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Los muertos iguales

Domingo, 31 de julio de 2022 a las 01:19

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Que no me digan que los cementerios no les causan cierto resquemor, temor o por qué no, miedo. El cristianismo puso el acento sobre el lugar sagrado del entierro de sus muertos, cuanto más cerca de los templos, mejor; y si hubieran restos (huesos) de santos, mejor; o reliquias (sangre, astillas de maderos, etc.), más sagrado es el lugar. Es por eso que se difundió en el mundo la costumbre de enterrar a los muertos cerca de las iglesias y la consecuencia fue que cada una tenía un cementerio aledaño, como el caso de la San Francisco (calle Mendoza), La Merced (Buenos Aires y 25 de Mayo), la Catedral antigua en Corrientes (hoy Legislatura), estando el yacente cerca de sus intermediarios para el mejor pasaje a la eternidad. Ello, sin eximirse de morir como Dios manda, dejando bienes a la Iglesia para misas, obras de beneficencia o legados a sus criados, sirvientes o libertad para sus esclavos.
Había que comprar el mejor pasaje al cielo, en primera clase, dentro de sus posibilidades. Uno podría ser una mala persona, pero si se arrepiente, deja lo necesario a obras pías y otras cosas, está todo bien, el transporte de Dios para el más allá está casi asegurado. No todos creen en ello, porque ante la inminencia de la muerte se apegan peor a sus bienes, desdeñando la posibilidad de la salvación. “Lo que me costó ganar y voy a regalar. No, señor, nada”. Al infierno, pues su pasaje no fue pagado. 
Que toda la sociedad argentina era esclavista si tenía medios económicos, no cabe duda, hasta 1853, precisamente el 9 de julio de ese año, recién allí se abolió la esclavitud, pero sin desaparecer, porque el Estado debía indemnizar a los propietarios, cosa que no hizo nunca y los pobres fueron cosa hasta su muerte. ¿A dónde ir? En eso nos caracterizamos los países latinoamericanos, salvo Haití, que conservamos la macabra institución hasta el siglo XIX.
¿Dónde están las tumbas de los esclavos? Nadie lo sabe, enterrados en vaya uno a saber qué lugar. El fondo de la casa, un pozo común, cuando era muy querido, merecía algún recuerdo público, una cruz en la que no creía o un epitafio grabado en piedra o madera, pero oculto en algún rincón olvidado de la vista. 
La memoria se perdía rápidamente, es por ello que algunos de ellos deambulan por casas antiguas de la zona denominada casco histórico o zona de patrimonio histórico. 
En general esto ocurría, pero en otras familias eran muy queridos, hasta parientes, medio hermanos, primos, etc., siempre y cuando se respete la escala social desigualada. 
San Roque, uno de los pueblos más importantes de la provincia, tiene un significativo cementerio antiguo y llamativo, recorrerlo es sustancial. Muchas tumbas llaman la atención, pero una más que otras. Familia Salvando, dice el panteón. De buena construcción y mantenimiento. Su construcción es en dos niveles: el primero en superficie amplia, el segundo subterráneo, tipo sótano. Arriba, los patrones e hijos legítimos, abajo los mixtos, sirvientes y esclavos, todos juntos para que nada cambie a través del tiempo, cada cual en su escala y espacio.
Se puede interpretar de dos maneras: la buena, que los propietarios eran personas sensibles y humanitarias que abrigaban compasión por sus semejantes, y la otra, la egoísta, que deseaba perpetuar la desigualdad más allá de la vida terrenal como lo hacían los antiguos egipcios o sumerios y otros, a fin de que si se despiertan en el más allá tengan el servicio asegurado. Los dos niveles conviven, los recuerdos de propietarios y cosas - esclavos-, ligados por lazos muy fuertes, parentales, difíciles de olvidar. El pueblo no olvida. ¡Qué memoria tienen los pueblos! “Ese es hijo de…”, y vienen las habladurías. 
La esencia de este cuento es la virtud que tiene el templo de la muerte, o panteón, los días de difuntos, en reunir ante él a personas de diversas categorías económicas actualmente, según la suerte que hayan tenido en la vida. 
Unos derivan de los del primer nivel, los propietarios, otros descienden del segundo nivel, los sirvientes y esclavos. Pero... cosas de la vida: en la actualidad se confunden, porque los roles de unos y otros en algunos casos, dieron vuelta. El descendiente de esclavo es el doctor, el otro el empleado municipal, uno es -económicamente hablando- pudiente, el otro pobre de solemnidad. Qué ingrata es la vida, afirman unos. Otros, que tarda la justicia, pero llega.
En fin, todos juntos saben que son parientes. Las relaciones sexuales entre las clases diferentes era normal, el amor no tiene ni barreras ni fronteras. 
Me contaba el antiguo cuidador del cementerio, que había noches, especialmente en las que la luna parece más grande, calma y brillante, y jura por sus ancestros y Dios, que vio a todos, blancos, negros, mestizos e indios, y vaya uno a saber qué otro producto humano, comiendo sobre el lado norte del panteón. Todos juntos gozando parece ser, con profundidad, de un banquete. No sabe el menú, pero banquete al fin, entre risas que se escuchan como sonidos musicales en la noche. 
Otras veces de noches tristes, luna casi oscura, en que un gran grupo de seres humanos iguales, de diversos colores lloran ante uno de ellos, que está tirado en el piso con las manos entrecruzadas sobre el pecho. Y me parece fantástico, pero sostuvo que observó dos ángeles revoloteando sobre el cadáver: uno brillante, blanco, dulce y tierno y el otro, negro y resplandeciente que mete miedo. 
La respuesta al interrogante la tendrá el lector cuando estando en su casa vea pasar ante sí una figura a la cual no conoce y lo salude, o en realidad, lo asuste. 

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