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Breves apuntes de intertextualidad en letras de tango y chamamé

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

En la nota anterior hacíamos referencia a algunos tópicos literarios que se han desarrollado a lo largo de la historia de la literatura occidental y cuyas influencias han forjado en parte el imaginario de las letras del tango y del chamamé. 

Entre esos tópicos encontramos “el tiempo que pasa irreparablemente”, propio del barroco pero que encuentra referencias muchos siglos atrás. En ese sentido, recordamos una vez más al poeta latino Horacio (s. I a. C.), quien abordará el tema desde diferentes perspectivas. Una de ellas señala la finitud del ser humano y compara su vida con las estaciones del año, con la diferencia de que estas se suceden año tras año, y que las etapas humanas no regresan: “Cambia su aspecto la tierra y los ríos en sus crecidas / abandonas sus cauces. / No esperes algo inmortal, te aconsejan el año / y las horas que arrebatan el día soleado./ Los fríos se suavizan con el Céfiro, / el verano deja atrás la primavera, / para a su vez morir tan pronto / como el otoño cargado de manzanas”. En el tango son muchas las letras que abordan el tema desde la perspectiva de Horacio, así por ejemplo “Quien tuviera dieciocho” (1928) de Guillermo Barbieri, dice: “Cuando vuelvo la mirada a lo pasado / y me fijo que está todo diferente / mil recuerdos se me agolpan en la mente / y revivo aquellas horas del ayer. / Lindos años que nos dieron la alegría/ de llenarnos de placeres y de encantos, / alejando del alma los quebrantos / para sentir tan solo la gloria de un querer”. La evocación se llena de nostalgia, se mitifica el espacio y el tiempo se vuelve circular, tal como también sucede en muchos chamamés, baste citar a Salvador Miqueri en su Mburucuyá poty: “Recuerdo mi dulce infancia /  Tan feliz que yo pasé / Que pese a tiempo y distancia / ya jamás la olvidaré / Mis pagos sus naranjales / su siesta tan silenciosa / Sus calles sus arenales / sus lagunas y el queló” (…) “Angustia da al recordar mis correrías / quien pudiera retornar oh quien podría / más sé que solo ilusión por tanto anhelo / desvaría el corazón ya sin consuelo”.

En el barroco americano y en el español el tópico del paso del tiempo se mezcla con el “carpe diem”, así lo expresa en su soneto la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695): “Goza, sin temor del hado/ el curso breve de tu edad lozana” (…) “mira la experiencia te aconseja: / que es fortuna morirse hermosa / y no ver el ultraje de ser vieja”. Por otra parte, Quevedo: “No sentí resbalar, mudo, los años / hoy los lloro pasados, y los veo / riendo de mis lágrimas y daños”.

La otra perspectiva que aborda Horacio respecto al paso del tiempo resulta menos amable ya que hace referencia a los estragos corporales sobre los cuerpos. Por un lado la pérdida de potencia amorosa del varón y por otro los achaques a la belleza de la mujer. Dice el poeta latino: “Viví hasta hace poco idóneo para las muchachas / y no sin gloria combatí”; en tanto que sobre el deterioro de la mujer dice con una crudeza hoy en día inaceptable: “te estás volviendo vieja, y sin embargo quieres parecer hermosa / y juegas y bebes impúdica / y borracha, con canto tembloroso provocas al perezoso Cupido”. En este poema la mujer se emborracha para afrontar su deterioro, en tanto que en “Esta noche me emborracho” (1928) de Enrique S. Discépolo se invierte el punto de vista: “Sola, fané y descangallada / la vi esta madrugada / salir del Cabaret / flaca, dos cuartas de cogote / y una percha en el escote/ bajo la nuez”. La lista de descalificaciones es larga como si el tiempo solo le hubiese afectado a ella y él no tuviera un espejo a mano. En las letras del chamamé el paso del tiempo aparece más bien nostálgico y no tan grotesco; incluso a veces se denota cierto estoicismo en asumir las  huellas del tiempo; así lo vemos en S. Miqueri: “Como el agua entre las manos / se va escurriendo la vida/ por las huellas de las heridas / que el tiempo supo dejar / Todo supe soportar, con fe, valor, y entereza” (…) “Y casi al fin del camino / tengo las manos vacías / perdí ilusión y alegría/ que siempre supe alentar / aceptando mi destino / sin rencores ni reproches / en tanto llegue mi noche / me consuelo con cantar”.

