido y exhausto, se sentó. Pidió agua, la bebió con avidez, no se quitaba la estola y sus manos parecían soldadas a un rosario de plata antiguo del que no se desprendió nunca a partir de manifestar “bienvenidos”. Solicitó, por favor, agua y jabón para lavarse las manos. Se la trajeron en un balde de los que se utilizan para albañilería; en él procedió: tomó el balde con el agua jabonosa y se dirigió a un patio que da al oeste del edificio que oficia de garaje, fue rezando por el lugar y derramando el agua. En un rincón se arrodilló rezando en latín. Encendió una vela, extrajo de su bolsillo una pasta (no sé de qué se trataba) con la cual dibujaba la señal de la cruz de manera ininterrumpida. Se levantó, recogió sus cosas, agradeció a todos y solicitó a la autoridad presente, la de más alta jerarquía, que no limpiasen el patio: solo lo debía hacer la lluvia. 
Nadie entendía nada. El padre Daniel se fue. 
El enigma flotaba en el ambiente. ¿Que había visto? ¿Qué pasó? Era la pregunta que muchos se hacían. La respuesta estaba en la construcción del edificio. 
Dicen que cuando los arquitectos comenzaron la obra encontraron una zanja llena de esqueletos con cal; de acuerdo a los antecedentes del lugar, se atribuía a la fiebre amarilla. Muchos enterraban a los suyos en un lugar determinado para evitar el innominado foso común de las afueras de la ciudad. Familias enteras concentraban a sus fallecidos en un lugar, se ponían de acuerdo, la cal era el complemento. Se hacían listados para saber quiénes yacían en el lugar para después proceder a su entierro como Dios manda. Los descendientes siguieron, probablemente, la misma suerte. Las listas se perdieron, por eso, cada esqueleto tenía un número con una cadena del tamaño de las que cuelgan del cuello. No se hacían misas, ningún acto religioso se permitía, no sonaban las campanas, la muerte, la peste era despiadada. 
Los arquitectos encontraron el foso. Si lo denunciaban, la obra se paralizaba. Lo protegieron, guardaron silencio. En las noches se escuchan llantos, gritos, risas que se confunden con el lamento de los esclavos del fundo vecino al oeste. Los guardias de la Gendarmería escuchan y no se separan, no es por miedo, afirman, sino por estar seguros nomás. 
Daniel, el cura, relató que tuvo que realizar de improviso dos actos litúrgicos: uno, la extremaunción de los que se hallaban en paz, habían tenido una buena muerte, aceptaron su destino. El otro, un exorcismo para calmar a los que no aceptaron su muerte por considerarla injusta y estaban más pegados a los malignos que a los buenos. En unos dio resultados; en cambio otros, siguen su reclamo con sus llantos y lamentos. 

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