En el aspecto en que sí coinciden el tango y el chamamé es en cierto tratamiento del desengaño amoroso. Allí la culpa siempre (o casi) la tiene la mujer. Muchas de las letras de ambas músicas no tienen reparos en remarcar la “maldad” de la fémina que parece encarnar aún el mito de Eva y la manzana. En “Sentimiento gaucho” (1924) de Juan Caruso se lee un relato enmarcado, un borracho mendigo le cuenta su pena a alguien: “Sabe que es condición de varón el sufrir... / La mujer que yo quería con todo mi corazón / Se me ha ido con un hombre que la supo seducir / Y, aunque al irse mi alegría tras de ella se llevó, / No quisiera verla nunca... Que en la vida sea feliz / Con el hombre que la tiene pa’ su bien... o qué sé yo. / Porque todo aquel amor que por ella yo sentí / Lo cortó de un solo tajo con el filo'e su traición”. Mientras que en el  chamamé “Sin perdón” de Miqueri leemos: “Yo que en la vida he ambicionado / rendirle culto a tu cariño / con la candidez de un niño/ pero tú me has defraudado. / Pues tu cinismo al engañarme / ha provocado en mí en encono / eso yo no te perdono / nunca te perdonaré” (…) “No te perdono, mujer malvada / porque ya nada de ti creeré / has destrozado mis ilusiones / mis ambiciones, mi buena fe”.

Señalamos para cerrar estos breves apuntes que tanto el tango como el chamamé dedican también numerosas letras  al amor correspondido y feliz.

¡Salud, poesía y libaciones!

 

MUESTRARIO MÍNIMO

Quien tuviera dieciocho 

Cuando vuelvo la mirada a lo pasado

y me fijo que está todo diferente

mil recuerdos se me agolpan en la mente

y revivo aquellas horas del ayer.

Lindos años que nos dieron la alegría

de llenarnos de placeres y de encantos

alejando del alma los quebrantos

para sentir tan sólo la gloria de un querer.

 

¡Quién tuviera dieciocho años

y anduviera en las reuniones

conquistando corazones

con su porte juvenil!

¡Quién llegara a ser el mozo

que en aquel tiempo pasado

siempre fuera respetado

por valiente y por gentil!

 

Ya no somos los muchachos bullangueros

que vivíamos soñando en el mañana

sin llegar a comprender la ilusión vana

que era el ansia de ser hombre de una vez.

Ya no somos de los tiempos que se fueron

los muchachos parlanchines y andariegos,

que entonando los versos de Carriego

a más de una muchacha logramos conmover.

 

¡Quién tuviera dieciocho años

y olvidase que en la vida

hay penas que son heridas

que matan en la vejez!

¡Qué lindo si uno pudiera

volver sin ningún quebranto

a disfrutar los encantos

que nos diera la niñez!

Guillermo Barbieri

 

Mburucuyá poty                  

Recuerdo mi dulce infancia

Tan feliz que yo pasé

Que pese a tiempo y distancia

  ya jamás la olvidaré

Mis pagos sus naranjales

su siesta tan silenciosa

Sus calles sus arenales

sus lagunas y el queló.

Y sus noches estrelladas

Su diamantino yasy

    

Cuando el mozo con su amada

Se juraban mboraiju

Hoy vuelve a mi memoria

La imagen emocionada

Una vivencia grabada

Mi Mburucuyá Poty.

II

Angustia da al recordar mis correrías

quien pudiera retornar oh quien  podría

más sé que solo ilusión por tanto anhelo

desvaría el corazón ya sin consuelo.

III

Mi plaza Mitre de ayer tan arbolada

donde a su sombra mi ser feliz soñaba

Tantos amigos tal vez hayan partido

Mi juventud, mi altivez 

también se han ido.

Salvador Miqueri

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